viernes, julio 30, 2004

Sin prisa

Hace tiempo que descubrí que es una tontería ir a trabajar con prisa. Esto puede parecer una perogrullada pero no hay más que ver cómo se comporta la mayoría de la gente al volante por las mañanas para comprender que no es tan evidente.
Aunque me haya acostado muy tarde (¡y mira que hay veces que me acuesto tarde...!) prefiero adelantar el despertador unos minutos para disfrutar de la calma y la belleza de las mañanas. Más aún en verano. Me recreo en la ducha (a veces más que un recreo es una necesidad para terminar de despertarme). Tardo en elegir la ropa con que vestirme. Desayuno mirando crecer las plantas. Miro el cielo mientras bajo las escaleras y llego hasta Mi Vespa.
Aquí comienza una ceremonia que, como tal, se repite periódicamente con toda su parafernalia. Y mira que odio la rutina... Deposito mi mochila sobre el asiento, busco la llave del candado, lo quito con parsimonia, abro el bauleto, coloco el candado sobre la tapa y saco del hueco el casco, desdoblo con cuidado la cazadora y me la abrocho asegurándome que cada botón está cerrado, ajusto los puños y el cuello, me calzo el casco y los guantes, asegurándome también en este caso que los puños quedan por encima de los de la cazadora, cierro el bauleto y arranco Mi Vespa, la bajo del caballete, me subo y comienzo la marcha.
Hace fresquillo pero se agradece. No hay tráfico en mi barrio y sólo se ven jardineros atareados y paseantes de perros. A pesar del ruido de mi motor puedo escuchar el canto de los pájaros. Al llegar al primer cruce veo el sol como la yema de un huevo, tan horizontal que las sombras se proyectan como si fueran masais tumbados. En el siguiente cruce ya se van incorporando más coches que no entienden que yo circule tan despacio pero no tengo prisa porque huele de maravilla, a hierba húmeda,  a pan recién hecho, a amanecer. Además tengo que bajar la velocidad porque los riegos automáticos inundan la avenida y me da miedo acabar por los suelos en una rotonda. También tengo que reducir para poder disfrutar de los arcoiris que se dibujan en estos surtidores, de esa chica que hace footing por el paseo o de esa otra con cara de sueño que espera al autobús. Además ¿para qué voy a correr si en cuanto llegue al siguiente cruce ellos ya están parados y yo paso por delante de todos? Muy despacito, eso sí.
Es curioso el tráfico por las mañanas. Parece como si yo con Mi Vespa fuese un regato de montaña que se va incorporando a ríos cada vez más anchos en los que se juntan otros regatos que bajan de otras cimas, que a su vez nos juntamos con otros ríos a los que han llegado otros regatos y así, por calles con más tráfico cada vez hasta que llegamos todos juntos a la ciudad, que difiere bastante del mar pero que, metafóricamente, podríamos decir que es lo mismo.
El caso es que ya voy yo por uno de los ríos principales, de esos que conducen directamente al mar y aquí me veo en la necesidad de acelerar un poco, más que nada porque si no me comen los lucios, digo, los camiones.
Y así, con esta parsimonia, llego hasta mi trabajo. Aparco Mi Vespa a la puerta, junto a las otras motos (que en mi trabajo somos muchos los que preferimos las dos ruedas) y, con la misma parsimonia y ceremoniosidad del principio, me voy despojando de guantes, casco y chaqueta para colocarlos en el bauleto y empezar a trabajar.
Empieza la rutina.

¿Lo quieres más poético?

miércoles, julio 28, 2004

Mi vida sin ella

Mi vida ha cambiado desde que la conocí. No entiendo cómo puedo haber vivido tanto tiempo sin sentirla entre mis manos. Es bella y me entiende, yo la admiro y la cuido. Cuando enferma me preocupo y, sólo de pensar que un día pueda faltarme... prefiero no imaginarlo. Sí, somos pareja. O más, somos como un matrimonio, compartimos todo menos el sexo.
O casi todo. Porque, aunque me pese, hay muchas cosas que no puedo hacer con Mi Vespa. En esos momentos me siento más triste. Noto que me falta algo, no sé si el viento en el rostro o el vibrar de su motor entre las piernas.
O provisiones, pues ese es uno de los momentos en que tengo que abandonarla, cuando, abro la nevera y encuentro el eco vacío de una pera. Entonces tengo que correr al supermercado para rellenarla y, claro, como llevo casi un mes sin pisar los pasillos de las ofertas, he de cargar el carro y ¿cómo traslado un carro colmado desde el carreful hasta mi casa en un pequeño hueco para casco?
Pero eso no es lo más difícil. Peor es tratar de trasladar la batería. No un acumulador eléctrico, ni un conjunto de utensilios para la cocina, sino cinco tambores, cinco platillos y los correspondientes hierros para sujetarlos. Porque, señoras y señores lectores, para el que aún no lo sepa, cuando no monto en Vespa toco la batería. He cogido tanto cariño a Mi Vespa que casi lamento tener un concierto ya que en esos momentos he de cambiar las dos por las cuatro ruedas. Muchas veces, las actuaciones son en el centro de Madrid, en lugares donde es difícil llegar con el coche y más difícil aún aparcar. Con lo a gustito que iría yo guiando mi manillar y aparcando a la puerta. Pero ¿qué hago con la batería? Ya he conseguido llevar hasta el local de ensayo la caja y la bolsa con las baquetas pero por más que me empeñe, no puedo mover todos los tambores en moto.
Como tampoco puedo llevar en Mi Vespa los muebles de mis amigos cuando me piden que les ayude con la mudanza. ¡Ah! ¡Qué suerte! pensaréis, así te libras de la mudanza. Pues no queridos, no. No me libro de la mudanza porque no vale la excusa de la moto. Tengo un amplio coche que echaría por tierra todas las excusas basadas en el espacio. De tal manera que si alguien me invita a celebrar su cambio de domicilio, de lo único que me libro es de conducir mi vehículo favorito y protagonista de estas historias.
Otra de mis manías es viajar y, de momento, esta es otra de las cosas que no puedo hacer en Mi Vespa. Porque no quieres, diréis alguno. Quizá. Aquí sí que no os voy a quitar la razón. Todo es proponérselo. Si he sido capaz de atravesarme España sobre Mi Dos Caballos, realmente no hay motivo objetivo para no hacerlo sobre Mi Vespa. Pero aún no estoy preparado. Esto lleva su tiempo. Y, también, no voy a negarlo, mi coche es un excelente compañero de viaje, me he acostumbrado a él para las largas distancias tanto como a Mi Vespa para las cortas y también me da algo de pena ver como se acumula el polvo sobre su carrocería cuando permanece aparcado a la puerta de casa mientras yo me marcho por ahí con otra.
Se ha ganado el derecho a salir de vez en cuando. Es lo malo de tener el corazón repartido, ya lo decía Machín: No te puedo comprender, corazón loco, no te puedo comprender ni ellas tampoco, cómo se pueden querer dos vehículos a la vez y no estar loco. ¿O no eran dos vehículos? ¡Ah! no, qué eran dos mujeres. Bueno, para el caso es lo mismo. Que muchas veces hay que elegir entre dos cosas que te gustan.
Lo mismo me pasa cuando invito a salir a esa chica y me dice que no le gusta montar en moto, que la lleve en coche. Entonces me planteo: ¿dejo a la chica o dejo a la moto?
¡Ay! si es que no puedo vivir sin ella...

lunes, julio 26, 2004

Clásicas

Ya sabía yo que tarde o temprano tendría esta discusión. Y no será la última, seguro.
Salía yo de trabajar y veo un parchís andante: un compañero, vestido con pantalón corto amarillo y camiseta verde ácido, quita el candado a su vespa roja. Como tengo muy buena relación con él (a pesar de lo que pueda parecer por este comentario) y hacía tiempo que no le veía, me acerco a saludarle. 
Yo- Hombre ¿qué tal? ¿cuánto tiempo sin verte? Ya veo que tú también te has pasado a la Vespa. ¿Qué has hecho con tu Bandit?
Él- Mira, para venir a trabajar, nada mejor que la Vespa la otra me salía más cara de mantenimiento y con ésta me sobra.
- Sí, totalmente de acuerdo. Yo también me he comprado una Vespa.
- ¡Ah! ¿sí? ¡Qué bien! ¿Dónde está? ¿Cuál es?
- Esa de ahí, esa gris.
- ¡Bah! Pero eso no es una Vespa. Eso es un invento moderno que no tiene nada que ver con la Vespa.
- ¿Cómo qué no? Es una Vespa del manillar al escape. ¿Ves? Mira, ahí lo pone: V E S P A. Pero renovada, adaptada a los nuevos tiempos.
- Qué no. Que eso es como el Mini que ha hecho BMW, que tampoco es un Mini.
- Pues a mí me gusta mucho.
- Pues ni eso es un Mini ni tu Vespa es una Vespa.
- Mira, la mía sí que es una Vespa. Auténtica, del 83.
- Pues no, si te pones así, lo tuyo tampoco es una Vespa. Deberías haberte comprado la primera que salió porque esta tuya ya tiene adelantos que al principio eran inconcebibles.
- Qué no, que hay cosas que no pueden ser y tu moto es cualquier cosa menos una Vespa.


Y nos despedimos amigablemente, cada uno en su vehículo. Y sí, he de reconocer que la estampa que él ofrecía quizá fuera más acorde con el ideal vespista, no puedo negarlo pero, como dije en los primeros comentarios de esta página: ¡qué bien funcionan el motor de cuatro tiempos y los frenos de disco...!

viernes, julio 23, 2004

Imprevistos (I)

(Presiento que este tema va a tener más secuelas que Rocky...).
Uno ya sabe que cuando usa la moto en ciudad como medio de transporte está expuesto a múltiples riesgos. Muchos de esos son conocidos y por ello permaneces siempre alerta. Que si el taxista cambia de carril repentinamente y sin señalizar para captar un cliente, que si el del coche rojo abre la puerta en medio de la calle, que si un socavón del tamaño de una plaza de toros en plena avenida, que si toda la arena de la playa de Matalascañas en plena rotonda contraperaltada... en fin, cosas normales.
Para lo que uno no está preparado es para que le salte un trozo de coche en medio de la autopista. Pero exactamente eso fue lo que me sucedió ayer cuando volvía a casa después de mi habitual jornada laboral.
Cuando salgo del trabajo conduzco sensiblemente más deprisa que cuando voy a entrar ¿por qué será? je, je. En cuanto encauzo la autopista, giro el puño a tope y, a pleno gas, me planto en mi casita en menos que se dice supercalifragilisticuespialidoso. Además, quieras que no, ya llevo conduciendo Mi Vespa aproximadamente un mes y con la experiencia voy ganando destreza en la conducción, me siento más seguro e incluso a veces me permito el lujo de cambiarme al carril izquierdo.
Ayer circulaba ligerito por el carril central porque el derecho estaba plagado de camiones de escombros, de esos que van soltando cascotes cada cien metros, saltan al asfalto como un meteorito y van dando botes al tiempo que se deshacen y sus esquirlas acaban golpeandote en el casco, o sea, lo normal.
Delante de mí, a una distancia que se puede considerar de seguridad, circulaba un Ford Courier de los años noventa. Bien bien, lo que se dice bien, no se veía pero tampoco se apreciaba ninguna pieza suelta.  Circulaba a una velocidad que me resultaba cómoda así que tampoco me planteé adelantarle. Como tampoco me planteé que pudiera salir volando algo de él. Pero así fue.
De repente, sin avisar, lo que, a primera vista parecía ser un Objeto Volador No Identificado, se convirtió en un trozo de paragolpes delantero. O trasero, vaya usted a saber, que tampoco me detuve a analizarlo porque lo vi que venía derechito hacia mi.
Y ¿haber qué hago yo? ¿Qué haces tú si conduciendo una Vespa por autopista a ciento veinte kilómetros por hora ves que un paragolpes de Ford Courier te ataca? Escapar. Es lo que me hubiese gustado, un ligero movimiento de manillar, una inclinación oportuna de cuerpo y escapar por la tangente. Pero no había tiempo. El paragolpes, después de salir despedido de su lugar de origen se dirigía hacia mí como la flecha de Guillermo Tell a la manzana. Cerrar los ojos y rezar aunque no soy creyente, también me daban ganas de eso.
Pero nada de eso. Seguí firme ante el manillar con la vista fija en la carretera y en menos de un estornudo la pieza volante desapareció. No sé si la atropellé, si me pasó rozando la rodilla o quizá por arriba. El caso es que me libré de ella. Reconté los huesos, las extremidades y las piezas de Mi Vespa y no faltaba nada.
Ganas me dieron de adelantar a la Courier y decirle a su conductor que se le había perdido un cacho pero mi instinto de supervivencia me pidió que aumentase la distancia de seguridad de aquel vehículo unos tres o cuatro kilómetros, así que reduje la velocidad y le dejé escapar.

martes, julio 20, 2004

El Paquete, 2ª

Me manda mi primA esta foto por correo electrónico con el siguiente asunto: "el complicado mecanismo de un casco para una mujer" y añade "¿Cómo puede alguien ponerse el casco de esta manera?". Esto me recuerda que tenía pendiente escribir la segunda parte de... El Paquete y creo que ha llegado el momento. Esa segunda parte que, desde el principio, pensé dedicar a mis paquetes favoritos: ELLAS.
¿Por qué me he acordado al recibir esta foto? Lo comprenderéis dentro de unas pocas líneas.
El mismo día que estrené Mi Vespa me dediqué, como suele ser lógico, a enseñársela a mis padres y los amigos que me dio tiempo. La última cita del día la reservé para una amiga a la que veo mucho ultimamente pero no con la intención de enseñarle la moto, sino de tomarnos una caña y charlar de la vida porque, muy hippie ella, se mueve en transporte público, adora las bicicletas y pensé que eso de un vehículo a motor no le haría demasiada gracia, que me acusaría de consumista, contaminador, etc. Nada más ver la moto le encantó. Que cómo molaba, que me pegaba mucho que era distinta y todas esas cosas que se suelen decir cuando se estrena vehículo pero la veía yo convencida, vamos, que me lo creí. Nos tomamos alguna caña más de las acordadas, como de costumbre, y nos despedimos. Ese día no pude llevarla a su casa porque no llevaba encima más que un casco (¡cachis!) pero me pidió que quedásemos otro día para dar una vuelta en Mi Vespa.
La siguiente vez que la vi fue con motivo de un concierto multitudinario. Habíamos acudido allí por separado pero el magnetismo funcionó y nos encontramos entre el gentío. Como la sed apretaba, acudimos a la barra para pedir una cerveza lo malo es que lo mismo debieron pensar unas doscientas personas (creo que no exagero) que esperaban a la cola para sacar los tickets. "Tardamos menos en ir a la nevera de mi casa", le dije. "Pues sí, buena idea", me contestó.
Así que salimos del recinto, buscamos Mi Vespa, y le presto el casco para acompañante que ahora ya llevo siempre en el hueco. Lo toma por las correas de enganche y se lo coloca exactamente como se ve en la foto. Lo cierto es que me reí más cuando días después volvimos a pasear en la moto y repitió la colocación. En este momento me limité a ayudarle a ponerse bien la protección y ofrecerme para abrocharselo con todo el cariño que soy capaz de dedicar.
Se sube a la parte trasera. Arranco despacio e inicio la marcha. Ella se agarra a mi. O, mejor dicho, ella me abraza. O, mejor dicho, ella acaricia mi cintura, mi pecho, me rodea suavemente con sus manos y las mueve constantemente con suma delicadeza. Primero situa la izquierda en la cadera, la derecha sobre mi pecho; con más calma que una balsa de aceite sube su mano izquierda hasta encontrarse con su compañera que decide bajar en ese instante; las adelanta, las atrasa, las sube, las baja, pasan de la cadera a la pierna, de la pierna al ombligo... creo que no tiene miedo de caerse... pero yo sí porque con semejante compañía mis nervios aumentan y poco puedo concentrarme en el asfalto, así que reduzco la velocidad a límites casi prohibidos, no tanto para reducir el riesgo como para prolongar la situación.
Lamentablemente, llegamos al destino, recogemos las cervezas y volvemos al concierto de una manera parecida. Sé que pensaréis que no sé interpretar las señales y que para qué narices teníamos que volver al concierto con semejante panorama pero eso sería tema de otro web log, no de este, que tiene como misión contar mis aventuras sobre Mi Vespa.
Tampoco habían pasado demasiados días desde el estreno cuando acudo a un acto de clausura. Al terminar, un grupo numeroso decidimos ir a cenar. Cuando estamos distribuyendo los coches, yo digo, como si quisiera escaquearme del reparto: "Yo voy en moto, si alguien se quiere venir conmigo..." En ese momento, quien menos podía esperar, comienza a saltar entusiasmada aunque yo la imaginase seria, sonriendo como si se hubiese fumado el mayor canuto de marihuana a este lado del atlántico aunque yo la figurase abstemia, ilusionada como una niña pequeña aunque hubiera celebrado, al menos, diez cumpleaños más que yo y a gritar "Yo, yo, yo me voy contigo ¿vas en moto? ¡ay! ¡qué ilusión! ¡con lo que me gustan a mí las motos y el tiempo que hace que yo no monto en moto! Y, cuando le muestro el vehículo, sigue "¡una Vespa! encima, en Vespa ¡qué ilusión!". Le presto el casco y se lo coloca con una destreza sorprendente, muestra inequívoca que no era el primero que se ponía; la misma destreza y seguridad con la que se sube a la moto y me sujeta, con firmeza pero sin el agarrotamiento de quien tiene miedo. Iniciamos la marcha y sabe desplazar su cuerpo en cada curva, en cada frenada y en cada acelerón casi mejor que yo, lo que me obliga a excusarme por mi torpeza de novato.
Es de noche, no conozco el restaurante al que tenemos que ir y nos perdemos. Damos vueltas y vueltas por el barrio, nos acercamos a un cajero, volvemos hacia atrás, pasamos tres veces por la misma calle y, mi acompañante entusiasmada aunque todos nos esperasen para cenar desde hacía un rato ya. Así hubiésemos continuado toda la noche de no ser porque otro de los comensales nos vio pasar de largo varias veces por el lugar acordado y vino a recogernos. Al terminar la cena mi amiga lamentó que nuestros caminos tuviesen que separse por motivos también ajenos a este comentario pero me hizo prometerla que volvería a llevarla de paseo en Mi Vespa.
Hace poco otra amiga volvió a Madrid después de una prolongada estancia en el extranjero. Teníamos tantas cosas que contarnos que quedamos para tomar unas tapas en Lavapiés. "Me he comprado una moto", le digo, "no sé si quieres ir en ella o te da miedo y prefieres ir en coche" (Vivimos en una pequeña ciudad del extrarradio). "¡Una moto! ¡Qué guay! ¿no? vale, sí, vamos en moto".  Llego al punto de encuentro antes que ella y la espero con la cazadora puesta y el casco y los guantes sobre el asiento. La verdad es que me veía yo a mí mismo como el protagonista de un anuncio de colonias baratas o cualquier otro producto masculino de alto consumo. Cuando nos ve, casi antes del saludo, exclama: "¡qué bonita! y tú... ¡qué guapo! ¡con esa cazadora de motero...!". Intento mantener el tipo y la saludo con un abrazo, un beso y un halago de vuelta: "tú también estás muy guapa, te favorece mucho ese corte de pelo". Intento desviar la conversación hacia su estancia fuera, los planes para esa noche, sus planes de futuro inmediato y cosas así pero ella sigue atenta a la moto, a los guantes (que los tengo rotos, por cierto), al casco, en fin, a asuntos motorizados. Cuando por fin consigo abstraerla del universo dos ruedas, le ofrezco el casco y... es el momento de volver a ver la foto de arriba. Sí, así es, ella también se colocó el casco "a su manera". Cada vez me costaba más contener la risa pero le tengo mucho cariño y mucho respeto a esta chica así que procedí como la vez anterior: yo mismo le ayudé a quitárselo, ponérselo bien y abrochárselo.
Nos dirigimos a la capital y compruebo que, si ha subido alguna vez a una moto, ha sido en su vida anterior. Sin embargo no es de las peores compañías que he llevado; quiero decir que sabe adaptarse a mis movimientos y la estabilidad de Mi Vespa no corre peligro. Me sorprende (y lamento profundamente) que, a pesar de ser paquete inexperto no se aferre a mí como si le fuese en ello la vida, sino que mantiene una distancia más que prudencial.
Percibo su miedo y reduzco la velocidad en lo posible. Cuando llegamos a nuestro destino, se baja del asiento totalmente aliviada por permanecer entera y, con el hilo de voz que le queda exclama: "¡qué chulo, cómo mola venir a Madrid en moto, es la primera vez que consigo aparcar en la calle Argumosa!". Sonrío ante su mentirijilla y le ayudo a quitarse el casco.
Al rato, aparecieron los amigos con los que habíamos quedado. Después de los besos, su amiga la mira fijamente a la cabeza, se aleja, se acerca, vuelve a alejarse y le pregunta

-"Pero... ¿qué te has hecho en el pelo? ¿te has cambiado el peinado? lo tienes así como... las puntas como... hacia afuera y... por arriba, como plano..."

-"Ejem... esto... es que hemos venido en moto. Eso va a ser del casco


lunes, julio 19, 2004

Viernes

Madrid. Viernes. 16 de julio (felicidades, Carmen). Tres de la tarde. Cuarenta grados. Todos los madrileños han decidido tomar el coche y echarse a la carretera. Y digo yo que vaya aficiones más raras, con lo bien que se está en el trabajo, con tu aire acondicionado, con tu musiquita, bebida fresca, buenas compañías... o en tu piscina, con las chicas en biquini tostándose al sol, con la Encarni chillando a Alexis Jesús que se tome el guyur de frangüesa, con el aroma a hierba que desprenden los pelo pincho tatuados, con los aparatos de radio escupiendo a todo volúmen los cuarenta principales... Pues no, todos a la carretera.
Y yo, que podría haberme quedado en el trabajo o haberme largado a la piscina, resulta que tengo que ir a la otra punta de la ciudad a hacer un mandao. ¡¡¡Horror!!! Suerte que tengo Mi Vespa. este laberinto es Madrid
Me calzo el casco y los guantes, decido olvidar la cazadora en el bauleto y pongo rumbo al norte. Después de la excursión por La Castellana del día anterior; opto por tomar la vía de circunvalación. Los primeros kilómetros discurren sin mayor problema pero a medida que avanzo descubro que el asfalto ha sido tomado por los vehículos de cuatro ruedas y que apenas queda libre una pequeña porción de materia gris. Es el momento de tomar el arcén. Una duda me asalta: ¿Es esto legal? O sea, si me ve un munipa, ¿me va a denunciar? Lo sé, lo sé, se supone que lo estudié cuando me saqué el carnet pero... ¿tú te acuerdas? Con la duda a cuestas sigo adelante y descubro varias cosas: que el arcén de la M-30 está hecho una mierda, que los conductores de coches no utilizan los espejos retrovisores y que casi nadie lleva su vehículo puesto a punto o todos los coches deciden estropearse a la vez, porque, cada dos kilómetros, aproximadamente, me encontré un coche parado en el arcén, con todas las puertas abiertas de par en par, con sus triángulos reglamentarios y homologados colocados a unos dos metros de distancia (que digo yo, que si no ves el coche, como para ver el triángulo) y con su conductor, debidamente ataviado con su chaleco reflectante reglamentario y homologado (aunque luzca un sol de justicia), estudiando minuciosamente lo que hay debajo del capó aunque probablemente no tenga ni idea de lo que hay debajo del capó.
Pues, después de extraer estas conclusiones, cuando conduces una moto, debes extremar las precauciones y multiplicar los ojos: en cualquier momento encuentras un pozo en el asfalto, cualquier conductor puede abrir una puerta justo en el momento que pasas por su lado, cualquiera puede cambiarse de carril sin señalizarlo y, por supuesto, sin mirar, en cualquier curva puede haber arena... ¿sigo? No, porque creo que esto es materia de otro comentario.
El caso, es que, a pesar de todos estos pesares, me alegro enormemente de tener Mi Vespa, porque gracias a ella, avanzo y avanzo dejando atrás, parados a cientos, miles de coches que no tienen nada mejor que hacer un viernes de julio que estar parados en la carretera.
Llego a mi punto de destino, hago el recado y me encamino a casa por otra carretera de circunvalación. El mismo paisaje de coches parados pero ahora se unen camiones. No dejo de pensar lo afortunado que soy por conducir Mi Vespa. Gracias a ella, consigo salir del trabajo, hacer un recado en la otra punta de la ciudad y volver a mi casa, en otro extremo, en un tiempo récord mientras veo como todo Madrid se desespera dentro de su lata con ruedas.
Disfruto del aire cálido en mi piel, del humo de los camiones en mi cara y de la emoción de los baches en el arcén de la autopista cuando, de repente, me doy cuenta que esa misma noche tengo que salir de viaje y no puedo llevarme Mi Vespa. La sonrisa tonta de mi cara desaparece. Dentro de pocas horas, seré uno de esos que un viernes de julio no tienen nada mejor que hacer que estar parado en la carretera.



jueves, julio 15, 2004

Piques

Como Mi Vespa estaba malita, decidí sacarla a ver si se animaba un poco y me la llevé a dar un paseo por La Castellana

Nada más lejos de mi pensamiento que competir con el resto de motoristas pero sin darme cuenta me vi envuelto en una serie de piques consecutivos en los trayectos que separan los semáforos que, invariablemente, se cierran cada vez que te acercas a ellos. Ni de madrugada verás la Castellana así de vacíaEntonces comienza la batalla por el hueco para alcanzar la pole position en la línea del paso de peatones. Filas interminables de coches permanecen inmóviles; unas veces han dejado el espacio suficiente para que pase una moto grande, otras apenas cabe un vespino y, aun así, hay quien se empeña en pasar a toda costa para llegar el primero.
Yo me quedo un poco retrasado para elegir bien la ruta; busco alguien que avance rápido pero que no sea un quemao y trato de seguirle hasta que le veo entrar por un desfiladero por el que me niego a pasar. Una vez más me quedo rezagado. Sí, estoy acostumbrado pero un gusanillo empieza a recorrerme por dentro animándome: "tú también puedes estar en primera fila". Así que, cuando la luz se pone verde, giro a tope el puño de Mi Vespa y aprovecho que los carros se separan para driblarles y llegar, por una vez, el primero.
En ese lugar, se produce un curioso fenómeno: todos los motoristas nos miramos los unos a los otros; primero al vehículo, después al piloto y otra vez a la moto; primero a la parte delantera, después a la trasera, como pasándola revista, una rápida ojeada al semáforo y nuevamente al conductor.
Allí está el ejecutivo con su C1 o su Burgman tan impolutas como el impecable traje que viste; el casco (no en la C1) reluciente, a juego con la montura, oculta una cabeza hierática, siempre firme y segura de sí misma y del motor que lleva bajo las piernas.
El mensajero de toda la vida, también con su vespa o su Yamaha pero de las de antes, o de las de siempre, casi siempre negra, como la cazadora con el logotipo de la empresa de mensajería en la espalda, negra como los guantes que ya tienen la forma del puño y el casco con la visera rota, como los vaqueros gastados y sucios de tantos kilómetros de ciudad.
No falta nunca en la primera fila el mensajero joven y acelerado, como el motor de su vespino más trucado que una película de romanos; es raro verle con guantes y el casco lo lleva superpuesto, sólo por si le ve la policía.
En los recorridos de La Castellana, rara vez tenemos la suerte de encontrarnos con alguna chica joven y guapa a bordo de su Vivacity o su Jog perfectamente limpias y sin un arañazo, sin desviar nunca la vista del frente para que su miradas no llegue a cruzarse con la de cualquier otro motorista salvaje.
Y luego estoy yo con Mi Vespa... que no me apetece definirme ahora, los que me leeis ya os habréis hecho una idea aproximada de como soy.
El caso es que toda esta fauna y algún otro que se me olvida, nos situamos en la primera línea del semáforo esperando que la luz cambie de color mirándonos los unos a los otros. Baja la bandera a cuadros y salimos todos disparados, los que llevan motores potentes, los primeros; atrás van quedando los ciclomotores y algún despistado atrapado por un autobús al que no puede adelantar. Es el tramo de las máquinas, no hay más misterio: gana el que la tiene más grande (¿...?). Pero a escasos quinientos metros, el siguiente semáforo cerrado y los coches que siguen parados (siempre los coches están parados en La Castellana). Ahora empieza la carrera de los pilotos. Ya no valen los doscientos centímetros cúbicos de Mi Vespa ni si quiera los seiscientos de alguna cebeerre perdida en la ciudad. Ahora sólo cuenta la habilidad para esquivar latas con ruedas. Parecemos un rio discurriendo entre las piedras buscando, como el agua, un hueco por el que pasar. Siempre hay alguno que tropieza (casi siempre yo) con un obstáculo y ha de parar antes de tiempo, otros, avanzan más despacio y sólo unos privilegiados, los mejores pilotos urbanos, llegan, siempre, los primeros a la línea de meta. ¿Adivinas quienes son?

miércoles, julio 14, 2004

Enfado

Aunque me pese, hay viajes que no puedo hacer con Mi Vespa y me vi obligado a dejarla aparcada durante unos días. A mi vuelta la encontré cabizbaja, con algo de tristeza en su faro y mucho polvo en el asiento. Una telaraña colgaba entre el puño del acelerador y el escudo y las ojas secas se acumulaban en la plataforma. Nada más arrancarla percibí algún ruido extraño que me indicó que no le había hecho gracia ese abandono, así que la traté con cuidado durante el trayecto, olvidando los acelerones y la velocidad excesiva. Aún así, seguía enfadada. Ya estaba casi llegando al trabajo cuando, al salir de un semáforo, hizo 'plof' y se apagó. Se dejó arrancar de nuevo sin protestar demasiado y con un poco de mosqueo llegué hasta la puerta de mi oficina sin más problemas pero, cuando estaba aparcando, otra vez 'plof' antes de tiempo.
Ahí la he dejado, a ver si se le pasa el enfado. Si no, tendré que llevarla al médico que le eche un vistazo, a ver si su mal es sicosomático o realmente está enferma.

miércoles, julio 07, 2004

Musica

Lo que más echo de menos al ir en moto es la música. Antes cerraba las puertas del coche, me acoplaba en el mullido asiento y, al accionar el contacto comenzaba a sonar una deliciosa melodía que llenaba todo el habitáculo con una calidad de sonido fantástica y me desconectaba del mundo real.
En Mi Vespa lo único que escucho es el brrrrmm del motor, un brrrrmm gozoso, todo hay que decirlo, que ya explicaba yo ayer que el motor de cuatro tiempos tiene sus ventajas... eso y mi propia respiración rebotando en el casco.
Y yo, que no puedo vivir sin música, pensé que podía poner remedio. Rebusqué por los cajones de casa y encontré una de esas radios pequeñas que regalan ahora comprando cajas de cereales y que a mí me regalaron cumpliendo años, una de esas radios que sólo tienen el botón de encendido y el botón que busca emisoras secuencialmente y si te has pasado la tuya te fastidias y tienes que volver a empezar desde el principio, que vienen ya con los auriculares adosados y, ni siquiera puedes cambiarlos si te dañan las orejas. ¿Sabes ya a qué radios me refiero? Bueno, pues encontré una de esas y decidí usarla para ir en moto.
Aún en casa, la enciendo, busco mi emisora y engancho el aparato al pantalón y los auriculares a los oídos. La calidad de sonido era pésima, apenas podía percibir las palabras de la locutora entre tanta fritura pero, pensé, será porque aquí dentro tengo poca cobertura. Así que bajo vestido de romano y escuchando distorsión.
Tras los preparativos habituales, llega el momento de ponerse el casco. ¡Ah! ¡el casco! No había yo pensado en eso. Lo sujeto por las correas como de costumbre y empiezo a calzarlo, las orejas se doblan hacia abajo y el auricular izquierdo se coloca exactamente a la altura de la mejilla; el derecho queda dentro de la oreja pero completamente girado. Vuelvo a sacar el casco, vuelvo a colocar los auriculares, vuelvo a ponerme el casco, vuelven los auriculares a descolocarse. Hay que pensar otra solución, así que levanto la visera y husmeo con la mano entre el poco espacio que queda entre mi cara y la almohadilla. Consigo llegar a la oreja pero ¿cómo giro el auricular con dos dedos? Pregunta sin resolver.
Arranco con un auricular en la mejilla y el otro del revés pero... ¡voy escuchando música! ¡ah! ¡la música! ¡qué delicia! ¿Qué se me está clavando un objeto en la oreja? No importa, voy escuchando música. ¿Qué algo extraño me presiona la cara? No importa, voy escuchando música. ¿Qué se escuchan más interferencias que música? No importa, voy en Mi Vespa escuchando música. Así avanzo entre los coches parados en el cruce. Mira, mira, envídiate, que yo también escucho música y tú encima estás parado...
De repente, cuando acelero para esquivar a un camión de escombros, el sonido se pierde. ¡Maldición! ¿Se habrá subido al volquete a dar un paseo? Quizá, porque vuelve al rato. Ya soy feliz otra vez, con mi música. Pero... otra vez se va ¡no! Ah, qué ya viene. Y se va. Y viene. ¿Y esto que suena ahora? ¿Noticias? No, me importa un carajo lo que dijera el portavoz del grupo parlamentario, yo quiero mi música. Vale, ya está aquí otra vez.
La presión del aparato sonoro sobre la oreja empieza a ser molesta pero tampoco puedo quitármelo en medio de la autopista. La fritura cada vez es mayor pero voy conduciendo y no puedo ponerme a buscar donde demonios escondí el aparatito para que no se cayera. Así aguanto unos cuantos kilómetros, hasta que entro en la ciudad y me paro en un atasco. Nunca pensé que me alegraría de un atasco. Aprovecho la detención para apagar el transistor.
Aunque el estrujamiento continúa, al menos el ruido ha desaparecido y ya falta muy poco para llegar al trabajo. Será como quitarte esos zapatos que te quedan pequeños y faltan pocos minutos para ese placer. Aparco Mi Vespa y me falta tiempo para descalzarme el casco. Pero... aún no ha terminado el dolor: según voy sacando el casco, el cable se engancha con las orejas y los auriculares tropiezan, apretando más aún cuando la zona del barbuquejo pasa por donde estaban.
Ha sido una fantástica experiencia que me confirma que el brrrrmm del motor de Mi Vespa es un brrrrmm más que gozoso.

martes, julio 06, 2004

Bautizo

El caso es que al salir del trabajo miré al cielo y pensé "Santa Bárbara bendita, espera que llegue a casa" pero fue tomar la autopista y empezar a oscurecerse el fondo. Muy prudente yo (que aún soy muy novato en esto de las dos ruedas) avanzaba camino de casa pero la tormenta corría más que yo. Amenazaba lluvia, sí, pero no sería eso lo peor. De pronto, al doblar una curva, me veo a mí mismo como el protagonista del trailer de Tornado (es que no vi la peli). Todo gris y un torbellino gigantesco que se acerca, el asfalto lleno de papeles, cartones, por los aires, los camiones acechando de cerca... que ya me veía yo abducido como Dorothy y Totó buscando junto a un tío de chapa aEl Mago de Oz aunque también se me ocurrió que pasarían a referirse a mí como Lo que el viento se llevó porque puedo asegurar que, si alguien pilotaba Mi Vespa en ese momento, ese era el mismísimo Eolo. Yo no sabía si reducir la velocidad, si aumentarla para vencer al temporal o si, directamente, aparcar en el arcén y esperar a ser aspirado.
Pero aguanté como el valiente que no soy y escapé del huracán, aunque aún no había terminado la aventura. Una gota en el casco me puso sobre aviso. Después otra. Y, antes de darme cuenta, cada brizna de viento había sido sustituída por litros de agua contra mi persona. Aunque, no sé si sustituido es la palabra correcta, porque seguía soplando con más ganas que yo un viernes por la noche.
Cuando por fin diviso la rotonda que da acceso a mi ciudad pienso que ya está la prueba superada. Gran error. Parece ser que los ríos que la rodean se habían confundido de curso y hoy bajaban por la misma avenida que yo tenía que subir con la moto. El pantalón ya formaba parte de mis piernas, tan empapado estaba que no percibía donde terminaba la piel y donde empezaba la tela. Podréis pensar que soy un exagerado pero los coches parecían tener más miedo que yo, a juzgar por su velocidad aún más reducida que la mía. Así que me dispongo a adelantar a uno pero la rueda trasera de Mi Vespa me pregunta que a dónde voy, que ella quiere otra dirección. La convenzo del rumbo y sigo adelantando coches como puedo hasta que diviso mi calle ¡por fin!
Aparco la moto pero ni me atrevo a quitarme los avíos. Así que subo a casa con cazadora, guantes y casco. Nada más verme entrar con esas pintas y chorreando agua como si fuese La Cibeles, mi perro, Óscar, debió pensar que también había sido abducido por la tormenta de anoche y que estaba en compañía del hombre eléctrico o del mismísimo Mago de Oz pues me miraba como si jamás antes me hubiese visto.
Entonces me quité los aparejos y respiré tranquilo: había recibido mi primer bautismo motorista y podía contarlo.

Tradición y modernidad

Así es mi CheKa, con bauleto y todo
Eso de la nostalgia y el recuerdo está muy bien pero digo yo que mejor están los frenos de disco, el cambio automático y el motor de cuatro tiempos. Que uno puede tener gustos rancios pero no es tonto. Por eso a la hora de elegir un modelo me decidí por la más nuevecita de todas, que tiene como un regusto a clásica pero con todo lo que tiene que tener una moto moderna. Vale, lo sé, ahora vendrán los puristas y me dirán que si esto y que si lo otro pero digo yo que si nos ponemos en plan clásico tendríamos que conducir aún el primer modelo que salió y tampoco es eso ¿no?

Reencarnación

La playa de Cullera desde el faro del dosca
Ya sabía yo que desde un dos caballos el mundo se ve de otro color. O, mejor dicho, desde un dos caballos el mundo se ve de colores. Es una de las sensaciones más parecidas a caminar que se puede experimentar.
Pero mi "burrilla" necesitaba más cuidados de los que yo podía darle y, con todo el dolor de mi corazón, salta ahora por tierras bilbaínas con otro jinete a su lomo.
El caso es que echaba yo de menos sentir el viento en el rostro, sin preocuparme por la velocidad.
Donde nace el río Alberche, en el año 89
¿Recuperar mi viejo dos caballos? Quizá, pero demasiado complicado. Mejor reducir ruedas. Y, ¿qué moto podría sustituir un coche como el 2CV, Mi Dos Caballos?, pues una vespa, Mi Vespa. No podría ser otra.
Así que, acudo al concesionario y elijo la más chula de todas, claro. Y... casualidades del destino o lo que sea. Resulta que la numeración de la matrícula ¡es la misma que la de mi viejo coche! O sea, que va a resultar que este simpático cacharrillo es la reencarnación de aquel.
Pues ahora que tengo vespa nueva y pienso hacer muchos kilómetros con ella, al estilo Nanni Moretti, he pensado que puedo contar todo lo que me pase, que seguro no es poco.