martes, octubre 11, 2005

Subnormal al Volante

Hoy parece que es el Día Mundial del Subnormal al Volante. Sí, sí. Ya sé que me vais a decir que cualquier día en Madrid puede ser el DMSV pero cuando llueve, o mejor dicho, cuando caen las primeras gotas, parece como si la humedad encogiese el cerebro de los que se ven con un volante delante (¡menudo ripio!). Vale, tengo que reconocerlo, yo también me vuelvo más patoso con la moto pero la consecuencia directa de esa torpeza es que me esfuerzo más si cabe por respetar al máximo de las normas de convivencia circulatoria; no se me ocurre salir de los semáforos haciendo caballitos o de las rotondas derrapando.
Es verdad que, precisamente en estos cruces es donde más torpe conduzco y reconozco que puedo haberme merecido alguna pitada por exceso de velocidad mínima pero estoy seguro que con ello no he puesto en peligro la vida de nadie. Como mucho, la paciencia de alguno.
No creo que ese sea el caso del que me ha dado el primer golpe de la mañana. Más que impaciente parecía dormido. Poco más de quinientos metros después de salir de casa, en el primer semáforo que me encuentro, espero paciente que la luz se vuelva verde cuando noto un fuerte impacto procedente de atrás. Vuelvo la cabeza y encuentro a un tío repanchingado en el asiento de su coche con los párpados a media asta totalmente ajeno a lo sucedido. Le recrimino con gestos y sólo se le ocurre levantar la mano como pidiendo perdón pero sin mover ni un solo músculo, ni de la cara ni del cuerpo, más que el estrictamente necesario para levantar el brazo a la velocidad del caracol. No sé exactamente qué punto de Mi Vespa golpeó pero por suerte no le hizo ningún abollo. Sí abolló, en cambio, mi ánimo que, a primera hora de la mañana, había conseguido enturbiar como el cielo tormentoso que nos cubría a esa hora de la mañana.
No voy a hablar de los pasos de cebra como pistas de patinaje ni de planchas de arena sobre los cruces porque son ya tan habituales que no es momento de repetirse. Tampoco voy a detallar los numerosos y peligros cambios de carril sin señalizar y sin mirar porque estamos tan acostumbrados a ellos los que circulamos en moto que se pueden esquivar sin demasiados problemas a pesar del asfalto mojado.
Efectivamente, nadie duda que circular en moto por la ciudad se vuelve mucho más peligroso cuando llueve por las propias condiciones climáticas pero hay que añadir otro factor. Como el tráfico se vuelve más denso, los nervios de los conductores de coches se tensan al máximo y estallan muchas veces con resultados traumáticos para los menos protegidos: los motoristas.
Un claro ejemplo que ha terminado de crisparme lo he sufrido cuando sólo me faltaba la última etapa para llegar a la meta, perdón, al trabajo.
Avenida de tres carriles por sentido. Semáforo en rojo. En sentido contrario, colapso circulatorio. Se enciende el verde y el coche que tengo a mi derecha, que había girado el volante al máximo hacia la izquierda estando parado (por esto mismo me suspendieron en el examen de conducir), sale disparado y descontrolado hacia el punto exacto donde estaba yo. Acelero rápido y le esquivo; no pasa nada más que un susto del que aún me estoy reponiendo cuando veo que por la izquierda, apareciendo entre los coches que estaban parados en sentido contrario, aparecen, no uno, ni dos sino, por lo menos tres vehículos saliendo de su atasco como las burbujas cuando abres la botella de champán y encontrándose con que por mi carril circulamos correctamente, no sólo un motorista destacado, sino un pelotón de coches tranquilos y descuidados porque –inocentes- tenemos el semáforo abierto.
Como violines afinando antes de un concierto sonó el frenazo múltiple. Los coches sólo cambiaron brevemente la trayectoria pero sobre Mi Vespa yo me veía deslizándome por la avenida como si practicase snow board en Sierra Nevada. No me caí, incluso me dio tiempo a gesticular insultos contra los homicidas frustrados pero creo que los latidos del corazón debieron confundirse con un temblor de tierra.
No voy a decir que cogiera miedo pero sí que durante las pocas manzanas que me quedaban hasta llegar a mi destino las recorrí, no con los cien ojos con que conduzco habitualmente, sino con mil y a una velocidad que cualquiera, incluso yo otro día, hubiese considerado ridícula.
Sentado frente al ordenador lo estoy contando. Y fuera llueve, que hacía mucha falta.

viernes, octubre 07, 2005

Error

Llevo más de quince meses conduciendo Mi Vespa y aún no me he caído pero no por ello he perdido el respeto a las dos ruedas. Soy consciente que puedo caerme en cualquier momento y cada día, cada kilómetro, en cada curva, en cualquier rotonda con agua, en alguno de los giros con arena, en la pintura de un paso de cebra, en algún cruce, pienso que puedo ver el suelo de cerca. Ojo, esto no significa que conduzca con miedo, ni mucho menos; conduzco con precaución (menos cuando me emborracho, como en el capítulo anterior...).
Hace tiempo me di un gran susto que conté aquí por culpa de un enlatado amarillo y hoy, hace escasos minutos, acabo de llevarme otro gran susto pero en esta ocasión por culpa de un absurdo error mío. Sin embargo, estoy frente al ordenador contándolo en vez de inmovilizado en una ambulancia. Mi primer pensamiento ha sido que, a pesar del error, estoy aprendiendo a conducir, pues la pericia me ha salvado del tortazo.
Salía del cine. Pasaba la media noche y tenía ganas de llegar a casa, por lo que giraba el puño a tope y apuraba las frenadas, como siempre que conduzco con prisa y más si no hay tráfico. Logré salvar los ocho o diez badenes (guardias tumbados) que me encontré en los dos kilómetros escasos recorridos desde el cine hasta el punto del suceso: quizá el undécimo badén, más alto e irregular que la mayoría, por lo que apreté el freno más intensamente que las veces anteriores y con tan gran torpeza que "olvidé" frenar con la rueda de atrás. Sucedió lo que tenía que suceder: al llegar a la meseta del badén el eje delantero comenzo a zizaguear y Mi Vespa a perder estabilidad. Por segunda vez pensé: aquí va a ser. Pero en vez de abandonar la trayectoria del vehículo a la suerte o a la inercia, saqué las piernas como un molino de viento y en cuestión de décimas de segundo recompuse el equilibro de la moto.
Aún me palpitaba el corazón en el siguiente cruce pero Mi Vespa ya circulaba derecha y sin peligro.