martes, noviembre 07, 2006

Final y Principio



A las seis en punto de la tarde de hoy día siete de noviembre de 2006 he aparcado definitivamente MiVespa querida cuando su marcador indicaba 44.440 kilómetros de aventuras.

Quizá debería haber derramado alguna lagrimita pero la verdad es que no me han salido, posiblemente porque la interminable lluvia ya mojaba suficiente todo o tal vez porque unos minutos después salía hacia el concesionario para recoger la nueva GTS que ha salido de la tienda reluciente y con un uno en el contador de su display digital.

Quizá debería haber saltado de alegría pero la verdad es que no me ha salido, posiblemente porque la interminable lluvia dificultaba cualquier cabriola o tal vez porque unos minutos antes había aparcado a mi querida compañera que durante tanto tiempo me ha servido de amiga más que de medio de transporte.

Para colmo, aún nadie se ha interesado por ella, por lo que la seguiré viendo aparcada a la puerta de casa y sin poder moverse porque he dado de baja el seguro.

Estoy convencido de que a Mi querida y veterana Vespa aún le queda mucha vida y espero que alguien se de cuenta pronto para que venga a recogerla pues no se merece morir en el olvido de una calle mojada.

Quizá este sea el final de este blog. O quizá el principio de otro. Quizá.

miércoles, octubre 25, 2006

Un ratito a pie...

...y otro ratito andando. Así voy desde hace ya... pues más de diez días. Y resulta que tengo dos vespas... o al menos eso se supone.
¿Y cómo es posible eso?
Muy sencillo. Mi Vespa, la de siempre, la de toda la vida, la que me ha acompañado a todas partes durante los dos últimos años, necesitaba, como sabrán los lectores asíduos, una manita de pintura y la nueva, la flamante GTS que tengo pedida desde hace... desde hace... "está viniendo de Italia". Qué digo yo que aunque la hubiesen traído rodando ya debería estar aquí así que más bien pienso que la traen empujando o a hombros para no desgastarla.
Y entre tanto, como decían en mi pueblo, una por otra, la casa sin barrer.
La verdad es que en el tren no se va tan mal pero, claro, no es lo mismo y, en cierto modo, uno se siente más alienado, más masa, con menos poder de decisión, más abocado a lo que la clase dirigente, Renfe en este caso, quiera hacer con tu vida. Que ellos quieren que te pares en un túnel, pues tú te paras. Que quieren que vayas apretado, pues tú, apretado. Es lo que tiene la democratización del transporte, así todo el mundo puede viajar aunque sea teledirigido. Y la verdad es que no se pasa tan mal. He aumentado el número de páginas leídas por día y ahora conozco más gente. Quizá también sea una ventaja que este periodo sobre raíles haya coincidido con la época de más lluvias desde hacía años porque lo cierto es que en tren te mojas menos que en moto. Vamos, eso, ni se duda. Ah, y te ponen música clásica. Vamos, el no va más. Tanto es así que, cuando las vías cruzan por encima de las autopistas de circunvalación y veo las ríadas de coches permanentemente parados, hasta me pienso si seguir utilizando el tren. Claro que, luego compruebo los horarios y el tiempo total que tardo en llegar a los sitios y, se me quitan las ganas. Vamos, que donde esté Mi Vespa, que se quite todo.
Bueno, Mi Vespa o la sustituta, porque ni os cuento las ganas que tengo ya de conducirla. Hace un par de días me dijeron que ya había llegado a Madrid. Al principio me puse contento y, iluso, llegué a pensar que esta misma semana la conduciría pero, luego, puestos a calcular, si en venir de Italia ha tardado dos meses, en llegar desde Madrid a Madrid tardará lo menos dos semanas.
En realidad, aún puede tardar un poco porque, incomprensiblemente, todavía no he logrado vender la protagonista de estas páginas. Incomprensible pero cierto. Ni tres semanas de anuncio en Motociclismo ni un mes en Segundamano, ni varios días en esta misma página, ni el boca a boca. Nada. Prácticamente nadie se interesa por Mi Vespa. Pero no es que no les guste, o les parezca cara, no, es que ni siquiera me llama la gente. Creo que, desde que puse el primer anuncio hasta hoy habré recibido dos o tres llamadas. Y para uno al que le gustaba -mucho, según aseguraba- vive a setecientos kilómetros de mi casa y no se atreve a venir a por ella. Tendré que seguir esperando pero, os advierto, queridos lectores, que os perdéis una auténtica joya. Y más ahora que, cuando vuelva, lo hará tan reluciente como recién salida de fábrica.

viernes, octubre 13, 2006

Descubrimiento

A veces, tienes que irte con otra para descubrir las ventajas de la tuya propia. Cada cual que piense lo que quiera pero eso es justo lo que se me vino a la cabeza cuando tomé MiVespa después de dos días conduciendo la nueva y deslumbrante GTV. Como he dicho en las notas anteriores, la mía necesitaba un pequeño repaso, una última puesta a punto antes del cambio de manos. Quiero que su nuevo propietario se lleve una buena impresión y la conduzca tan contento como yo durante muchos kilómetros.
El caso es que, al quedarme sin moto y no poder vivir sin una Vespa entre mis piernas, conseguí que me dejaran para probar el nuevo modelo presentado para celebrar el sesenta aniversario de la marca. Tengo que reconocer que al primer golpe de vista me defraudó un poco. El gris elegido me parecía demasiado frío, el faro sobre la rueda no me terminaba de convencer y, lo peor de todo: un horrible reloj digital donde hubiese quedado inmejorable uno analógico. Sin embargo, este modelo posee un atractivo que no deja indiferente a nadie. El manillar cromado. la cúpula y... para mi gusto, lo mejor: el asiento partido tapizado en cuero auténtico. En definitiva, una maravilla que me terminó de engatusar cuando me subí a ella y comprobé lo tremendamente ágil que resulta.
Pero... ¿he dicho "engatusar"? ¿He dicho que lo que más me gustó fue su asiento de cuero? Los gatos callejeros debieron pensar lo mismo. Apenas había recorrido veinte kilómetros con esta preciosidad casi sin estrenar cuando la aparco para hacer un recado que no me llevaría más de diez minutos. Al regresar dispuesto a aposentar de nuevo mis nalgas sobre el noble cuero, compruebo que un (¿c...ón!) gato callejero ha hecho lo propio con sus uñas convirtiendo en girones el flamante asiento. Imaginad mi disgusto.
Resignado, continúo con mis quehaceres. Eso sí, desde ese momento, cada vez que tengo que dejar la moto aparcada, la cubro convenientemente con un providencial chubasquero que he descubierto que viene incorporado a la moto bajo el propio asiento. ¡Qué detallistas estos italianos! me digo mientras protego el cuero parada tras parada.
Así sucedieron dos días. Al tercero devolví la prestada y recogí Mi Vespa del taller (aún sin terminar pero esto es tema de otra historia). Conduzco hasta casa. Aparco. Levanto el asiento para guardar los guantes y compruebo que... ¡Mi Vespa tenía un chubasquero exactamente igual al de la GTV! y ese chubasquero llevaba ahí desde el día que nació, hace ya más de tres años.
Toda la vida de la moto ocultando un chubasquero y yo, conduciéndola a diario, no me había dado ni la más mínima cuenta... Ahora ya sé que si llueve puedo proteger el asiento (aunque sea de eskai) con el chubasquero incorporado pero he tenido que serle infiel con otra para darme cuenta de las ventajas de la propia. Lo peor es que me temo que eso mismo nos pasa a muchos con todo... ¡y así nos va!

miércoles, septiembre 27, 2006

El aforador desaforado

Llené el depósito. No pensé que tocase tan pronto pero, como me encanta visitar a mis amigas de la gasolinera, no me importó tanto (y eso que cada vez veo menos a la que más me gusta...) . Recorrí unos pocos kilómetros y, de refilón, buscando otra cosa, encontré la aguja del nivel de combustible... ¿por la mitad? No es posible. Si sólo he recorrido unos cuarenta o, como mucho, cincuenta kilómetros... vale, soy positivo; buscaré el lado bueno: a la mañana siguiente tendré una nueva ocasión para ver de nuevo a mi "amiguita mestiza". Creo que ya soy famoso entre todo el personal femenino de esa cadena de gasolineras; y eso que no saben que hablo sobre ellas en la red pero esta mañana tampoco está la que más me gusta. Aún así tengo que parar a llenar. Esta vez me aseguro que rebose el depósito pero... miro a la aguja después de pagar y ¿otra vez por la mitad? ¡no es posible! Esta vez me he asegurado pero, por si acaso, al día siguiente vuelvo a visitar el oasis y, como era de suponer, sólo caben en el depósito tres euros de combustible y, lo que es peor, tras llenar, se enciende la luz de la reserva. ¡No! Lo que me temía: el aforador que me arreglaron hace apenas un mes, se ha vuelto a romper.
Voy a mi mecánico de cabecera y le cuento el problema. Ni se inmuta: "Traémela la semana que viene y te vuelvo a cambiar el aforador". ¡Pero si lo acabas de cambiar! le digo asombrado. Ya -me contesta- pero están viniendo fatal. A las equis nueve se lo tengo que poner nuevo cada dos meses.
Decía mi médico que, mal de muchos, epidemia, así que, desolado, me pongo el casco y vuelvo a mi lugar con la mirada fija en la lucecita amarilla del cuadro de mandos. De nuevo tendré que calcular el consumo de gasolina, al menos hasta la semana que viene que vuelvan a cambiarme el aforador desaforado. Menos mal que, mientras tanto, tendré muchas más oportunidades de visitar a mis gaslineras favoritas.

jueves, septiembre 21, 2006

En Venta

Sí, puede que esto sea el final de este blog. O puede que no. Mi Vespa está circulando sus últimos días bajo mis puños pero no me voy a bajar de una Vespa, sólo la voy a cambiar por otra más nueva. Y no porque mi querida GT presente síntomas de enfermedad o porque me haya defraudado. Nada más lejos de la realidad. De hecho, no estoy nada convencido de la decisión que acabo de tomar, que sólo responde a un impulso, a un flechazo, a un enamoramiento repentino que quizá tenga consecuencias nefastas.
¿Cuántos cuarentones se han enamorado de jovencitas y por correr a su lado han dejado todo? Hasta un amor consolidado y fiable... Pues ese es mi caso. He visto pasar la nueva GTS y al enamorarme de su lozanía, abandono mi fiel compañera.
En mi descargo debo decir que los kilómetros no pasan en balde. Que a diario recorro más de cincuenta kilómetros con Mi Vespa y que, aunque ahora se encuentra perfectamente, a ese ritmo pronto presentaría achaques y que por eso prefiero que ahora, que aún es joven, pase a otras manos que la vayan a tratar mejor que las mías.
Hemos pasado tantas aventuras juntos que representa más que una simple máquina. Como habréis podido leer en estas páginas, es una compañera y por eso no quiero que vaya muy lejos. Intento que se la quede algún amigo o conocido. Alguien que sepa que se lleva un motor con alma pero aún nadie se ha interesado por ella y empiezo a pensar que voy a tener que quedarme con dos Vespas aunque no se si serían capaces de convivir en el mismo parking.
Por eso te invito a ti, que lees esto habitualmente y ya conoces a Mi Vespa como si fuera tuya, a que la conduzcas todos los días. Te aseguro que no te arrepentirás.
El blog quizá siga con las aventuras de la GTS ¡roja! o quizá no. Pero aún queda por contar toda la aventura de la venta y, eso es otra historia.

jueves, agosto 31, 2006

No hay aventura

Hoy tenía todos los ingredientes para escribir una gran aventura pero la noticia es que no hay noticia. Que el tema daba juego ha quedado demostrado a lo largo de los dos años de existencia de este blog, sin embargo, a la hora de la verdad, todo ha quedado en nada.
Imaginad la situación.
Madrid. Agosto. Tres de la tarde. Hay que transportar durante veinte kilómetros, incluyendo quince de carretera, lo siguiente:
- Una mochila con patines de línea
- Una barra de pan cinco cereales
- Una carpeta con partituras
- Un bolso
- Una bolsa de papel con otro bolso para regalar
- Un jersey rojo de rayas
- Un casco aparte de los que se utilizan
- Mi morena favorita
- y... ¡una pizarra de 100 x 50 cm!
Todo eso en Mi Vespa.
Imaginad la escena: por un lado la moto y por otro, desplegado alrededor de ella todo lo que hay que transportar como si fuese un catálogo. Se admiten sugerencias. ¿Cómo lo hubieses llevado tú? Una pista: la mochila con los patines no cabía en el cofre.
Durante toda la mañana previa al traslado, mi compañera de viaje me estuvo preguntando: ¿vamos a caber? ¿Cómo vamos a llevar la pizarra? ¿No será peligroso? No te preocupes, llegaremos sanos y salvos y sin problemas. Además, lo pasaremos bien y, en último caso, tendremos algo que contar en el blog. "Vale, vale, está bien pero... ¿no será peligroso?"
No voy a detallar como entró todo pero el caso es que logramos distribuir todo en los huecos de la moto salvo... claro, ¡la pizarra!
Ya había llevado en Mi Vespa un cuadro descomunal y eso me confería cierta tranquilidad aunque confieso que aún no había pensado en la solución definitiva. Miré la moto, miré la pizarra, comparé medidas y verifiqué que no había muchas opciones así que situé la pizarra en vertical entre el cofre y la espalda de mi acompañante, convenientemente atada, eso sí.
No soy ingeniero ni entiendo mucho de aerodinámica pero imaginaba que esa colocación podía plantear problemas a unas horas y en una época del año en que las corrientes térmicas se muestran especialmente juguetonas. A diario, sin carga, puedo comprobar como en un par de curvas el viento juega con la moto a su antojo.
Pero nos arriesgamos. Rebajé considerablemente la velocidad de crucero y observé por el retrovisor los posibles movimientos de la pizarra. No se movía y mi acompañante me hacía señas con la mano de que todo iba bien. Salimos a la carretera y todo seguía bien. Llegamos a la zona de más viento y la pizarra sin moverse. En la curva donde da la vuelta el viento, la pizarra fija a la moto. Tuve tentaciones de acelerar pero no quise arriesgar más.
En ese momento, comprobé como la mayoría de los que viajaban en los coches se nos quedaban mirando y volvían la cabeza para no perder detalle. Entonces se me ocurrió una cosa que provocó mi risa a carcajadas mientras no dejaba de conducir y vigilar por el retrovisor. Pensé que podíamos haber escrito en la pizarra algo como "Recién casados". Entonces mirarían con razón. Y pitarían, seguro. Imaginaba la reacción de los conductores leyendo el letrero imaginario en la pizarra y no paraba de reír yo solo mientras mi compañera, contagiada, se reía de mi por inercia, ignorante de lo que sucedía en realidad. Después de eso seguí imaginando posibles letreros en la pizarra tales como remedos de los que coloca la DGT en sus paneles: ¡Cuidadíinnn, que te quedan tres puntitos! o ¡Tronco, no te pases! y con cada lema nuevo mi risa aumentaba bajo el casco.
Eso era lo único que sucedía: dentro de mi cabeza. Por más que miraba por el retrovisor, la pizarra no se movía ni un milímetro (bueno, creo que le dio un par de cabezados a mi compi) y yo pensaba qué narices iba a escribir en esta página si no sucedía nada reseñable. Hasta que me di cuenta que la no noticia es una noticia en sí misma.
Efectivamente, llegamos a casa sanos, salvos, y con la pizarra más entera que el virgo de La Macarena. Entonces, mientras cantábamos victoria, al antebrazo de la morena de Mi Vespa le entró un temblor misterioso, improcedente y, en apariencia, inexplicable. ¡Tengo que tocar el piano! me dijo alarmada y comenzamos las averiguaciones.
Una vez repasados los hechos, constatamos que había viajado durante quince kilómetros sujetando con fuerza uno de los lados de la pizarra y que la tensión en el tendón le había provocado el mencionado temblor así como la inesperada estabilidad de la pizarra.
Tras el susto inicial, la pianista recuperó su tensión habitual y los tendones respondieron a las órdenes del cerebro mientras interpretaba magistralmente la Bossa de Ciudad.
Como has comprobado, querido lector, hoy no hay noticia, puesto que no pasó nada y no me queda más remedio que afirmar, aunque me cueste, que hoy, no hay aventura que contar.

martes, agosto 29, 2006

El diablo sobre ruedas

Debe existir una ley. Estoy seguro que, con tantas leyes como hay para regular el tráfico y el transporte por carretera debe existir una ley que prohiba a los camiones que transportan escombros ir lanzando granadas contra los que circulan tras ellos. Y, si existe, ¿por qué no se vigila para que se cumpla? Se habla mucho del exceso de velocidad, de la utilización del teléfono móvil y... ¿Qué pasa con los transportes que no cubren su carga? ¿Acaso no suponen un peligro real y diario?
Que nos lo pregunten a todos los que a diario tenemos que usar la A-3 para salir de Madrid. Se podría realizar un estudio estadístico serio pero así, a ojo, podría asegurar que la mitad de los usuarios habituales de esta carretera tienen o han tenido la luna delantera picada o rajada a causa de las piedras que sueltan los camiones que se dirigen al vertedero sin cubrir adecuadamente su carga.
Ya peligroso si viajas en coche, cuando circulas en moto el peligro se multiplica porque hay que convertir la conducción normal en una carrera de slalom para esquivar continuamente los objetos que va desparramando El diablo sobre ruedas. Objetos, por cierto, de lo más variopinto porque no os podéis hacer una idea de las cosas que tira la gente...
Lo normal es que estos agresores del asfalto, creyéndose pulgarcitos, vayan dejando un rastro de escombros pero en este cuento no vienen pajaritos a "comerse" las migas y al peligro de impacto se una el de pérdida de adherencia.
Ayer tuve suerte y, en vez de recordar al granizo, la carretera parecía de fiesta pues el camión que llevaba delante lanzaba restos de papel como si fuese confeti. Claro que, no se trataba de pequeños pedacitos de papel sino de sábanas enteras y yo sobre Mi Vespa, mientras trataba de adivinar el recorrido del periódico errante para poder esquivarlo, me imaginaba con un pliego de noticias caducas cubriéndome la cara igual que en las mejores escenas de dibujos animados.
Cuando logré adelantar al lanzador de papel comencé a tocar el claxon y agitar las manos en señal de protesta pero me temo que, en vez de darse por aludido, debió pensar que celebraba la fiesta que él se encargaba de adornar.
Por todas partes busqué un guardia civil para avisarle del peligro pero no encontré ninguno. Imagino que estaría muy ocupado escondido tras el pilar del puente de una autopista de tres carriles para pillar in fraganti a un "temerario" y desprevenido conductor que circulase a ciento veintidós kilómetros a la hora.

miércoles, agosto 09, 2006

El parte

42.424 km
Salir del taller, lo que se dice salir del taller, la moto salió perfecta. O sea, me arreglaron lo poquito que había por arreglar y revisaron lo que ya funcionaba bien pero necesitaba mantenerse. O sea, dispuesta para seguir recorriendo muchos kilómetros, como hasta ahora pero...
Llamé a la hora prevista para recogerla:
- Hola Eugenio ¿Qué tal? ¿Tienes lista ya Mi Vespa?
- Esto... sí pero... verás...
- ¿Qué pasa? ¿Tenía alguna avería gorda que no hubiera visto?
- No... no es eso. Lo que ha pasado es que...
- Chico, me estás asustando. ¿Está bien mi moto? ¿Le ha pasado algo?
- Pues verás... ya que lo preguntas... sí, la moto está bien pero...
- ¡¿Pero qué?!
- Pues que ha venido otra clienta en coche a recoger su moto y mientras maniobraba para dar la vuelta ha tirado una de las motos que estaba aparcada fuera y ésta, al caer, ha golpeado a la tuya y se ha arañado un poco...
- ¡¿Se ha arañado un poco?! ¿Qué es "un poco"?
- No ha sido mucho, te la puedes llevar pero tienes que volver a traerla para que la pintemos. Pero no te preocupes que tengo los datos y el seguro se hará cargo de todo.
Ya me estaba asustando. Caída, arañazo, pintar, seguro... todas esas palabras rebotaban en mi cabeza según salían del teléfono y en su ir y venir por el interior de mi cerebro dibujaban los escombros de un escúter. Insistí: ¿Pero la moto está bien?
- Bueno, ya te he dicho que tiene un golpe en el escudo frontal y alguna cosilla más.
- Ya, sí, pero digo que si está bien, que si anda, que si no se le ha roto nada más que la carrocería.
- Sí, no te preocupes, de todo lo demás está perfecta.
Inmediatamente corrí al taller y comprobé los desperfectos. Los golpes, unidos a la suciedad acumulada de varios días sin usarse y sin lavarse daban a mi querida Vespa un aspecto más bien patético pero me recompuse y evité limpiarla en ese momento con lágrimas.
El propietario del taller me explicó con detalle como había sucedido el accidente, que el causante había reconocido su culpa y estaba dispuesto a dar parte al seguro para que cubriera con los gastos de reparación de Mi Vespa. Comencé a tranquilizarme. Realmente los daños no eran más que estéticos y, bien pensado, cuando saliese del taller de pintura quedaría realmente como nueva.
Optimista aunque apenado conduje la moto a casa y, casi lo primero que hice fue lavarla a mano centímetro a centímetro, como si curase las heridas de un niño después de una pelea. Me llevó un tiempo considerable pero el resultado mereció la pena. Flamante. Quedó realmente flamante y, entre el brillo de la carcasa, los arañazos apenas si se veían.
Al día siguiente llamé a la autora del desaguisado que, muy simpática y educada pidió disculpas y se ofreció a resolver cualquier posible problema derivado del accidente. Tomamos nota de los datos para dar parte a las respectivas compañías y colgué el teléfono más satisfecho.
Pero estamos en agosto y, Madrid durante este mes se convierte en una ciudad fantasma que vive aletargada. O sea, que ni compañías de seguro, ni talleres, ni concesionarios, sólo unas calles vacías (en obras, eso sí) por las que circular muy a gusto con Mi Vespa herida.

martes, julio 25, 2006

París

42.000 km
Mi Vespa ha estado parada durante una semana y... ¡cómo la he echado de menos! ¿El motivo? He salido de viaje y no cabía en el avión. Durante siete días he recorrido las calles de París sin Vespa durante el periodo más caluroso del año, sufriendo la canícula y los rigores del metro sin aire acondicionado mientras veía aparcadas en todas las aceras decenas de Vespas como la mía pero que no eran la mía. Y sin embargo he disfrutado. No sólo de los agotadores paseos bajo el sol tan castigador como el de Don Rodrigo o de las tiendas o los clásicos monumentos abarrotados de turistas. No, no sólo he disfrutado con todo eso, también he disfrutado y mucho, con la enorme cantidad y variedad de Vespas encontradas.
A primera vista ya me sorprendió gratamente el parque móvil sobre dos ruedas y los aparcamientos exclusivos y el respeto a los motoristas y su convivencia con mayores (coches) y menores (ciclistas) pero en el segundo vistazo comencé a descubrir los tesoros vesperos que no eran pocos. Incontables "cincuentas" de los sesenta en perfecto estado de funcionamiento, algún modelo incluso anterior, las lujosas getes hermanas de MiVespa condimentadas con el catálogo completo de accesorios y algunos descubrimientos como los que ilustran esta nota descubiertos en pleno Saint Germain y que no pude evitar fotografiar. (Si hubiese registrado todas las que me gustaron no hubiese cabido en las tarjetas de memoria ni la puntita de la Tour Eiffel).
Pero las vacaciones terminan siempre pronto y la realidad abofetea más fuerte que un cura a su alumno. Cargué la maleta con bellas postales vesperas y regresé a la ciudad que nos hace sufrir.
Retiré el polvo acumulado sobre el asiento durante siente días y salí a pasear. Disfruté del clima (sorprendentemente fresco en comparación con el parisino), de las avenidas y de la noche hasta que... pof, pof, pof... la gasolina llegó a su fin sin avisar. Después de una semana sin usar Mi Vespa, reconozco que no tenía ni la menor idea de por dónde se encontraba el nivel y, debo recordar que aún seguía sin reparar el nivel del depósito.
Tras una llamada de auxilio, no tardé en disponer del respostaje necesario aunque en el tiempo ode espera tuve ocasión de charlar con el simpático y espontáneo conductor de una NRG que se ofreció a ayudarme a lo que fuera menos a llenar el depósito porque, según me confesó, su reserva había chillado hacía, al menos, veinte kilómetros. Tan simpático me cayó el chaval que no dudé en regalarle algún litro de combustible que aún quedaba en la bolsa de emergencia tras alimentar a Mi Vespa.
Llegué a casa sin más contratiempos y esta mañana, lo primero que he hecho ha sido llevarla al taller para que le miren todo lo que tengan que mirarle y la dejen mejor aún de lo que está porque tiene que quedar muy guapa ya que... ya que... ...bueno, aún falta algún detalle por ultimar pero... lo más probable es que... dentro de muy poco Mi Veterana y querida Vespa deje hueco libre a su sucesora... (y hasta aquí puedo contar).

jueves, junio 29, 2006

10 min.

40.975 km
Madrid, una concurrida plaza céntrica. Verano. 00:30 h. Abro el cofre, me pongo el casco, la cazadora, los guantes. Arranco Mi Vespa. Culebreo entre las calles buscando la salida. Un taxi se detiene. Un semáforo se cierra. Dos bellas cruzan de improviso, me obligan a frenar, se asustan, bromeo, sonríen. Esquivo al camión de la basura. Coches con ventanillas abiertas, descapotables. Escucho su música. Gente sale de los bares. Semáforo abierto. Semáforo abierto. Semáforo cerrado. Una moto deportiva a mi lado, su piloto mira de reojo y gira el puño, luz verde, él se queda atrás. Túnel despejado. Horizonte de asfalto. Noche negra. Autopista. Noche fresca. Acelero. La aguja del velocímetro sube. Acelero. Velocidad máxima. Sigo girando el puño. Horizonte de línea discontínua. Curvas perfectas. Velocidad máxima. Vía de servicio. Velocidad máxima. Curva contra curva. Velocidad máxima. Próxima salida. Me inclino sin dejar de girar el puño. Túnel. Freno. Avenida. Badenes. Freno. Semáforo cerrado. Semáforo abierto. Asfalto roto. Giro a la derecha. Giro a la derecha. Mi calle. Sitio libre. Aparco. Corto la corriente. Giro la llave.
00:40 h. Solitaria y silenciosa calle del extrarradio. Corre el aire fresco.

jueves, junio 15, 2006

La tromba

40.400 km
Mi cazadora de cuero no es impermeable. Al menos no aguanta media hora bajo la intensa lluvia de una tormenta de verano, la media hora más larga que recuerdo sobre Mi Vespa. Tampoco los guantes de verano (aunque eso ya lo imaginaba), pues los dedos han llegado como quedan los garbanzos cuando los dejo en remojo la noche antes de preparar el cocido.
Ya llovía cuando salí de casa; en realidad ya llovía cuando me desperté y las gotas repiqueteaban contra los cristales como los tambores de Calanda pero confié en los rigores veraniegos y pensé que la nube se marcharía tan rápido como mi sueldo. Aún así se me ocurrió ponerme la chaqueta de invierno, totalmente impermeable, pero al abrir el armario me dio calor verla tan gruesa y pereza sacarla de su funda y tan gruesa. Cuatro gotas, no puede caer más, volví a pensar ingenuo. Al llegar a la calle y ver cómo el cielo pasaba de castaño a oscuro miré mis guantes y dudé si volver a por los de invierno pero repetí el pensamiento que tuve respecto a la chaqueta y me atreví con los frescos veraniegos. El grifo del cielo seguía abierto y el chubasquero para las piernas viaja siempre bajo el asiento de Mi Vespa; menos mal que ni por un momento dudé ponérmelos.
Nada más arrancar ya suspuse que no tendría un buen viaje. Decir que llovía no describe con fidelidad la realidad. Decir que llovía mucho aún queda lejos. Podría probar con "llovía torrencialmente", "diluviaba", "caían chuzos de punta" o cualquier otra similar pero la sensación que tuve es que el fontanero del cielo quería llenar todos los pantanos de la península en un par de horas. De hecho, lo consiguió con todos los vados, baches, hondonadas, ramblas, hundimientos, socavones, zanjas, roderas, desniveles, agujeros y depresiones (que no son pocos) que hay en la Comunidad de Madrid.
Al llegar al primer cruce comprobé como la distancia de frenado aumentaba peligrosamente (Menos mal que no iba muy deprisa). En la primera rotonda, ya convertida en Aquópolis, la moto comenzó a dudar de su punto de equilibrio y antes de salir a la autopista la visera del casco ya parecía el espejo de una sauna.
Reducir la velocidad, primera norma, sin duda. Después, multiplicar la atención, dividir las frenadas, sumar precaución... todo eso lo sé pero no resultaba fácil la aplicación de la fórmula si me faltaba uno de los elementos clave: la visibilidad. Cuanto más avanzaba, menos veía. Por más que limpiara el casco constantemente la intensa lluvia volvía a oscurecerlo. Si levantaba la visera resultaba peor porque el agua se metía en los ojos.
¡Ah!, y el tráfico. ¿No había dicho que la autopista se encontraba prácticamente colapsada? Bueno, podías haberlo supuesto ¿no? O sea, que el reto no consistía sólo en batallar contra el temporal sino contra los coches, nerviosos por la suma de agua y retención. Sí, tengo que confesar que pasé miedo en varios momentos, por ejemplo cuando, con unos segundos de anticipación (debido a la escasísima visibilidad) descubrí ante mí una profunda piscina ¡en medio de la autopista! Pude esquivarla a tiempo y sin demasiada brusquedad pero ya me veía yo buceando con moto y todo.
Creo que nunca antes había tenido tantas ganas de llegar al trabajo. ¡Qué alegría al descubrir la calle de la empresa! ¡Qué alegría al aparcar la moto y comprobar que todos mis huesos se encontraban en su lugar preciso! ¡Qué fastidio al darme cuenta que los mismos huesos ubicados en su posición correcta chorreaban agua hasta por la médula!
Subí a mi puesto tal cual, sin quitarme ni el casco, como si fuese un buceador de esos antiguos de la escafandra y chorreando igual que si el Nautilus tuviese goteras. Tan empapado me encontraba que la operación de despoje de prendas tuve que efectuarla despacio y con meticulosidad, procurando no empapar cuanto había a mi alrededor y, aún así, no pude evitar dejar un charquito en el suelo. Lo peor, sin embargo, se encontraba bajo el caparazón pues la camiseta parecía que acababa de salir de la lavadora con el centrifugado estropeado. Por suerte, en el departamento de al lado tienen camisetas promocionales y pudieron prestarme una nueva que, aunque cuatro tallas más que la mía, me sentó de maravilla.
Ni el calor que irradia el monitor ni la temperatura de la oficina lograron secar las prendas que aún por la noche continuaban húmedas. Quizá por eso, cuando a la noche decidí salir a celebrar el jueves, miré al cielo y lo vi más negro que el futuro de una mariposa, dejé Mi Vespa bien aparcadita frente a casa. Y es que no valgo pá ná...

viernes, junio 09, 2006

Atascada, cornuda y cuarentona

40.115 km
Hace tiempo que debería haber escrito esta crónica. Hace, al menos mil kilómetros que debería haber escrito esta crónica. Tanta distancia hemos recorrido desde aquel histórico atasco que hoy se me acumulan las anécdotas y me traiciona la memoria hasta tal punto que me veo en la obligación de fundirlas bajo este título que, aunque nada tiene que ver me recuerda a aquel de sexo, mentiras y cintas de vídeo. (porque, a pesar de la infidelidad no hubo sexo, mentiras hace tiempo que no cuento y en vez de cintas de vídeo guardo copia escrita en esta misma página de todo lo sucedido).
Todo empezó un lunes en el que viví el mayor atasco de la historia. Al menos de mi historia motociclista. Incluso a bordo de MiVespa el tiempo empleado en el recorrido que me lleva al trabajo se multiplicó por cuatro. Es decir, que si habitualmente tardo unos quince o veinte minutos en llegar, ese lunes maldito tardé más de una hora. Y aún así me sentí afortunado porque los enlatados más atrevidos (los que no se volvieron a su casa tras la primera hora de permanecer parados) llegaron a emplear cuatro horas en alcanzar su destino. De esta anécdota hubiera obtenido mucho jugo si la hubiese contado nada más llegar pero no podía perder más tiempo y olvidé la escritura por lo que ahora se ve relegada a ser un párrafo más dentro de una historia compartida.
Esa misma semana parecía que los astros se habían conjurado contra la capital porque cada día de la semana se produjo un accidente en alguna de las arterias principales de la ciudad y todas las mañanas se repitieron los atascos aunque, es verdad, nunca como el del lunes.
Mi amiga no los sufre porque vive en pleno centro y acude a todos los lugares andando o en metro (o en el asiento trasero de MiVespa) sin embargo, no sé si desde que ha probado mi moto o el deseo subyacía antes, se ha dado cuenta de todo el tiempo que se ahorra recorriendo la ciudad en un scooter y lleva varios meses dando vueltas a la idea de comprarse el suyo propio (por mucho que le guste compartir Vespa) y le había echado el ojo a un modelo precioso. Las cosas como son, se me presentó la oportunidad de conseguir una unidad similar a la que ella deseaba comprarse por lo que aparqué MiVespa y me cogí a su prima (para los del otro lado del océano, vale el doble sentido de la palabra, así tiene más gracia). No diré su nombre para no herir sensibilidades pero ya desde el primer momento notaba yo que no me veía a gusto. Que aquella no era mi compañera habitual y que no se comportaba tan bien como yo estaba acostumbrado. En realidad yo no deseaba serle infiel sino que lo hacía porque mi amiga la conociera pero me pasé toda la tarde montándola y no me gustó. Respiré aliviado cuando la aparqué donde la había tomado y volví a subirme a Mi Vespa. Mi amiga estuvo de acuerdo conmigo y dijo que como en el asiento trasero de MiVespa no se va en ningún otro lugar por lo que aplazó la fecha de su compra hasta mejor momento.
Sin embargo, yo parecía no escarmentar y me marché de vacaciones a una isla. El primer deseo nada más aterrizar fue alquilar una moto pero no había vespas y tuve que conformarme con lo que me ofrecieron. ¿No quieres un coche? me insistían y yo, terco como una mula: no, no; quiero una moto; todos los días me muevo en moto y creo que en la isla es la mejor opción. Al día siguiente estaba pidiendo que me la cambiaran por un coche. Sin duda, aquel cientoveinticinco con marchas que me vendían como una moto resistente y capaz no le llegaba a MiVespa ni a la altura de las llantas; me arrepentí de haberle sido infiel (dos veces en quince días) y eché mucho de menos a mi máquina querida.
De regreso a la península la encontré cubierta de polvo, incluso algo triste. No la oculté mis deslices pero arrancó a la primera. Entonces me di cuenta de un detalle que delataba su contador: estaba a punto de cumplir los cuarenta.
Me emocioné y pensé celebrar alguna fiesta pero el día a día me engulló y llegado el momento, ni siquiera pude fotografiar el cuenta kilómetros. Ahora MiVespa pasa de los cuarenta mil kilómetros. Me dicen que pocos escúteres alcanzan semejante kilometraje pero MiVespa está como el primer día, por no decir mucho mejor. Aunque padece algún achaque típico de la edad, derrocha salud y alegría y la reparte entre los que estamos cerca. Algunos me dicen que si pensara venderla lo tendría difícil con semejante experiencia. Sin embargo yo creo que está en su mejor momento y que va a seguir dando que hablar, al menos, durante otros cuarenta mil.
Muchas felicidades, MiVespa.

martes, mayo 16, 2006

De acampada

39.150 km
Empiezo a animarme a realizar viajes de medio recorrido en Mi Vespa. Si el primero me inquietaba y supuso casi una aventura, con cada nueva excursión disfruto más del camino y de la moto. Al fin y al cabo me recorrí toda España a bordo de mi querido 2CV que corría menos que la Vespa. De hecho, llevo tiendo dando vueltas a un proyecto de viaje largo, por etapas, por supuesto, acompañado por Mi Vespa y el recorrido de este fin de semana servía de ensayo de lo que podría ser una aventura cargado con mochila y tienda de campaña.
Un grupo de amigos habíamos planeado la escapada desde hacía varias semanas. Se trataba de pasar dos días en un camping no demasiado lejano para reunirnos los de antaño con las parejas (el que la tuviera) y los niños (el que los tuviera). O sea, todos irían en familia y yo solo.
Confieso que mi primera intención fue llevar el coche y pertrecharlo con todo lo necesario para una acampada familiar pero un imprevisto golpe sin importancia me obligó a dejarlo en el taller durante algunos días, justos los del viaje. Mis amigos se ofrecieron a llevarme en sus flamantes coches nuevos pero viéndome rodeado de sillitas de bebé, mareos y con un salpicadero de madera como horizonte opté por cargar con lo imprescindible en una pequeña mochila y subirla a lomos de Mi Vespa. No me arrepentí.
Si siempre comienzo los viajes con más ilusión que equipaje (y creo que no viajo poco), en esta ocasión se multiplicaba la alegría. Esa mañana madrugué a pesar de que la noche anterior había sido de las de epopeya y preparé el bulto con esmero. Me las ingenié para sujetarlo a la parte trasera de la moto y partí.
Como las cabezas pensantes de mi municipio han decidido que la mejor manera de controlar los excesos de velocidad es construyendo elevados badenes a lo ancho de todas las avenidas, cuando aún no había recorrido ni un kilómetro comprobé que el atijo de la impedimenta resultaba insuficiente pues se vino abajo a tercer guardia tumbado. Como me gusta consolarme diré que, al menos no sucedió en carretera, o sea que no hay mal que por bien no venga. Paré y volví a atar la mochila. Esta vez bien de verdad. Lo malo es que tenía que llenar el depósito de gasolina (Recuerdo que sigo sin arreglar el indicador del nivel de combustible por lo que me interesa asegurar la autonomía) y para ello necesitaba volver a descargar la mochila con su tienda de campaña y su aislante, repostar y volver a colocarlo. No es que tardara mucho en la operación pero sí algo más que el equipo Renault en el GP de Montmeló. Ahora sé que si me decido a completar el largo viaje por etapas debo pensar mejor el sistema pues desatar la mochila, bajarla, levantar el asiento, llenar el depósito, volver a bajar el asiento, subir la mochila y volver a atarla puede resultar un poco pesado si me animo a recorrer el perímetro de la Península. (Eso tiene más de los doscientos kilómetros y pico que tengo de autonomía ¿verdad?).
Con el depósito lleno continué el viaje. Los primeros kilómetros transcurrían por circunvalaciones y autovías cargadas de tráfico por lo que me los tomé como un triste trámite necesario a la espera de la carretera, una carretera tristemente de actualidad en estos días como sabréis los vecinos de Madrid. Un bello trazado frecuentado no sólo por motoristas y domingueros sino por una importante representación de la fauna ibérica que los gobernantes de turno y especuladores se empeñan en destruir para convertir bosques en asfalto. Ciertamente esta carretera suele estar permanentemente atascada pero considero que si ampliasen los carriles no desaparecería el atasco y sí la tranquilidad para muchas especies. Al fin y al cabo, quienes la usamos ya sabemos a lo que nos atenemos; es como el precio que hay que pagar por llegar a los bellos destinos que ofrece esta ruta.
Lo bueno es que viajando en moto los efectos negativos se minimizan y se puede circular durante muchos kilómetros adelantando coches prácticamente parados: un aliciente extra de utilizar Mi Vespa.
Así, al tran, tran y sin parar, llegué a San Martín de Valdeiglesias, donde me encontré más perdido que un pulpo en la Gran Vía a uno de los concurrentes a la acampada. Le adelanté sin que se diera cuenta y, mientras él preguntaba a un lugareño como llegar al destino acordado, yo le hice señas con el brazo de que me siguiera. Como no debe haber por ahí muchos tíos en Vespa con una tienda de campaña a la espalda enseguida se dio cuenta que era yo, supongo que se despidió del vecino y me siguió hasta el lugar de la acampada. Eso sí, tuve que tener mucho cuidado para no perderle de vista por el retrovisor porque en cuanto me olvidaba un poco de él se quedaba atrás y tenía que esperarle, especialmente durante los siete kilómetros finales del trayecto que transcurría por una estrecha pista forestal con más agujeros que un abrigo de lana en un bodorrio de polillas.
Cuando nos encontramos todos y tras saludarnos comenzamos el montaje de las tiendas. Como ya había terminado de montar la mía mientras los demás aún estaban sacando bultos de sus amplios maleteros, formamos equipos para terminar antes la tarea. No viene a cuento describir los pormenores del agradable fin de semana que, como todo lo bueno, terminó antes de tiempo.
Nuevamente cargué la mochila en la moto y anticipé el regreso para que no se me hiciera de noche y poder disfrutar mejor de los paisajes. Ante cada cruce escogí siempre la carretera más pequeña y así, sin más prisa que la carrera contra el sol, llegué a casa a la vez que el astro al horizonte contento y satisfecho por haber completado con éxito una nueva aventura sobre Mi Vespa.

La batería

39.000 km
Se sorprenden quienes me conocen de mi extraordinaria energía y con frecuencia me preguntan como me las apaño para recargar las baterías. No tengo respuesta pero sí sé que, de no ser por la inestimable ayuda de Mi Vespa no llegaría ni a la mitad de las citas. Esto, que ya sabía, lo he podido comprobar precisamente cuando a ella se le acabó la batería.
Salía del cine y fui a llevar a mi acompañante a su casa. No sé si por hacer honor a mi apellido o por obsoleta costumbre reminiscencia de la educación machista recibida, siempre espero a ver como la dama se pierde en el portal de su casa antes de marchar a la mía. Así lo hice en esta ocasión con la diferencia de que, cuando me dispuse a arrancar, las luces se fundieron a negro y el motor de arranque guardó un profundo silencio. Creo que me he quedado sin batería en todos los coches que he tenido pero nunca me había pasado con la moto. Con las cuatro ruedas siempre solucioné el problema bien empujando bien gracias a la energía de algún otro coche cercano traspasada por los cables de emergencia. Pensé que la solución en este caso debía ser la misma pero cuando comencé a telefonear a todo el mundo que en ese momento pensé podría ayudarme no encontré nadie que pudiera prestarme los mencionados cables. Sólo me quedaba empujar pero... ¿Hasta dónde? Mi casa quedaba a unos cinco kilómetros de ese lugar y cuesta arriba. No es que sea imposible arrastrar cien kilos sobre ruedas durante esa distancia a las doce de la noche pero no es muy deseable así que había que pensar otra solución. Aunque imaginaba el resultado, miré en la parte inferior del costado izquierdo por si encontraba la palanca de arranque tan habitual en las antiguas Vespas. En este momento lamenté no conducir una clásica pues, efectivamente, sólo encontré el inutil y moderno motor de cuatro tiempos que hasta entonces tan útil me había resultado.
No tardé en darme cuenta que a escasa distancia y cuesta abajo se encontraba uno de los principales centros comerciales de la zona y que, si me veía capaz de llevar hasta allí a Mi Vespa quizá encontrase alguien conocido que pudiera echarme una mano así que arrastré la moto unos metros hasta encararme en la rampa de lanzamiento y me subí a ella. También en ese momento eché de menos a las clásicas que arrancaban a empujón. Por lo que yo sé, un motor con cambio automático que para ponerse en marcha necesita tener accionado el freno no puede ponerse en marcha de tirón (Y si alguien sabe como, por favor, que me lo cuente), así que me deslicé cuesta abajo durante un par de kilómetros hasta llegar al mencionado centro.
A pesar de la fiebre consumista y el éxito popular de este tipo de superficies, sólo obran milagros en las cuentas corrientes de sus propietarios por lo demás, poco más da que no te arranque la moto en medio de ninguna parte que en la explanada del Carrefour aunque también es verdad que las luces de neón acompañan un poco.
No conseguí que nadie me ayudase a arrancar la moto pero sí que me llevasen a casa, algo es algo pero hasta ese momento, y por no sentirme totalmente inútil, se me ocurrió desmontar la batería inservible. Sí, allí estaba yo, pasada la hora bruja de una preciosa noche de mayo, en el parking vacío de un centro comercial desmontando la batería de Mi Vespa. ¿Para qué? ¡Y yo qué sé!
Una vez en casa traté de dormir y de replantearme el día siguiente sin mi querida Vespa. Ya sé que miles de personas lo hacen a diario y son muy felices pero para los que estamos acostumbrados a disponer de nuestro propio medio de locomoción esto supone casi una catástrofe, más aún si vivimos en un municipio a casi veinte kilómetros del lugar de trabajo.
Me levanté antes de lo habitual y me acerqué caminando hasta la parada del autobús que me llevó hasta la estación de metro que me llevó hasta la de tren que me llevó a sólo diez minutos a pie del lugar donde tengo que fichar. La cosa se dio bastante bien y sólo tardé unos setenta minutos después de pagar en billetes lo que medio depósito de gasolina. Lo cierto es que me dio tiempo a terminar el libro que leía y a conocer nuevos rostros en el vagón. Entre unas cosas y otras llegué contento al trabajo. Mucho peor resultó el regreso.
Antes de que Mi Vespa decidiera descansar yo había planificado esa tarde como casi todas las mías, con múltiples citas incluido un paseo en Vespa a mi amiga del alma fan de la moto y de este blog (Un beso, guapa). La estrategia consistía en comprar una batería nueva, instalarla en el menor tiempo posible y acudir, al menos, a ese encuentro. Mal empezamos, pues la salida del trabajo se retrasó casi dos horas. A esa hora tampoco quedaba nadie cerca que pudiera acercarme a alguna parada de autobús así que caminé hasta ella. Atención, madrileños, si alguna vez tenéis prisa, nunca, repito, nunca, toméis la línea 8 de autobús. Mejor acercaos andando. Da igual donde queráis ir, tardaréis menos. Desde que llegué a la parada hasta que apareció el vehículo rojo pasaron (y creedme que no exagero) casi tres cuartos de hora. Dos mujeres que esperaban antes que yo se habían hecho amigas durante la espera y ya se contaban intimidades cuanto llegó el bus y yo no participé porque andaba enfrascado en la lectura. No sé si se trata de una táctica de la Empresa Municipal de Transportes para fomentar las relaciones sociales entre los madrileños. Una vez a bordo comprobé que yo debo ser un bicho raro, uno de los extraños especímenes que paga con dinero en metálico. El conductor puso cara vinagre cuando le entregué el billete y hasta tres paradas después no me dio las vueltas, teniendo que buscar, incluso, en el monedero de su bolsillo. Y no creáis que le pagué con un billete grande. Casi había llegado a mi destino cuando terminó de cobrarme. Bajé y caminé otros diez minutos hasta el siguiente autobús. En este tiempo recibí una importante llamada y reconozco que se me hizo corto el paseo pues anduve ocupado resolviendo el asunto telefónico, el mismo que me tuvo entretenido durante los siguientes cuarenta minutos hasta que llegué al centro comercial donde había dejado Mi Vespa la noche anterior aunque en este caso no se me hizo corto porque veía pasar los minutos y aproximarse la hora a la que debía encontrarme con Ella. Creo que si me hubiese bajado del bus en la primera parada de mi municipio y hubiese caminado habría llegado antes pero eso yo no lo supe hasta que no sufrí la "increíble velocidad" de la camioneta. Por si fuera poco, pagué la novatada de usuario busero confundiendo las letras apagadas del rótulo de "parada solicitada": creyéndolas encendidas no pulsé el botón y el conductor se pasó de largo el punto en que debía apearme. No es que la caminata resultara larga pero teniendo en cuenta mi prisa me pareció una maratón. Por fin llegué al centro comercial más de dos horas después de mi salida del trabajo y habiéndome gastado el importe correspondiente al otro medio depósito de combustible. Imagináos mi humor.
Otra de las ventajas de los centros comerciales es que tienen de todo, también tiendas de repuestos del automóvil aunque hasta ese momento yo ignoraba si en ese tipo de tiendas venderían también repuestos para motocicletas por lo que a mi "alegría" se unía la incertidumbre de saber si podría resolver el problema.
Respiré aliviado cuando vi una estantería entera de baterías para motos. Resultó fácil elegir la correspondiente, 12 voltios, 12 amperios pero cuando llegué a la caja, la empleada me preguntó: "¿Has cogido el ácido?" ¡Qué! ¿El ácido? Pero si yo creí que eso ya no se usaba. Recuerdo a mi padre cuando yo era pequeño andar siempre a vueltas con las baterías del coche, que si mirando el nivel, que si recargándolas, que si añadiendo agua destilada pero creí que eso estaba más que resuelto en el siglo veintiuno. Parece ser que no, que las baterías de coches todavía viven en el siglo pasado y antes de ponerlas en funcionamiento hay que llenarlas de ácido sulfúrico, dejarlas reposar, cargarlas y, por fin, ponerlas en marcha. Ya casi daba por imposible acudir a la cita pero no me rendí. Corrí hasta el lugar donde había dejado aparcada Mi Vespa la noche anterior y me dispuse a montar la batería nueva. No habían acabado aquí mis problemas. El tamaño de la batería comprada no coincidía con el de la vieja y si trataba de colocar la nueva no cerraría la tapa de su emplazamiento. O sea, vuelta a la tienda a cambiarla.
¿Crees que es sencillo? Pues nada de eso porque las baterías más pequeñas ofrecían menos amperaje y en todo el almacén no disponían de otra que pudiera servirme. Perdido en medio de ninguna parte, sin medio de locomoción y pasada ya la hora habitual de cierre de los establecimientos normales no quise arriesgarme a buscar otra así que decidí tomar la de menor intensidad y probar fortuna.
Ya tenía en mi poder una batería nueva que cabía en su hueco, ahora sólo tenía que llenar los seis depósitos, uno por uno, de ácido, dejarla reposar y colocarla de nuevo. Yo, vestido con ropa de haber ido a trabajar uno de los primeros días calurosos de la primavera, en medio de un parking, manejando ácido. Bien.
Después de todo no se dio mal la cosa pero cuando intenté montarla, las tuercas de los bornes se pusieron en huelga y dijeron que ellas no se aflojaban si no renegociabamos su convenio colectivo. Traté de razonar con ellas pero no hubo manera. Las puse entre el destornillador y la pared para poder ejercer más fuerza pero ni por esas se aflojaban así que no me quedó otra que entrar al centro y medigar una llave. Sólo encontré una llave inglesa de doce pulgadas para aflojar una tuerca del diez pero dada la situación no podía ponerme muy tiquismiquis así que la acepté y, aun con gran esfuerzo, me sirvió. Creí que ya estaba todo resuelto pero aún me quedaba colocar de nuevo los tornillos en los bornes. Por no aburrirte, querido lector, no voy a detallarte la operación, sólo decir que me costó unos cinco intentos y la pérdida de un par de tuercas (Suerte que conservaba las viejas).
Con mucho miedo accioné el botón de arranque y... ¡funcionó! ¡Prueba superada! Llamé a mi amiga para decirle que la cita seguía en pie y corrí a mi casa para asearme brevemente y coger los cascos. Tenía miedo de apagar la moto y que no volviese a arrancar, así que mientras subí a casa la dejé en marcha (suerte que vivo en un barrio tranquilo). En realidad no la paré hasta que no llegué a la puerta del cine, ya con mi amiga a la grupa.
Después la moto arrancó perfectamente y no ha dejado de hacerlo hasta el día de hoy pero, a la mañana siguiente de esta aventura se me ocurrió escuchar un programa de radio en el que hablaban de todo un poco. Una de las invitadas comenzó a contar sus experiencias con el Reiki y a explicar como esta técnica oriental es válida para curar absolutamente todos los males y dolores. Curioso seguía sus explicaciones hasta que escuché que, entre las muchas virtudes del Reiki se encontraba la de arreglar motores. Por ejemplo, dijo, si de repente el coche no te arranca porque se te ha acabado la batería, le impones las manos y el motor vuelve a funcionar como el primer día. Y yo... ¿por qué no escuché este programa el día anterior? ¡La de disgustos que podría haberme ahorrado...!

miércoles, mayo 03, 2006

Impacto

38520 Km
(Anoche, cuando tenía prácticamente terminada esta historia, mi ordenador se cansó de trabajar y se apagó repentinamente. Ahora tengo que recomponerla pero ya no será lo mismo).
Aún conservo sobre la cazadora el jaspeado de los mosquitos que decidieron pasar sus últimos instantes de vida estampados contra el cuero durante el último viaje largo que realicé en Mi Vespa. Bueno, quizá no se tratase de una decisión libre pero el caso es que decenas de ellos convirtieron mi chaqueta en su necrópolis. Aunque lo peor fue que también usaran el casco. Prueba de ello es la foto que podéis ver a la izquierda en la que se aprecian, como muescas en un revólver, cada uno de los insectos fallecidos. Creo que si me lo propusiera casi podría recordar el kilómetro exacto en que se estampó cada uno de ellos aunque tampoco creo que contribuyese mucho a edificar esta historia. Sí recuerdo de manera especial el más grande de ellos, ese emplaste grande y verde que veréis en la parte inferior izquierda de la pantalla.
Rodaba yo por la A5 cerca de Maqueda dirección a Badajoz tratando de calcular si la gasolina que “maquedaba” sería suficiente para llegar a mi destino (Si recordáis la aventura anterior, sabréis que no me funciona el indicador de combustible) cuando, de repente vi acercarse a mi cara como un kamikaze un bicho del color, y casi del tamaño, de una lima. No digo yo que Valentino Rossi no hubiese sido capaz de esquivarlo pero a esas alturas Mi Vespa alcanzaba casi los ciento cuarenta kilómetros a la hora y lo último que se me pasó por la cabeza en ese momento fue la defensa del bicho verde. Una pena, es verdad, sobre todo cuando sus entrañas del color del increíble Hulk se esparcieron por la visera. A modo de homenaje póstumo, no sólo a él sino a sus compañeros muertos en acto de servicio, decidí tomar la fotografía que ilustra el comentario.
Los más curiosos os preguntaréis qué hacía yo en Mi Vespa por la A5 rumbo a Badajoz. Cuestiones más difíciles se plantean cada día.
Aquella festiva mañana que había decidido quedarme en casa para disfrutar del sol y del canto de los pájaros, recibí varias propuestas una de las cuales consistía en una paella campestre preparada a la lumbre por un chef valenciano. ¿Tú te hubieses negado? La cita tenía lugar en Talavera de la Reina, bella localidad toledana distante de mi casa algo más de cien kilómetros. Lo normal hubiese sido elegir el coche pero el día amaneció espléndido y Mi Vespa tienta demasiado como para dejarla aparcada así que me lancé a pesar de que casi todo el recorrido debería realizarse por una aburrida autopista.
La primera aventura consistió en tratar de acomodar las dos botellitas de vino con que pretendía agasajar a los anfitriones. ¡Caray! no pensé que fuera tan difícil. Bajo el asiento lo probé al derecho, al revés, boca arriba y boca abajo pero no había manera así que opté por el cofre. Las últimas veces que había transportado material frágil acabaron en catástrofe: unas jarras que me habían regalado llegaron hechas mil pedazos y un par de botellitas de cerveza estallaron regando de oro líquido el interior del cofre. Por eso no me atrevía a colocar allí las botellas: una traída directamente desde las Rias Baixas y la otra del mismo Alentejo pero ¿qué otra cosa podía hacer? Las forré cuidadosamente con todos los trapos que llevo en la moto y que habitualmente uso para proteger mi cuerpo de las inclemencias climáticas y me encomendé a San Vespucio. A los pocos kilómetros me había olvidado que las llevaba y pudimos brindar con su contenido.
Lamentablemente para el contenido de estas páginas el viaje resultó de lo más normal. Como decía, demasiada autopista, demasiada recta, mucho tráfico y mucho asfalto con el puño girado a tope. Llegué al lugar de la comida sin más incidentes que el temor a quedarme sin gasolina antes mencionado y una equivocación en el último tramo de la ruta poco digna de reseñar
La vuelta fue distinta pero no porque sucediera algún contratiempo sino justamente por lo contrario. El sol caía a mi espalda y quería llegar a casa antes de que rayara el horizonte así que nada más encarar la autopista y, sabiendo que disponía de combustible suficiente, giré el puño a tope y no lo solté hasta que paré Mi Vespa frente a mi portal.
Durante la hora escasa que tardé en el recorrido pensé en el miedo que han metido desde la DGT a los conductores con eso de los límites de velocidad. ¿Cómo es posible que una Vespa que rara vez alcanza los ciento cuarenta kilómetros por hora y que en condiciones normales circula a ciento veinte vaya durante ciento veinte kilómetros de autopista siempre por el carril izquierdo adelantando prácticamente a todos los coches, que no eran pocos? Increíble pero cierto. Los conductores enlatados van asustadísimos, como pisando huevos. Lo que lamento es que temen más a las multas que a perder su propia vida, lo cual es preocupante porque en vez de aumentar la precaución y la responsabilidad sobre la máquina que llevan entre manos se limitan a vigilar que no les multen con lo que se olvidan de la delicada tarea de manejar un vehículo. Luego se extrañan los responsables de que se produzcan accidentes… ¡en fin!
El caso es que con todo a favor llegué a casa antes de lo esperado pero después de una hora sobre la moto en la misma postura y sintiendo la vibración del motor bajo las piernas, cuando me bajé de la moto parecía que aún seguía arriba, caminaba agachado y con las manos elevadas hacia el frente, los músculos aún temblaban al ritmo del motor.
En ese momento recibí una llamada; una amiga me reclamaba para ir al cine. Acepté, por supuesto pero antes tuve que aclarar un pequeño detalle: “¿Te importa que vayamos en coche?” Conociendo mi afición a la Vespa y observando la fantástica noche que se avecinaba, esa pregunta para ella supuso un gran impacto, casi comparable al del bicho verde contra mi visera.

martes, abril 25, 2006

Más gasolina

38.354 km
Tenía la camisa negra pero ninguna pena en el alma (aún) porque tres juveniles ninfas agitaban sus esculturales caderas a mi alrededor al tiempo que me suplicaban, al compás de la música, dame más gasolina, quiero más gasolina. No, queridos lectores, no se trataba de un sueño aunque desperté bruscamente cuando descubrí a la más bella de las princesas besando al primer chulo que la invitó a una cerveza. Salí del bar y regresé a casa bajo la lluvia a bordo de Mi Vespa.
Han pasado varios meses desde entonces y aquella pena no tardó en perderse por la alcantarilla como los regatos de la tormenta hasta tal punto que esta mañana no recordaba el desdén sino la solicitud de las guapas mientras bailaban. ¿A cuento de qué? Os preguntaréis. Pues porque esta mañana otra preciosidad volvía a pedirme más gasolina, aunque no se trataba de una dama sino de Mi querida Vespa.
Hace un par de meses, tras repostar en mi gasolinera habitual comprobé asustado como la aguja indicadora se quedaba clavada en el cero. Pensé que la boya se habría quedado atascada o cualquier otra pequeña avería sin importancia y que en unos kilómetros la aguja volvería a su lugar pero pasaban los kilómetros y los días y la aguja no se recuperaba. Tampoco la luz de reserva se encendía llegado el momento. Ante esta situación debería haber llevado la moto al taller o, en su defecto, intentar hurgar en la herida por ver si daba con la solución pero no hice ni una cosa ni otra. Me limité a calcular, a ojo, el consumo. Tan chulo que ni miraba el kilometraje. "Creo que ya se debe estar acabando el depósito" me decía. Y ese día pasaba por la gasolinera.
Así he aguantado varios repostajes. Ayer, cuando salí del trabajo hacia casa me dije: "creo que ya se debe estar acabando el depósito" y pensé llenar en mi gasolinera pero, en qué iría yo pensando que me pasé de largo. "No importa, llenaré mañana por la mañana", decidí. O sea, hoy.
Esta vez no se me iba a olvidar. He salido de casa pensando parar en la gasolinera pero... cuando no había recorrido ni un kilómetro, Mi Vespa empieza a decir: pof, pof, pof que traducido de su idioma significa: dame más gasolina, quiero más gasolina. Ya sabía yo que esto pasaría tarde o temprano (y como el hombre es el animal que tropieza ventisiete veces en la misma piedra es muy probable que pueda volver a contar una historia similar a esta dentro de cuatro días) por eso casi ni me inmuté ante el imprevisto. Es más, sonreí y empecé a pensar la manera de resolverlo.
La gasolinera más cercana distaba unos dos kilómetros y se me ocurrió acercarme empujando la moto pero como Murphy siempre merodea cuando no se le necesita, el último pof fue emitido en el preciso lugar en que comenzaba una breve pero intensa cuesta arriba, por lo que desestimé la opción del empuje casi inmediatamente.
Mi casa quedaba más cerca por lo que, aprovechando la preciosa mañana primaveral de martes decidí darme un paseo hasta donde tenía aparcado el coche y acercarme sobre cuatro ruedas a la gasolinera. La última vez que me quedé sin gasolina fue con mi querido doscaballos, hace ya unos cuantos años. Por aquel entonces la gasolina se llevaba en una botella de refresco de dos litros o, en el mejor de los casos, en un viejo bidón de aceite que rescatara el gasolinero de la basura. Ahora no. Ahora te venden unas coquetísimas bolsas para transportar líquidos que cuestan casi tanto como el combustible. Esa bolsa, antes de llenarse, está más flácida que mi adjetivo tras una noche de Guiness (el libro, no la cerveza) y, parece fácil pero, hay que llenarla (como mi adjetivo cuando le piden "anda, porfa, uno más" tras una noche de Guiness). Con una mano hay que sujetar la manguera, con otra la boca de la bolsa para que entre la manguera y con otra la propia bolsa pero... izquierda... derecha... sí: sólo tengo dos manos. Bien. Con una mano sujeto la bolsa, con otra la boca de la bolsa y, con la misma, la manguera pero... ¿con qué mano aprieto para que salga el combustible? No quedan muchas opciones, con la misma que sujeto la bolsa. En esas estoy pero a medida que se va llenando y aumenta el peso se va deslizando la mano que sujeta la boca así que decido dejarla como está y pasar lo antes posible por mi gasolinera habitual para completar el llenado.
Cargo la bolsa en el coche y llego hasta donde había dejado aparcada Mi Vespa. ¿Creíais que había resultado difícil llenar la bolsa de gasolina? ¡Bah! Un juego infantil comparado con verter el combustible en el depósito de la moto. Es lógico, las bocas de los depósitos no están diseñadas para meterles bolsas fofas sino mangueras rigidas (mmm... ¿estoy hablando del mundo del motor?...). Así que, como si de un mamporrero se tratase, encauzo la bolsa en el depósito y la inclino con cuidado. De repente la gasolina empieza a desparramarse por todas partes menos por donde debe. Justo hoy que ha subido el precio del combustible. Hay que probar otro sistema. No sé si influido por las botellas de sidra asturiana que bebí el fin de semana o por la peli porno aquella en que todos los tíos eyaculaban a distancia, sólo se me ocurre alzar la bolsa y escanciar el caldo sobre la abertura. Mis maestros asturianos me contaron que había que mover el vaso y no la botella pero a ver cómo muevo yo la Vespa dejando quieta la bolsa de gasolina... así que aunque se pierden unos cuantos centímetros cúbicos, encauzo el chorro en el boquete hasta que cae la última gota. ¡Prueba superada!
Dejo la bolsa en el coche y me preparo para, por fin, llegar al trabajo pero cuando acciono el botón de arranque no escucho el sonido limpio y enérgico de todos los días sino una tos asmática que me reprocha el descuido. La regañina sólo dura unos segundos y enseguida se pone en marcha y es que a ella le gusta la gasolina, como le encanta la gasolina, a ella le gusta la gasolina, como le encanta la gasolina...

miércoles, abril 05, 2006

Su Vespa y Ella

Aunque yo no soy elegante y robusto como mi GT 200, ella parecía coqueta y menuda como su LX50. Nos conocimos en un atasco, creo que el mayor atasco que he conocido desde que tengo moto. Recuerdo a los foráneos que esto es Madrid, la ciudad de las obras y los embotellamientos. Hacía al menos quince minutos que permanecíamos guardando la espalda a un autobús buscando escapatoria como leones enjaulados, mirando constantemente a derecha e izquierda tratando de encontrar una grieta que nos permitiese salir de allí.
Ella había llegado más tarde al punto en que nos encontrábamos un Agente de Movilidad Urbana con su X8 y yo. Antes que sus ojos camuflados tras unas modernas gafas de sol, reconozco que me había llamado la atención el precioso esmeralda de su LX. Después fui subiendo la mirada hasta encontrarme con sus labios, visibles gracias al casco abatible de diseño que lucía.
Enseguida sentí deseos de hablarle pero a mi habitual indecisión, se sumaba la presencia del señor Agente que, como nosotros, no lograba moverse del punto en que nos encontrábamos atrapados.
Os juro que no exagero si digo que avanzábamos medio metro cada dos minutos y que ni siquiera por la acera resultaba posible escapar. Me preguntaba cómo podrían aguantar los conductores de vehículos de cuatro ruedas o si, acaso, una unidad e la Cruz Roja proveía de algún tipo de estupefaciente para sobrellevarlo. Cinco metros más adelante, o sea veinte minutos después, Su Vespa y ella lograron colarse por una pequeña rendija que dejó abierta el bus y yo la seguí con Mi Vespa. El agente quedó atrás.
En ese momento tuvimos tanta suerte con el tráfico que avanzamos unos cien metros sin parar. Ya creí que la perdía cuando la detuvo una luz roja. Entonces me decidí: ni en moto nos libramos, le dije. Así es, me respondió con una bella sonrisa. Comenzamos a hablar durante el tiempo que permanecimos callados. No sé cuánto sería pero a mí me pareció una eternidad.
Con la luz verde aceleró Su Vespa y se perdió entre el humo. En vano traté de seguirla, su menudez favorecía la agilidad y podía culebrear por resquicios que yo ni podía imaginar.
Cuando llegué al destino, con más de media hora de retraso por culpa del atasco imposible, busqué entre las muchas aparcadas aquel modelo esmeralda mas sólo encontré un catálogo más variado que el del propio fabricante, así que me metí en el cine tratando de olvidar el asunto.
Dos horas más tarde habían desaparecido del mapa todos los coches que ocultaban el asfalto y me encaminé a casa. No volví a verla nunca más pero todos los semáforos con que me topé en el camino, desde la Plaza de España hasta la de Conde de Casal, se abrieron a mi paso coloreándose como Su Vespa para celebrar el encuentro.

viernes, marzo 31, 2006

La rubia del Mini amarillo

Se me escapó la rubia del mini amarillo. La primera vez me adelantó tan rápido que apenas alcancé a ver algo más que el color de su melena a juego con su deportivo. Los motores le daban la ventaja pero pensé que el tráfico madrileño me regalaría la victoria así que aceleré a pesar del sueño mañanero. A distancia pude comprobar como un camión detenía sus intenciones y casi llegué a alcanzarla pero cuando me situé junto a su rueda trasera el camión aceleró pudo escapar. No me di por vencido. Sabía que Mi Vespa y yo somos capaces de todo lo que nos propongamos y no podíamos consentir que se nos escapara así como así una rubia pilotando un mini amarillo, así que volví a acelerar y la máquina me entregó toda la potencia aunque no contábamos con el taxista que se interpuso sin avisar, como de costumbre. En ese momento, la rubia del mini amarillo, conduciendo como si le hubiesen encargado protagonizar A Italian Job, se echó hacia la derecha para salir de la autopista. Pensé que ya la había perdido para siempre cuando comprobé con alegría como su carril volvía a detenerse. Otra vez Mi Vespa podría demostrar su ventaja entre el tráfico madrileño. Ya era mía. Culebreé entre los coches parados dispuesto a ponerme a su nivel pero, inesperadamente, un autobús se colocó a mi derecha impidiendo, no sólo que me acercase sino que viese donde se había detenido la rubia del mini amarillo. Por un momento pensé que había pasado delante y que ya se encontraría en su punto de destino pero no tardé en darme cuenta que a pesar de la destreza que mostraba al volante, eso resultaba imposible.
En vano intenté reducir la velocidad para que ella rebasase al autobusero y así poder colarme por detrás. Acelerar tampoco serviría de mucho si no podía volver para atrás y ella seguía detenida y cambiarme de carril resultaba totalmente imposible con esa mole a mi diestra. No me quedaba más remedio que avanzar y así hice. En ese momento, la fila de la derecha, la que ocupaba la rubia del mini amarillo se puso en marcha aunque ya era demasiado tarde.
Mientras avanzaba sin prisa y sin ganas hacia mi destino, pude ver a través del espejo retrovisor como la rubia del mini amarillo se me escapaba por detrás.
Para algunas cosas soy testarudo y no me doy por vencido. Por eso ahora, cada mañana, busco entre la multitud atascada ese mini amarillo conducido por aquella rubia que esta vez no escapará.

martes, marzo 21, 2006

Señor agente

No nos engañemos ¿quién no ha cometido alguna vez una infracción de tráfico? Venga, venga... no me digas que no te saltaste aquel semáforo... ¿seguro que se podía aparcar allí? ¿el límite de velocidad en ciudad no estaba en cincuenta? Pues eso, que todos la cagamos con más o menos frecuencia. El problema es cuando te pillan.
Por alguna extraña casualidad, en mi ciudad el Centro Cultural está pegadito al edificio de la Policía Municipal. Eso no impide que los lugares reservados para que aparquen minusválidos estén permanentemente ocupados por otros vehículos o que las rampas de acceso a las aceras estén bloqueadas incluso por los propios cubos de basura del edificio municipal. Sobra decir que no existen espacios de aparcamiento específicos para motocicletas por eso no queda más remedio que aparcar en la acera.
Así lo hice el día de autos. (¿De "autos"?). Subí a la acera por donde buenamente pude dejé allí la moto y me dirigí a mi actividad en el Centro Cultural. A la salida, ya de noche, todos los vados se encontraban taponados por vehículos de cuatro ruedas (sí, autos) mal aparcados. Tanto los lugares reservados para minusválidos como los pasos de las esquinas o aquellos en los que debían colocarse los cubos de basura, estaban ocupados por vehículos de a motor de cuatro ruedas. Y yo con Mi Vespa sobre la acera legalmente aparcada. Pero tenía que salir, claro. No bastaba con dejarla allí. No quedaba más remedio que rodar por la acera.
Sé que no se debe hacer. Pero no sólo porque lo diga la ley, es que me parece mal. Por eso, aunque encendí el motor para no tener que empujar más de cien kilos, apenas aceleraba e iba al paso de una persona pero, mira tú por donde, que un policía municipal se retiraba en ese preciso momento y acertó a pasar por la puerta que le llevaba a su garaje en el mismo instante en que yo salía del Centro Cultural. ¿Me seguís? porque yo creo que me estoy liando un poco...
Edificio policía. Edificio cultural. Moto aparcada en acera. Imposibilidad de salir por otro medio. Tropiezo con policía que se recoje.
¿Más claro? Bien, sigamos.
Según estoy saliendo por la acera a paso de peatón, el policía a bordo de su vehículo todo terreno que me ve mientras entraba en su garaje y decide cumplir con su deber de imponer el orden y la ley incluso cuando le faltan minutos para terminar su jornada. Para. Baja la ventanilla del lado del acompañante y se inclina para dirigirse a mí. Yo con casco, a la distancia de un asiento de acompañante, una puerta de todo terreno, un espacio de seguridad, una rueda delantera de Vespa y un manillar. Calculad. Me dice no sé qué. Me acerco. Le veo gesticular. Me acerco más y por fin le escucho. Me estaba riñendo. Sí, riñendo, como si fuese un niño. Traté de atenderle pero estaba muy ocupado tratando de mantener la compostura. Imaginaos todo un señor agente, con su uniforme, a bordo de su flamante y robusto todo terreno, con una voz de nenaza que no se sostenía. Y pido disculpas a todos los de gustos sexuales diversos que me estén leyendo y puedan sentirse ofendidos por estas palabras. No tengo nada que objetar y respeto todas las opciones pero... el señor agente tenía más pluma que un zorzal y casi ni se tenía sobre el asiento (y quizá le gustasen las mujeres más que a mí, que no entro en eso). Pues bien, con su voz y sus maneras afeminadas, empezó a reprenderme que circulase por la acera con Mi Vespa. Entonces traté de razonarle.
- Disculpe, tiene razón pero... ¿por dónde salgo?
- no se puede circular por la acera se limitaba a decir.
- Sí, lo sé, pero es legal aparcar sobre ella y los espacios reservados
para salir están ocupados por los coches
.
- No se puede circular por la acera. Repetía como una
máquina.
- Pero si voy muy despacio, le decía yo.
- Da igual, no se puede circular por la acera.
Imaginaos esta reprimenda en un tono de voz agudo y con musicalidad. No abría las palmas de las manos al cielo porque las tenía sujetas al volante, que, si no, ya estaría con el dorso rozándole la muñeca. Traté de convencerle, de explicarle que no había otra manera de salir, que los coches estaban mal aparcados y que la única opción consistía en no mover la moto, pero él seguía en sus trece, por suerte, con el instinto de la madre que regaña a su hijo por haber comido más pasteles de la cuenta. Vi que no llegábamos a ninguna parte y me cansé de discutir. Terminé pidiendo disculpas y marchando a casa.
Pocos días después, en la capital del Reino, decido ir a comer al centro, al mismísimo centro de la mismísima capital de este país en que vivimos Mi Vespa y yo (y quizá tú). Propongo a mi compañero de trabajo y, sin embargo amigo que me acompañe y acepta.
En poco menos de diez minutos, que para eso nos movemos en Vespa, llegamos al centro. Llevamos toda una mañana frente a la pantalla del ordenador. Es la hora de la comida y estamos hambrientos. ¿Qué tiene de malo que, en estas circunstancias, me salte el último semáforo que nos separa del restaurante si no regula nada más que el paso de peatones y hace tiempo que dejaron de pasar? Pues eso, que tú también te lo hubieses saltado si, como yo, no hubieses visto al policía que venía justo detrás.
Cuando digo que era el último semáforo antes del restaurante, no podía ser más cierto, porque mi intención era aparcar a tres metros del mismo. "Tres metros" no es un recurso literario que signifique "cerca" o " muy próximo", no, "tres metros" quiere decir "tres metros". Insisto que también tú te hubieses saltado ese semáforo. El caso es que el policía que venía detrás, también motorizado, me hace señas de que pare, no donde yo quería, sino más adelante. Trato de explicarle que iba justo a detenerme en ese instante pero él insiste en que me pare más adelante. Parece enfadado, así que no le discuto aunque por dentro lamento haberme quedado sin el lugar ideal para aparcar.
Paro donde me dice y, al ir a quitarme el casco, compruebo que está desabrochado. ¡Cielos! os juro que siempre, siempre, siempre, me abrocho el casco. Bueno, quizá sobre el último "siempre" que he puesto porque ese día no me lo abroché. El caso es que cuando percibo el error empiezo a temblar.
- El carnet de conducir [El cahné de condusí]. Me dice todo serio, muy en su lugar.
Yo ni medio palabra; me dedico a buscarlo y entregárselo.
- No está firmado [No'stá firmao]
- ...y...a...lo...sé... le respondo avergonzado.
- Hay que firmarlo [ayque fimahalo], ordena mientras sigue comprobando documentación: ¡el permiso de circulación!
¿No os habéis dado cuenta que por muy colocada que tengas toda la documentación del vehículo, cuando te la pide un señor agente nunca aparece? Pues a mí me pasa eso...
- ¡El permiso de circulación! [lpermizo de circulasió!]
- ¡El último recibo del seguro [ehurtimo resibo derseguro!]
¡¡Cielos!!! ¿Lo bajé? Sé que me llegó del banco, sé que lo tuve sobrfe la mesa tres semanas para acordarme que tenía que bajarlo. Sé que tenía que bajarlo y lo llevé en mi maletín tres semanas para acordarme que tenía que dejarlo en la moto pero... ¿lo dejé en la moto? Abro la guantera y comienzo a revolver papeles ¡con lo ordenado que soy yo! ¿Cómo puedo tener este desbarajuste. El del 2001 no vale. Tampoco el del 2004. Por aquí veo 2006, ah, esto es una notificación. ¿O no tenían que mandármela en 2o04... Bueno, da igual, lo encuentro. Se lo doy.
- Este no es, este caducó en enero [Caducó'n'nero]
Me lo devuelve y, un poco incrédulo, lo reviso, efectivamente, lo pago cada seis meses y ese caducó en enero. Y no tengo más, por más que miro, no tengo más aunque estoy completamente seguro de haberlo pagado. Dónde carajo lo habré metido. Sigo rebuscando y encuentro el papelito verde del seguro con la fecha en vigor y grandes letras rojas que gritan que ese papel no vale de nada si no se acompaña del recibo del banco. Lo leo pero me hago el despistado a ver si cuela y se lo entrego.
- Este tampoco vale... [zt'ampoco fale...]
Y mientras me lo devuelve alza la vista y me mira a la cara con ojos de perdonavidas. Yo le recibo la mirada con gesto de niño de primera comunión al que han pillado enciendiendo un cigarrillo.
- Lo siento -le digo- sé que lo he pagado pero no me he dado cuenta de coger el recibo.
- Ya... si me pongo a sumar, le sale una multa de seiscientos euros [seiciénto'úro] pero por esta vez se va a quedar en un aviso porque toda la documentación estaba en regla.
Respiro aliviado; esta vez me he librado.
- Además, usted o su compañero llevaban el casco desabrochado [ustéosucompaniero er casco dezabroshao]
¡Me ha pillado, aún no estoy libre!
- Ejem... esto... sí, disculpe... es que... un descuido lo tiene cualquiera...
- Ya. Y el descuido del semáforo, y el de firmar el carnet, y el del recibo del seguro... ¿No se da cuenta que así el casco no sirve de nada? ande, ande, circule, circule...
Vaya si lo sé, si me harto de decírselo a todo el mundo pero mejor callarse que esta vez el señor agente tenía toda la razón. Me ha dejado más pillado que Islero a Manolete así que chitón.
Ahora sólo queda aparcar la moto y olvidar el asunto con una agradable comida pero... ¿en qué fase se encuentra el reglamento municipal sobre aparcamiento de motocicletas en las vías públicas? Ya no podía dejarla donde tenía previsto a menos que diera una gran vuelta y... ¿si la dejo en la acera y resulta que ya está prohibido? Sólo faltaba que después de haberme librado por los pelos me multara por aparcamiento, con las ganas que debía tener de pillarme.
No me queda más remedio. Tengo que preguntarle.
Me dirijo al señor agente que ya había vuelto a su ocupación de dirigir el tráfico y le pregunto:
- Esto... disculpe pero... ¿puedo dejar ahí la moto?

sábado, febrero 25, 2006

Ubicuidad

Aunque algunos lo consideran una virtud y me admiran por ello, para mí es un defecto del que espero curarme algún día: soy hiperactivo. No puedo estar quieto y soy incapaz de negarme a cualquier propuesta apetecible, aunque a veces coincidan en horario. Os podéis imaginar la cantidad de problemas que esto genera, por eso trabajo intensamente para conseguir la ubicuidad o, en su defecto, el teletransporte pero aún me falta un ingrediente con el que no consigo dar. Sin embargo, tengo una gran aliada que me permite casi, casi, estar en dos lugares al mismo tiempo. Sí, ya lo habéis adivinado: Mi Vespa.
Hoy por ejemplo, a la misma hora, en que tenía que hacer mi programa de radio debía participar en el concurso de Chirigotas de Madrid y no podía faltar a ninguna de las dos citas pues en ambos casos somos un equipo y todos nos necesitamos.
Cualquier otro en mi lugar hubiese buscado un suplente para alguna de las dos tareas pero yo, ya lo decía al principio, soy enfermo hiperactivo. En el fondo estoy convencido que me va la marcha y que lo que me atraía de todo esto era la dificultad, que sin problemas no me hubiese apetecido tanto.
Había que solucionarlo. Ese es siempre mi lema: todo tiene solución, seamos positivos y pensemos, seguro que se puede arreglar.
Aunque tanto el programa de radio como el concurso empezaban a la misma hora y a veinte kilómetros de distancia, mi chirigota actuaba en séptimo lugar y del programa quizá me podría escapar antes, así que lo arreglé todo la noche anterior.
Una compañera cantante se llevaría mi disfraz y el tambor (sí, por eso me necesitaban, toco el tambor), de esa manera no tendría que cargar con ello en la moto. Yo me escaparía del programa inmediatamente terminase y, gracias a Mi Vespa llegaría a tiempo. Todo calculado.
Así se planeó pero, cuando amaneció esta mañana, toda mi calle estaba nevada y el termómetro rozaba los cero grados. No hay dolor pensé, ánimo, que tú puedes. Rebusqué en el armario varias camisetas de manga larga y me las coloqué debajo del jersey. De manos y cara me abrigué como todos los días y me encaminé a la emisora.
Con las señales horarias que marcaban el final, cerré micrófonos y salí escopetado. En ese instante me llamaban mis compañeros desde el teatro para decirme que tocábamos los siguientes. No hay problema. Llego sobrado. Sí, olvidé decir que además de hiperactivo soy optimista. Me dispongo a salir escopetado de la emisora y encuentro las puertas cerradas con llave y nadie que las abra. Estoy encerrado.
En ese momento la primera imagen que viene a mi cabeza es la de José Luis López Vázquez en La Cabina pero en vez de ponerme nervioso o empezar a gritar desesperado me paro a pensar unos segundos y busco alguien que me pueda abrir. Me pongo a correr por todo el edificio hasta que lo encuentro, le pido que me abra y salgo escopetado.
Arranco la moto y giro el puño del acelerador hasta el fondo. Creo que nunca antes ha corrido tanto Mi Vespa y eso que el suelo estaba totalmente mojado de la nieve deshecha. Por la autopista la moto volaba y al entrar en la ciudad echaba chispas. Como si estuviera zurciendo sorteaba coches peatones y semáforos hasta que llegué a la puerta del Ateneo, en pleno centro de Madrid.
Según llegaba veía a varios chirigoteros con sus disfraces y sus bombos en la calle y pensé que ya había terminado y llegaba tarde. Aparqué Mi Vespa en la misma puerta y salí escopetado sin atarla y casi hasta sin bloquearla.
Según entraba, la gente me saludaba aunque yo no veía más que un interminable pasillo sin llegar a reconocer ningún rostro. Sólo buscaba a mis compañeros de comparsa que me esperaban en la misma puerta del escenario preparados para subir a escena.
Nunca me he visto en otra igual. En un visto y no visto, todas las mujeres de la chirigota me rodearon, me quitaron la ropa que llevaba puesta y me colocaron el disfraz. Alguien me acercó y me colgó el tambor y me dieron las baquetas al tiempo que me decían: vamos, que salimos.
Efectivamente salimos al escenario aunque yo me encontraba más perdido que Marco buscando a su madre. Me sentía como si un extraterrestre me hubiese abducido y hubiera decidido soltarme en el siglo XVIII pero traté de situarme y toqué lo mejor que las circunstancias me permitieron.
Lo que pasó después no viene al caso en estas páginas. Sólo decir que resultó tremendamente divertido y que la aventura culminó con un glorioso e inesperado segundo puesto en el prestigioso concurso de la Capital del Reino.
Creo que de haber llegado con tiempo suficiente no me lo habría pasado tan bien. Del mismo modo, estoy plenamente convencido que de no haber sido por Mi Vespa mis compañeros de chirigota hubieran tenido que cantar sin percusión o que mi compañero de radio hubiera tenido que realizar el programa con cuatro manos y dos bocas.
Pasados los nervios, alguien que había mirado el reloj cuando me telefonearon y aún no había salido me dijo admirado: Es imposible, no te ha dado tiempo de llegar ¿Cuánto has tardado, a qué velocidad has venido? Ambas preguntas imposibles de contestar. Quizá es que me voy acercando al ansiado don de la ubicuidad.

domingo, febrero 05, 2006

Alegría

Mi Vespa ha vuelto a darme otra alegría. En un momento en que mi ánimo se encontraba tan roto como el escape de la moto y encontraba tantos problemas y tan pocas salidas como repuesto para evitar el ruido del motor, me llamó mi mecánico de cabecera para avisarme que por fin podía cambiarme el tubo. Salí corriendo hacia el taller en un momento en que el sol brillaba con fuerza después de varios días escondido. Apenas una hora después recogí Mi Vespa, la puse en marcha y... ¡el ruido había desaparecido por completo! Creo que nunca antes había sonado tan bien y, si alguna vez lo hizo mi memoria auditiva lo había borrado. La buena temperatura influyó y la carrera hasta la tienda pero sentir bajo mis piernas el latido recuperado de Mi Vespa me devolvió la dosis de alegría que necesitaba precisamente ese día en que veía todo gris.
Para terminar de alegrarlo, me fui a buscar a mi amiga vespera favorita (y no vespera) y nos marchamos a dar vueltas sin destino entre los socavones de Madrid. A pesar de las obras, la conversación en marcha recuperada, ya sin ruido, y el aire en nuestros rostros, nos inyectó entusiasmo para afrontar las horas siguientes.
Como premio, hoy he dedicado casi una hora a lavarla a conciencia para que luzca toda su belleza y pueda presumir. La moto, no la chica.

martes, enero 24, 2006

Vespa Davidson (2ª parte)

No, aún no he cambiado el escape y como la protagonista de estas páginas sigue atronando, da pie a nuevas aventuras.
Ayer me llama mi Amiga del Alma y me dice: "Si me llevas a dar un paseo en Tu Vespa se me pasan todos los males, aunque suene como una Harley". Claro, me faltó tiempo para concertar la cita que quedó fijada para esta misma tarde.
-Ya que vamos a pasear me podías llevar a la facultad, que tengo que
recoger unos libros.
Me dice.
- Te llevo donde tú quieras, Reina Mora. Le contesto mientras la
invito a subirse a la grupa de mi yegua torda (con gases).
A pesar del intenso frío que ha cubierto hoy Madrid, el paseo resultaba agradable aunque más bien creo que se trataba de una impresión subjetiva causada por la agradable compañía ya que, visto desde fuera, estaba resultando un auténtico desastre: totalmente embutidos por la temperatura, apenas quedaban al aire los ojillos, desprotegidos de las viseras de los cascos para oírnos mejor y enrojecidos por efecto del viento gélido; procuraba circular despacio entre el tráfico casi más intenso que el frío sin evitar por ello el ensordecedor ruido del escape rajado. Aún así, intentábamos mantener una conversación trascendental.
Imaginaos la escena: una pareja forrada circulando sobre una avispa zumbadora por la calle Bailén y dando voces sin llegar a escucharse del todo mientras el ocaso pintaba de violeta sucio el horizonte tras la Catedral de la Almudena. Como iba más pendiente de la charla que del tráfico, digamos que la línea recta que dibujaba la moto se parecía más al trazado de la eme treinta en plena obra y aún tuve que escuchar algún que otro claxon que me distraía aún más del asunto importante. Enternecedor, a pesar de todo.
De esta guisa llegamos a la facultad y aparcamos a la puerta de la biblioteca. No voy a contar que hacía xxxxCENSOREDxxxx años que no iba a la universidad y que para mí esta visita supuso una especie de regresión muy agradable con deja vu incluido porque no viene a cuento para la historia.
Lo que sí viene a cuento es que cuando terminamos la gestión que mi amiga había ido a realizar y nos disponíamos a montar en Mi Vespa de vuelta a casa, el vigilante nos asalta:
- Hola, perdonad, es que... como veo que vais en moto quería haceros
una pregunta

Con un gesto de sorpresa le invitamos a disparar (la pregunta, se entiende).
- Es que, acabo de comprarme una moto, una de esas, de ciento
veinticinco, con eso de la convalidación del carnet de coche, y quería saber si
merece la pena invertir en el casco...

Tan perplejo me deja la pregunta que sólo me atrevo a contestar:
- Depende de la estima que le tengas a tu vida.
- Es que... como no corre mucho... yo creo que con el más barato me
sirve...

Aquí me quedo sin palabras por unos momentos para pasar después a argumentarle la conveniencia de proteger el cuerpo cuando se viaja sobre dos ruedas.
Cuando le creí convencido y terminada nuestra conversación, me disponía a despedirme amistosamente cuando me pregunta:
- La Vespa de ahí fuera es la tuya, ¿verdad?
Está bien aparcada, pienso yo al momento, no he cometido ninguna infracción, sigo cavilando...
- Sí... es mía...
- ¡Qué maravilla! Es cuatro tiempos ¿verdad?
- mmm pues sí, doscientos centímetros cúbicos.
- Claro, me he dado cuenta enseguida... por su sonido... ¡cómo suena!
En cuanto te oi llegar me di cuenta y me llamó la atención.


Mi amiga y yo nos miramos a los ojos y nos tragamos una carcajada, después le miramos a él y nos volvemos a atragantar con la risa sin poder contestarle, silencio que aprovechó para seguir hablando de motos.
Como somos educados y simpáticos tratamos de mantener la charla pero lo que menos nos apetecía en esta noche de invierno era tener una conversación sobre el mundo del motor con un vigilante a la puerta de la facultad, así que intentamos avanzar hacia la salida en dirección a la moto. Él nos seguía sin dejar de hablar del dibujo y tamaño de las ruedas, de la cilindrada, de la velocidad... hasta que nos situamos frente a Mi Vespa y, como si no estuviera él, abro el cofre para guardar los libros y sacar los guantes. Indiferente, seguía hablando hasta que me dice:
- A ver... arráncala, que quiero oírla, es que suena de maravilla, me di
cuenta desde que llegaste.

Ahí ya no pude contenerme y le conté el secreto del fantástico sonido de mi motor de cuatro tiempos. No pareció importarle pues seguía fascinado hablándome de los caballos, de la posible ganancia o pérdida de potencia a alto régimen y no sé cuantas cosas más.
A todo esto, mi amiga creo que estaba más sorprendida aún que yo, pues no mediaba palabra y se limitaba a seguir nuestra charla con su incrédula mirada transparente.
Nos calzamos los cascos y puse en marcha el motor mientras invitaba a la princesa a subirse nuevamente a la grupa de mi yegua torda.
La cara de satisfacción del vigilante lo decía todo.
De haberla conocido, creo que se hubiera quedado cantando aquella vieja canción de la Romántica Banda Local que decía:
Y miraré como se aleja, entre el humo del escape del bus
Y miraré como se pierde, entre el ruido del escape del bus

lunes, enero 23, 2006

Vespa Davidson

Acabo de tunear Mi Vespa sin pretenderlo.
No la he llenado de espejitos ni pintado de tablero de ajedrez a lo Quadrophenia; tampoco la he decorado con pegatinas de Bad Boy ni añadido gadgets estrambóticos. Me gustaría que algún artista interesante plasmase su creación en la carrocería gris aunque tampoco es esa la personalización con que he distinguido a Mi Vespa. En realidad, lo que la distingue estos días de las demás Vespas no se ve, se oye a kilómetros de distancia: Mi Vespa suena como una auténtica Harley Davidson. O como una Triumph, porque resulta que la otra mañana, mientras esperábamos que se abriese un semáforo, escucho como un eco, como si alguien estuviese remedadando el ruido del motor de mi moto. Vuelvo la cabeza y allí, a mi izquierda, se encontraba una genuina Bonneville cantando exactamente la misma canción que Mi Vespa.
Quizá alguno piense que me he vuelto loco: un macarra más que disfruta atronando a los ya sufridos madrileños. Nada de eso, la realidad es que se me ha roto el escape y no encuentro en toda la ciudad uno nuevo.
No sucedió de repente sino progresivo, por eso no me percaté del problema hasta que se agravó. Es cierto que había notado algo raro en el sonido pero embutido en el casco y en el atronador ruido del tráfico madrileño, me pasaba inadvertido. Además, faltaban unos pocos kilómetros para la revisión de los treinta y seis mil (¡treinta y seis mil kilómetros!) y pensé que si tenía algo ya me lo dirían en el taller.
Lo siento, reconozco mi pereza pero no pienso desmontar ni un tornillo de la moto. Tampoco soy torpe, sé que si lo intentara sería capaz de solucionar con mis propias manos la mayor parte de los percances pero utilizo la moto como medio de transporte (y compañía), no como entretenimiento ni afición a la mecánica, por eso la llevo a mi mecánico de cabecera cada vez que tiene un problema.
A todo esto, me pillaron por medio las temidas fiestas navideñas con su correspondiente acumulación de tareas y cenas de hermandad, las habituales listas de espera en los talleres y la inesperada y traumática muerte repentina de mi vehículo de cuatro ruedas (RIP). Total, que me vi obligado a retrasar varias semanas la visita al taller aturdiendo entre tanto a todo el que tuviera la mala fortuna de cruzarse en mi camino pero, especialmente, a mis sufridos vecinos y compañeros de trabajo que me oyen llegar casi desde que salgo del punto de origen.
Muchas veces, circulando por algún barrio tranquilo reduzco la velocidad a paso de bicicleta de la vergüenza que me da el estruendo del motor. Incluso yo me asusto cuando paso por un túnel y los truenos rebotan en las paredes atravesando de vuelta el acolchado del casco integral.
Casi sin poder aguantar más, llegó el día en que llamé para pedir cita al médico de Mi Vespa pero, por mucho que diga La Espe de que se han suprimido las listas de espera, a mi moto no la citaron hasta una semana después. Intenté aparcarla hasta ese día para ahorrar el insomnio de mis paisanos pero como no puedo vivir sin ella opté por evitar los acelerones.
Cuando por fin llega el día previsto, me dicen en el taller que llevan diez días pidiendo a fábrica el tubo y que no hay ni uno. En ese momento decide buscar por todos los concesionarios de Madrid sin éxito. En ese momento decido mover mis contactos en el mundo de la moto (que, pequeñitos, pero alguno tengo) y consigo algunos teléfonos, algunos nombres pero con idéntico resultado: ni originales ni compatibles: no hay escapes para Mi Vespa en todo Madrid.
Aún así, dejo la moto en el taller para que me la revisen (¡treinta y seis mil kilómetros!) con la esperanza de que, entre tanto, llegue el repuesto. Me acerco al mostrador de recepción y me dice el encargado: "Ah, hola, tú eres el de la GT ¿Verdad? Lo sé porque te he oído venir (¡Cómo no!). Todavía no ha llegado el escape"
Con mi coche en el tanatorio y la moto en el hospital, sufro un terrible fin de semana sin motor moviendome en una bicicleta (mi salud lo agradecera... digo yo) a la que tampoco le vendría nada mal una pequeña puesta a punto.
Por fin, esta mañana llega el ansiado momento de recogerla del taller y sentirla de nuevo entre mis piernas. Me acerco ilusionado al taller y, cuando me acerco otra vez al mostrador, me dice el encargado: "Toma, las llaves de tu Vespa Davidson".
Ahora sólo me falta esperar que algún escape llegue a la ciudad para poder montarlo. Entre tanto podréis reconocerme cuando sintáis temblar los cristales de vuestros edificios a mi paso. Al menos no penséis que se trata de un macarra incívico, sino de un pobre usuario sin repuesto. Aunque, lo cierto es que, después de tanto tiempo empiezo a acostumbrarme al ruido. Total, algunos pagan más por escuchar esa melodía en las máquinas de Milwakee.