viernes, marzo 31, 2006

La rubia del Mini amarillo

Se me escapó la rubia del mini amarillo. La primera vez me adelantó tan rápido que apenas alcancé a ver algo más que el color de su melena a juego con su deportivo. Los motores le daban la ventaja pero pensé que el tráfico madrileño me regalaría la victoria así que aceleré a pesar del sueño mañanero. A distancia pude comprobar como un camión detenía sus intenciones y casi llegué a alcanzarla pero cuando me situé junto a su rueda trasera el camión aceleró pudo escapar. No me di por vencido. Sabía que Mi Vespa y yo somos capaces de todo lo que nos propongamos y no podíamos consentir que se nos escapara así como así una rubia pilotando un mini amarillo, así que volví a acelerar y la máquina me entregó toda la potencia aunque no contábamos con el taxista que se interpuso sin avisar, como de costumbre. En ese momento, la rubia del mini amarillo, conduciendo como si le hubiesen encargado protagonizar A Italian Job, se echó hacia la derecha para salir de la autopista. Pensé que ya la había perdido para siempre cuando comprobé con alegría como su carril volvía a detenerse. Otra vez Mi Vespa podría demostrar su ventaja entre el tráfico madrileño. Ya era mía. Culebreé entre los coches parados dispuesto a ponerme a su nivel pero, inesperadamente, un autobús se colocó a mi derecha impidiendo, no sólo que me acercase sino que viese donde se había detenido la rubia del mini amarillo. Por un momento pensé que había pasado delante y que ya se encontraría en su punto de destino pero no tardé en darme cuenta que a pesar de la destreza que mostraba al volante, eso resultaba imposible.
En vano intenté reducir la velocidad para que ella rebasase al autobusero y así poder colarme por detrás. Acelerar tampoco serviría de mucho si no podía volver para atrás y ella seguía detenida y cambiarme de carril resultaba totalmente imposible con esa mole a mi diestra. No me quedaba más remedio que avanzar y así hice. En ese momento, la fila de la derecha, la que ocupaba la rubia del mini amarillo se puso en marcha aunque ya era demasiado tarde.
Mientras avanzaba sin prisa y sin ganas hacia mi destino, pude ver a través del espejo retrovisor como la rubia del mini amarillo se me escapaba por detrás.
Para algunas cosas soy testarudo y no me doy por vencido. Por eso ahora, cada mañana, busco entre la multitud atascada ese mini amarillo conducido por aquella rubia que esta vez no escapará.

martes, marzo 21, 2006

Señor agente

No nos engañemos ¿quién no ha cometido alguna vez una infracción de tráfico? Venga, venga... no me digas que no te saltaste aquel semáforo... ¿seguro que se podía aparcar allí? ¿el límite de velocidad en ciudad no estaba en cincuenta? Pues eso, que todos la cagamos con más o menos frecuencia. El problema es cuando te pillan.
Por alguna extraña casualidad, en mi ciudad el Centro Cultural está pegadito al edificio de la Policía Municipal. Eso no impide que los lugares reservados para que aparquen minusválidos estén permanentemente ocupados por otros vehículos o que las rampas de acceso a las aceras estén bloqueadas incluso por los propios cubos de basura del edificio municipal. Sobra decir que no existen espacios de aparcamiento específicos para motocicletas por eso no queda más remedio que aparcar en la acera.
Así lo hice el día de autos. (¿De "autos"?). Subí a la acera por donde buenamente pude dejé allí la moto y me dirigí a mi actividad en el Centro Cultural. A la salida, ya de noche, todos los vados se encontraban taponados por vehículos de cuatro ruedas (sí, autos) mal aparcados. Tanto los lugares reservados para minusválidos como los pasos de las esquinas o aquellos en los que debían colocarse los cubos de basura, estaban ocupados por vehículos de a motor de cuatro ruedas. Y yo con Mi Vespa sobre la acera legalmente aparcada. Pero tenía que salir, claro. No bastaba con dejarla allí. No quedaba más remedio que rodar por la acera.
Sé que no se debe hacer. Pero no sólo porque lo diga la ley, es que me parece mal. Por eso, aunque encendí el motor para no tener que empujar más de cien kilos, apenas aceleraba e iba al paso de una persona pero, mira tú por donde, que un policía municipal se retiraba en ese preciso momento y acertó a pasar por la puerta que le llevaba a su garaje en el mismo instante en que yo salía del Centro Cultural. ¿Me seguís? porque yo creo que me estoy liando un poco...
Edificio policía. Edificio cultural. Moto aparcada en acera. Imposibilidad de salir por otro medio. Tropiezo con policía que se recoje.
¿Más claro? Bien, sigamos.
Según estoy saliendo por la acera a paso de peatón, el policía a bordo de su vehículo todo terreno que me ve mientras entraba en su garaje y decide cumplir con su deber de imponer el orden y la ley incluso cuando le faltan minutos para terminar su jornada. Para. Baja la ventanilla del lado del acompañante y se inclina para dirigirse a mí. Yo con casco, a la distancia de un asiento de acompañante, una puerta de todo terreno, un espacio de seguridad, una rueda delantera de Vespa y un manillar. Calculad. Me dice no sé qué. Me acerco. Le veo gesticular. Me acerco más y por fin le escucho. Me estaba riñendo. Sí, riñendo, como si fuese un niño. Traté de atenderle pero estaba muy ocupado tratando de mantener la compostura. Imaginaos todo un señor agente, con su uniforme, a bordo de su flamante y robusto todo terreno, con una voz de nenaza que no se sostenía. Y pido disculpas a todos los de gustos sexuales diversos que me estén leyendo y puedan sentirse ofendidos por estas palabras. No tengo nada que objetar y respeto todas las opciones pero... el señor agente tenía más pluma que un zorzal y casi ni se tenía sobre el asiento (y quizá le gustasen las mujeres más que a mí, que no entro en eso). Pues bien, con su voz y sus maneras afeminadas, empezó a reprenderme que circulase por la acera con Mi Vespa. Entonces traté de razonarle.
- Disculpe, tiene razón pero... ¿por dónde salgo?
- no se puede circular por la acera se limitaba a decir.
- Sí, lo sé, pero es legal aparcar sobre ella y los espacios reservados
para salir están ocupados por los coches
.
- No se puede circular por la acera. Repetía como una
máquina.
- Pero si voy muy despacio, le decía yo.
- Da igual, no se puede circular por la acera.
Imaginaos esta reprimenda en un tono de voz agudo y con musicalidad. No abría las palmas de las manos al cielo porque las tenía sujetas al volante, que, si no, ya estaría con el dorso rozándole la muñeca. Traté de convencerle, de explicarle que no había otra manera de salir, que los coches estaban mal aparcados y que la única opción consistía en no mover la moto, pero él seguía en sus trece, por suerte, con el instinto de la madre que regaña a su hijo por haber comido más pasteles de la cuenta. Vi que no llegábamos a ninguna parte y me cansé de discutir. Terminé pidiendo disculpas y marchando a casa.
Pocos días después, en la capital del Reino, decido ir a comer al centro, al mismísimo centro de la mismísima capital de este país en que vivimos Mi Vespa y yo (y quizá tú). Propongo a mi compañero de trabajo y, sin embargo amigo que me acompañe y acepta.
En poco menos de diez minutos, que para eso nos movemos en Vespa, llegamos al centro. Llevamos toda una mañana frente a la pantalla del ordenador. Es la hora de la comida y estamos hambrientos. ¿Qué tiene de malo que, en estas circunstancias, me salte el último semáforo que nos separa del restaurante si no regula nada más que el paso de peatones y hace tiempo que dejaron de pasar? Pues eso, que tú también te lo hubieses saltado si, como yo, no hubieses visto al policía que venía justo detrás.
Cuando digo que era el último semáforo antes del restaurante, no podía ser más cierto, porque mi intención era aparcar a tres metros del mismo. "Tres metros" no es un recurso literario que signifique "cerca" o " muy próximo", no, "tres metros" quiere decir "tres metros". Insisto que también tú te hubieses saltado ese semáforo. El caso es que el policía que venía detrás, también motorizado, me hace señas de que pare, no donde yo quería, sino más adelante. Trato de explicarle que iba justo a detenerme en ese instante pero él insiste en que me pare más adelante. Parece enfadado, así que no le discuto aunque por dentro lamento haberme quedado sin el lugar ideal para aparcar.
Paro donde me dice y, al ir a quitarme el casco, compruebo que está desabrochado. ¡Cielos! os juro que siempre, siempre, siempre, me abrocho el casco. Bueno, quizá sobre el último "siempre" que he puesto porque ese día no me lo abroché. El caso es que cuando percibo el error empiezo a temblar.
- El carnet de conducir [El cahné de condusí]. Me dice todo serio, muy en su lugar.
Yo ni medio palabra; me dedico a buscarlo y entregárselo.
- No está firmado [No'stá firmao]
- ...y...a...lo...sé... le respondo avergonzado.
- Hay que firmarlo [ayque fimahalo], ordena mientras sigue comprobando documentación: ¡el permiso de circulación!
¿No os habéis dado cuenta que por muy colocada que tengas toda la documentación del vehículo, cuando te la pide un señor agente nunca aparece? Pues a mí me pasa eso...
- ¡El permiso de circulación! [lpermizo de circulasió!]
- ¡El último recibo del seguro [ehurtimo resibo derseguro!]
¡¡Cielos!!! ¿Lo bajé? Sé que me llegó del banco, sé que lo tuve sobrfe la mesa tres semanas para acordarme que tenía que bajarlo. Sé que tenía que bajarlo y lo llevé en mi maletín tres semanas para acordarme que tenía que dejarlo en la moto pero... ¿lo dejé en la moto? Abro la guantera y comienzo a revolver papeles ¡con lo ordenado que soy yo! ¿Cómo puedo tener este desbarajuste. El del 2001 no vale. Tampoco el del 2004. Por aquí veo 2006, ah, esto es una notificación. ¿O no tenían que mandármela en 2o04... Bueno, da igual, lo encuentro. Se lo doy.
- Este no es, este caducó en enero [Caducó'n'nero]
Me lo devuelve y, un poco incrédulo, lo reviso, efectivamente, lo pago cada seis meses y ese caducó en enero. Y no tengo más, por más que miro, no tengo más aunque estoy completamente seguro de haberlo pagado. Dónde carajo lo habré metido. Sigo rebuscando y encuentro el papelito verde del seguro con la fecha en vigor y grandes letras rojas que gritan que ese papel no vale de nada si no se acompaña del recibo del banco. Lo leo pero me hago el despistado a ver si cuela y se lo entrego.
- Este tampoco vale... [zt'ampoco fale...]
Y mientras me lo devuelve alza la vista y me mira a la cara con ojos de perdonavidas. Yo le recibo la mirada con gesto de niño de primera comunión al que han pillado enciendiendo un cigarrillo.
- Lo siento -le digo- sé que lo he pagado pero no me he dado cuenta de coger el recibo.
- Ya... si me pongo a sumar, le sale una multa de seiscientos euros [seiciénto'úro] pero por esta vez se va a quedar en un aviso porque toda la documentación estaba en regla.
Respiro aliviado; esta vez me he librado.
- Además, usted o su compañero llevaban el casco desabrochado [ustéosucompaniero er casco dezabroshao]
¡Me ha pillado, aún no estoy libre!
- Ejem... esto... sí, disculpe... es que... un descuido lo tiene cualquiera...
- Ya. Y el descuido del semáforo, y el de firmar el carnet, y el del recibo del seguro... ¿No se da cuenta que así el casco no sirve de nada? ande, ande, circule, circule...
Vaya si lo sé, si me harto de decírselo a todo el mundo pero mejor callarse que esta vez el señor agente tenía toda la razón. Me ha dejado más pillado que Islero a Manolete así que chitón.
Ahora sólo queda aparcar la moto y olvidar el asunto con una agradable comida pero... ¿en qué fase se encuentra el reglamento municipal sobre aparcamiento de motocicletas en las vías públicas? Ya no podía dejarla donde tenía previsto a menos que diera una gran vuelta y... ¿si la dejo en la acera y resulta que ya está prohibido? Sólo faltaba que después de haberme librado por los pelos me multara por aparcamiento, con las ganas que debía tener de pillarme.
No me queda más remedio. Tengo que preguntarle.
Me dirijo al señor agente que ya había vuelto a su ocupación de dirigir el tráfico y le pregunto:
- Esto... disculpe pero... ¿puedo dejar ahí la moto?