jueves, agosto 31, 2006

No hay aventura

Hoy tenía todos los ingredientes para escribir una gran aventura pero la noticia es que no hay noticia. Que el tema daba juego ha quedado demostrado a lo largo de los dos años de existencia de este blog, sin embargo, a la hora de la verdad, todo ha quedado en nada.
Imaginad la situación.
Madrid. Agosto. Tres de la tarde. Hay que transportar durante veinte kilómetros, incluyendo quince de carretera, lo siguiente:
- Una mochila con patines de línea
- Una barra de pan cinco cereales
- Una carpeta con partituras
- Un bolso
- Una bolsa de papel con otro bolso para regalar
- Un jersey rojo de rayas
- Un casco aparte de los que se utilizan
- Mi morena favorita
- y... ¡una pizarra de 100 x 50 cm!
Todo eso en Mi Vespa.
Imaginad la escena: por un lado la moto y por otro, desplegado alrededor de ella todo lo que hay que transportar como si fuese un catálogo. Se admiten sugerencias. ¿Cómo lo hubieses llevado tú? Una pista: la mochila con los patines no cabía en el cofre.
Durante toda la mañana previa al traslado, mi compañera de viaje me estuvo preguntando: ¿vamos a caber? ¿Cómo vamos a llevar la pizarra? ¿No será peligroso? No te preocupes, llegaremos sanos y salvos y sin problemas. Además, lo pasaremos bien y, en último caso, tendremos algo que contar en el blog. "Vale, vale, está bien pero... ¿no será peligroso?"
No voy a detallar como entró todo pero el caso es que logramos distribuir todo en los huecos de la moto salvo... claro, ¡la pizarra!
Ya había llevado en Mi Vespa un cuadro descomunal y eso me confería cierta tranquilidad aunque confieso que aún no había pensado en la solución definitiva. Miré la moto, miré la pizarra, comparé medidas y verifiqué que no había muchas opciones así que situé la pizarra en vertical entre el cofre y la espalda de mi acompañante, convenientemente atada, eso sí.
No soy ingeniero ni entiendo mucho de aerodinámica pero imaginaba que esa colocación podía plantear problemas a unas horas y en una época del año en que las corrientes térmicas se muestran especialmente juguetonas. A diario, sin carga, puedo comprobar como en un par de curvas el viento juega con la moto a su antojo.
Pero nos arriesgamos. Rebajé considerablemente la velocidad de crucero y observé por el retrovisor los posibles movimientos de la pizarra. No se movía y mi acompañante me hacía señas con la mano de que todo iba bien. Salimos a la carretera y todo seguía bien. Llegamos a la zona de más viento y la pizarra sin moverse. En la curva donde da la vuelta el viento, la pizarra fija a la moto. Tuve tentaciones de acelerar pero no quise arriesgar más.
En ese momento, comprobé como la mayoría de los que viajaban en los coches se nos quedaban mirando y volvían la cabeza para no perder detalle. Entonces se me ocurrió una cosa que provocó mi risa a carcajadas mientras no dejaba de conducir y vigilar por el retrovisor. Pensé que podíamos haber escrito en la pizarra algo como "Recién casados". Entonces mirarían con razón. Y pitarían, seguro. Imaginaba la reacción de los conductores leyendo el letrero imaginario en la pizarra y no paraba de reír yo solo mientras mi compañera, contagiada, se reía de mi por inercia, ignorante de lo que sucedía en realidad. Después de eso seguí imaginando posibles letreros en la pizarra tales como remedos de los que coloca la DGT en sus paneles: ¡Cuidadíinnn, que te quedan tres puntitos! o ¡Tronco, no te pases! y con cada lema nuevo mi risa aumentaba bajo el casco.
Eso era lo único que sucedía: dentro de mi cabeza. Por más que miraba por el retrovisor, la pizarra no se movía ni un milímetro (bueno, creo que le dio un par de cabezados a mi compi) y yo pensaba qué narices iba a escribir en esta página si no sucedía nada reseñable. Hasta que me di cuenta que la no noticia es una noticia en sí misma.
Efectivamente, llegamos a casa sanos, salvos, y con la pizarra más entera que el virgo de La Macarena. Entonces, mientras cantábamos victoria, al antebrazo de la morena de Mi Vespa le entró un temblor misterioso, improcedente y, en apariencia, inexplicable. ¡Tengo que tocar el piano! me dijo alarmada y comenzamos las averiguaciones.
Una vez repasados los hechos, constatamos que había viajado durante quince kilómetros sujetando con fuerza uno de los lados de la pizarra y que la tensión en el tendón le había provocado el mencionado temblor así como la inesperada estabilidad de la pizarra.
Tras el susto inicial, la pianista recuperó su tensión habitual y los tendones respondieron a las órdenes del cerebro mientras interpretaba magistralmente la Bossa de Ciudad.
Como has comprobado, querido lector, hoy no hay noticia, puesto que no pasó nada y no me queda más remedio que afirmar, aunque me cueste, que hoy, no hay aventura que contar.

martes, agosto 29, 2006

El diablo sobre ruedas

Debe existir una ley. Estoy seguro que, con tantas leyes como hay para regular el tráfico y el transporte por carretera debe existir una ley que prohiba a los camiones que transportan escombros ir lanzando granadas contra los que circulan tras ellos. Y, si existe, ¿por qué no se vigila para que se cumpla? Se habla mucho del exceso de velocidad, de la utilización del teléfono móvil y... ¿Qué pasa con los transportes que no cubren su carga? ¿Acaso no suponen un peligro real y diario?
Que nos lo pregunten a todos los que a diario tenemos que usar la A-3 para salir de Madrid. Se podría realizar un estudio estadístico serio pero así, a ojo, podría asegurar que la mitad de los usuarios habituales de esta carretera tienen o han tenido la luna delantera picada o rajada a causa de las piedras que sueltan los camiones que se dirigen al vertedero sin cubrir adecuadamente su carga.
Ya peligroso si viajas en coche, cuando circulas en moto el peligro se multiplica porque hay que convertir la conducción normal en una carrera de slalom para esquivar continuamente los objetos que va desparramando El diablo sobre ruedas. Objetos, por cierto, de lo más variopinto porque no os podéis hacer una idea de las cosas que tira la gente...
Lo normal es que estos agresores del asfalto, creyéndose pulgarcitos, vayan dejando un rastro de escombros pero en este cuento no vienen pajaritos a "comerse" las migas y al peligro de impacto se una el de pérdida de adherencia.
Ayer tuve suerte y, en vez de recordar al granizo, la carretera parecía de fiesta pues el camión que llevaba delante lanzaba restos de papel como si fuese confeti. Claro que, no se trataba de pequeños pedacitos de papel sino de sábanas enteras y yo sobre Mi Vespa, mientras trataba de adivinar el recorrido del periódico errante para poder esquivarlo, me imaginaba con un pliego de noticias caducas cubriéndome la cara igual que en las mejores escenas de dibujos animados.
Cuando logré adelantar al lanzador de papel comencé a tocar el claxon y agitar las manos en señal de protesta pero me temo que, en vez de darse por aludido, debió pensar que celebraba la fiesta que él se encargaba de adornar.
Por todas partes busqué un guardia civil para avisarle del peligro pero no encontré ninguno. Imagino que estaría muy ocupado escondido tras el pilar del puente de una autopista de tres carriles para pillar in fraganti a un "temerario" y desprevenido conductor que circulase a ciento veintidós kilómetros a la hora.

miércoles, agosto 09, 2006

El parte

42.424 km
Salir del taller, lo que se dice salir del taller, la moto salió perfecta. O sea, me arreglaron lo poquito que había por arreglar y revisaron lo que ya funcionaba bien pero necesitaba mantenerse. O sea, dispuesta para seguir recorriendo muchos kilómetros, como hasta ahora pero...
Llamé a la hora prevista para recogerla:
- Hola Eugenio ¿Qué tal? ¿Tienes lista ya Mi Vespa?
- Esto... sí pero... verás...
- ¿Qué pasa? ¿Tenía alguna avería gorda que no hubiera visto?
- No... no es eso. Lo que ha pasado es que...
- Chico, me estás asustando. ¿Está bien mi moto? ¿Le ha pasado algo?
- Pues verás... ya que lo preguntas... sí, la moto está bien pero...
- ¡¿Pero qué?!
- Pues que ha venido otra clienta en coche a recoger su moto y mientras maniobraba para dar la vuelta ha tirado una de las motos que estaba aparcada fuera y ésta, al caer, ha golpeado a la tuya y se ha arañado un poco...
- ¡¿Se ha arañado un poco?! ¿Qué es "un poco"?
- No ha sido mucho, te la puedes llevar pero tienes que volver a traerla para que la pintemos. Pero no te preocupes que tengo los datos y el seguro se hará cargo de todo.
Ya me estaba asustando. Caída, arañazo, pintar, seguro... todas esas palabras rebotaban en mi cabeza según salían del teléfono y en su ir y venir por el interior de mi cerebro dibujaban los escombros de un escúter. Insistí: ¿Pero la moto está bien?
- Bueno, ya te he dicho que tiene un golpe en el escudo frontal y alguna cosilla más.
- Ya, sí, pero digo que si está bien, que si anda, que si no se le ha roto nada más que la carrocería.
- Sí, no te preocupes, de todo lo demás está perfecta.
Inmediatamente corrí al taller y comprobé los desperfectos. Los golpes, unidos a la suciedad acumulada de varios días sin usarse y sin lavarse daban a mi querida Vespa un aspecto más bien patético pero me recompuse y evité limpiarla en ese momento con lágrimas.
El propietario del taller me explicó con detalle como había sucedido el accidente, que el causante había reconocido su culpa y estaba dispuesto a dar parte al seguro para que cubriera con los gastos de reparación de Mi Vespa. Comencé a tranquilizarme. Realmente los daños no eran más que estéticos y, bien pensado, cuando saliese del taller de pintura quedaría realmente como nueva.
Optimista aunque apenado conduje la moto a casa y, casi lo primero que hice fue lavarla a mano centímetro a centímetro, como si curase las heridas de un niño después de una pelea. Me llevó un tiempo considerable pero el resultado mereció la pena. Flamante. Quedó realmente flamante y, entre el brillo de la carcasa, los arañazos apenas si se veían.
Al día siguiente llamé a la autora del desaguisado que, muy simpática y educada pidió disculpas y se ofreció a resolver cualquier posible problema derivado del accidente. Tomamos nota de los datos para dar parte a las respectivas compañías y colgué el teléfono más satisfecho.
Pero estamos en agosto y, Madrid durante este mes se convierte en una ciudad fantasma que vive aletargada. O sea, que ni compañías de seguro, ni talleres, ni concesionarios, sólo unas calles vacías (en obras, eso sí) por las que circular muy a gusto con Mi Vespa herida.