Aún siento palpitar el corazón bajo mi jersey de lana roja.
Esta mañana, el atasco era tal que incluso en Mi Vespa resultaba complicado avanzar. Todo Madrid está en obras y en los alrededores de mi casa están construyendo la autopista de circunvalación número dos mil quinientos o algo así. Cada día cambia el trazado de la carretera y con frecuencia es normal encontrar arena, barro, baches o rotos en el asfalto. Los coches estaban totalmente parados y yo avanzaba como podía compitiendo sin competencia con una Virago en la búsqueda de huecos. Finalmente encuentro una zona del arcén bastante amplia y decido circular por ella a pesar de que, a juzgar por la arena que pisaba, más parecía una pista de cross que la vía de servicio de una autovía nacional.
De pronto, veo que un Xsara decide salirse de su filita y pasarse al arcén sin señalizar la maniobra y sin comprobar por el espejo retrovisor que yo pasaba justo en el momento por el mismo lugar. Mi primera reacción: frenazo.
Todavía escucho el restregar de las ruedas de Mi Vespa sobre la arena, todavía siento como Mi Vespa se tambaleaba sin decidir muy bien hacia donde dirigirse. La dirección temblaba casi tanto como mi corazón y yo ya me veía en el suelo. En décimas de segundo, ejercicio de contrapesos con el cuerpo, vista al frente y puño al acelerador me han permitido estar aquí contándolo. Todo se ha quedado en un susto y algo de experiencia adquirida en la conducción.
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