lunes, diciembre 13, 2004

"¡Perdona!"

Es que ya lo decía en el texto anterior. En moto uno no está a salvo ni parado. Cierto es que los lunes por la mañana circulamos todos con la cabeza más puesta en la cama que en la carretera y eso se nota. No tengo estadísticas a mano (ni me apetece buscarlas) acerca de los pequeños golpes. Los grandes accidentes en las ciudades se producen durante las noches de los viernes y los sábados. Al menos eso se encargan de difundir a bombo y platillo los medios para prevenir el consumo de alcohol cuando se va a conducir pero nadie dice nada de los pequeños "encuentros" que se suceden en los atascos mañaneros. Claro, no interesa decir que es peligroso ir al trabajo...
El caso es que este lunes por la mañana de tráfico no especialmente denso, acudía yo al trabajo en Mi Vespa tan dormido como el resto de conductores. Por ello no me esmeraba en esceso en culebrear entre los coches para llegar a la primera fila del semáforo y me quedé parado detrás de uno. Creo que estudiaba a los peatones que cruzaban cuando vi moverse al coche que tenía delante y me desperté. De pronto veo que se enciende su luz de marcha atrás e intento mover Mi Vespa también hacia atrás pero él es más rápido y no puedo evitar que se avalance sobre mí. Busco el claxon para avisarle y con los nervios no lo encuentro. No puedo ir más hacia atrás y el de alante sigue retrocediendo hasta que su paragolpes se come mi guardabarros. El coche que yo tenía a la derecha evita que Mi Vespa caiga al suelo pero me veo en cuestión de segundos como el queso de un sandwich, a punto de fundirse.
Cuando el conductor que provocó todo mira (¡por fin!) por el retrovisor y se da cuenta del entuerto se pega un grandísimo susto. Se deshace en disculpas y para inmediatamente para interesarse por mi salud y la de Mi Vespa. El pobre hombre estaba tan asustado que los pequeños arañazos del guardabarros me parecieron una nimiedad. Casi tuve que tranquilizarlo yo a él. Y es que mi tranquilidad me extrañó muchísimo. Es que ni me inmuté. Como si a uno lo estuviesen atropellando todos los días. Pero, ¿para qué preocuparme? El mal ya estaba hecho y tampoco había sido tan grave. Así que repasé los escasos daños de Mi Vespa, acepté las disculpas del conductor y marché hacia el trabajo pensando lo que decíamos ayer: el día menos pensado...

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