miércoles, diciembre 22, 2004

Unos guantes

Hoy en España es el día de la Lotería. Si me toca, lo primero que me voy a comprar es unos guantes. O unos puños calefactables. O una estufa para instalar en el frontal de Mi Vespa. Una vez se me ocurrió decirle a un alemán que los inviernos en Madrid son muy duros. Él, asombrado, me preguntó qué temperaturas se alcanzaban por aquí y, cuando le dije que había mañanas de cinco grados bajo cero soltó una carcajada y dijo ¿eso es frío? eso son los días de invierno buenos en Alemania... Creo que no me veréis el pelo durante el invierno en Alemania porque para mí, en cuanto aparece el signo negativo en la pantalla del termómetro, ya hace muuuucho frío. Ya lo pensaba cuando viajaba en coche, más aún ahora que voy en Vespa.
Esta mañana me ha tocado rascar hielo en el asiento de Mi Vespa. Lo había hecho muchas veces en el parabrisas del coche pero no en un lugar en el que al momento iba a situar mis posaderas. Cierto que sobre el eskai se quita mejor el agua congelada que sobre el vídrio pero tampoco he tenido que sentarme nunca en el frontal del auto.
Claro que eso no es lo peor. Sobre todo si has conseguido un pantalón lo suficientemente fuerte para que no traspase el viento helado. Recordad que se trata de ir al trabajo en Vespa, no de un largo viaje en moto de gran cilidrada o de una carrera en una "R". O sea, que tampoco es cuestión de equiparse con un súper mono dotado de la última tecnología en aislamiento y calefacción. O quizá sí, porque en cuanto llevo recorridos dos kilómetros, el ambiente se convierte en una infinidad de agujas que se clavan en cada uno de los poros de la piel de mis piernas. Y eso que, como dijo una madre -y ya sabemos que las madres saben mucho-, nunca te acatarrarás por las piernas.
Espero que tampoco por las manos porque, si por las piernas se clavan cientos de agujas heladas, el frío en las manos llega de dentro afuera. Al menos las rodillas puedo protegerlas tras el escudo frontal de Mi Vespa pero las manos no queda más remedio que dejarlas aferradas al manillar y expuestas completamente a las inclemencias climáticas. Entonces notas como la sangre se para y un dolor, incipientemente débil, se va extendiendo desde la punta de los dedos hasta los nudillos. Llega un momento en que la circulación sanguínea desaparece por completo y ya no se siente ni frío ni dolor ni manos. Calculas entonces la distancia que falta hasta llegar al destino y piensas si podrás aguantar sujetando el manillar hasta ese momento y supones que sí, pues ayer lo hiciste pero la mezcla imposible de dolor e insensibilidad es tal que llegas a imaginar que se te van a quedar pegadas las manos a los puños de la moto.
Llevo guantes, claro que los llevo pero, evidentemente, malos. Cuando me los quito las manos conservan la forma del puño durante unos minutos pues creo que si trato de estirarlas de pronto todos los huesos crujirán de golpe. También es cierto que luego la sensación es como cuando sueltas una pelota de nieve: tras el intenso frío momentáneo sientes un calor agradable.
Aún así, tengo que comprarme unos guantes pero el número gordo de la lotería ya ha salido y no lo llevo en mi bolsillo así que tendré que seguir esperando a conseguir unos ahorrillos.

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