Dos grados bajo cero. Eso marcaba el termómetro esta mañana minutos antes de que me subiera a Mi Vespa. No sé si soy cabezota o constante. No sé muy bien la diferencia entre esos dos adjetivos que significando lo mismo uno es negativo y el otro positivo. El caso es que, cuando el sentido común indicaba que debería haber dejado aparcada la moto y haber tomado el coche, me embutí en todas las capas que encontré en el armario como si fuese una cebolla y me dirigí al trabajo. Llegué con menos frío del que pensaba pero, eso sí, al salir he comprado unos guantes nuevos, por fin. Mañana veré si voy como un señor o he tirado el dinero aunque me han asegurado en la tienda que me devolverán el dinero si no llego con las manos calentitas.
Vale, lo sé, esta anécdota es muy sosa. Nada que ver con lo que contaba en el verano pero es que durante el invierno es muy dura la vida del motorista. Aunque también puede ser que se me estén congelando las ideas con tanto frío, no digo yo que no.
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