Mi Vespa ha cumplido treinta mil kilómetros. ¡Treinta mil kilómetros! ¿Sabéis lo que es eso para una Vespa? Bueno, sí ya sé que hay muchas que tienen más pero es que la mía apenas tiene dos añitos. Y es que, ya os lo he dicho antes: ella y yo nos hemos hecho inseparables y, claro, como no paro quieto y ella me acompaña siempre, pues ahí está el resultado.
En realidad no los acaba de cumplir, ahora está ya por los treinta y uno, casi como yo, que mañana cumplo cuarenta y uno, pero es que quería ilustrar esta nota con la prueba evidente del cumplimiento. No es para menos. ¡Con lo que me costó hacer la foto! Casi tanto como trabajo e imaginación me ha costado pasarla al ordenador, porque no sé qué les pasa al teléfono y a la computadora que no se hablan. No lo entiendo. Que yo sepa no le ha hecho nada el uno al otro, no tienen motivos para estar enfadados y, sin embargo, todos los métodos habituales de comunicación entre uno y otro fallaban sistemáticamente, impidiendo que esta foto histórica llegase hasta vosotros. Al final, no sé si han hecho las paces o sólo ha sido algo momentáneo. Al fin y al cabo no me importa, no me quiero meter en sus cosas. Lo que yo quería contaros es la historia de esta foto y cómo celebré el cumplimiento.
Cuando cogí la moto por la mañana me di cuenta que faltaban unos pocos kilómetros para alcanzar esta cifra tan redonda y se me ocurrió la idea: fotografiar el evento. Claro que, eso suponía un problema: tendría que estar permanentemente atento al contador para no pasarme ni un metro. Ya sabéis que circulando en moto uno no puede estar a peras, los cinco sentidos son pocos para no terminar en el suelo. Por eso calculé el lugar aproximado donde se todos los numeritos menos el primero estarían en cero para reducir la velocidad al aproximarme. Lo que debí suponer es que lo más probable es que ese punto fuese el menos indicado para detener Mi Vespa y tomar fotografías.
Efectivamente, salí de trabajar y me dirijí a casa como de costumbre. Salía de la ciudad y aún quedaban algo menos de dos kilómetros. Llegaba el momento de aumentar la atención pero ¡entraba en la autopista! ¿Cómo podría ir mirando el cuentakilómetros y el tráfico a la vez? Reduciendo la velocidad, sí pero... ¿Cómo ir casi parado por la autopista? Echándole un par de... pistones. Me desplacé al carril derecho, pero aún así me adelantaban, así que me eché al arcén y reduje aún más la velocidad. Salvé un carril de incorporación sorteando con precaución y destreza los coches que llegaban. El cuentakilómetros se llenó de nueves y se aproximaba un carril de decelaración, donde desaparecía el arcén para dejar paso a los coches que deseaban salir de la autopista. No podía creerme que fuera a cumplir treinta mil kilómetros en medio del desvío. Los ceros comenzaban a aparecer a la velocidad que el espacio del arcén desaparecía. ¡Qué nervios!
Alguna pitada tuve que soportar y lo peor es que tenían toda la razón pero yo no quería perderme por nada esa foto, así que me hice el sordo y me aparté más aún. El cuentakilómetros llegó al lugar esperado y hubo suerte, no coincidió con la salida por pocos metros. Aún así, el arcén casi no existía y los camiones pasaban a toda velocidad, así que ni detuve el motor ni me quité el casco ni los guantes. Saqué como pude el teléfono del bolsillo (Gato con guantes no caza, que decía mi Abuelo el Sabio) y tomé un par de fotografías totalmente a ciegas. El sol daba de lleno en la pantalla del teléfono y resultaba imposible calcular el encuadre pero no podía seguir más tiempo ahí o sería la última foto que tomaría en mi vida. Así que me incorporé al tráfico y pedí a Santo Pixel Bendito porque hubiera salido bien la captura.
Con la foto supuestamente en el bolsillo aceleré feliz hasta la gasolinera porque, otra cosa que no había contado es que la luz de la reserva llevaba encendida desde hacía ya demasiado tiempo. Paré en la estación de costumbre y abrí el depósito. Cuando me disponía a escoger el tipo de combustible me dije: Sí, por qué no, vamos a celebrarlo. Y le regalé a Mi Vespa el de mayor octanaje que encontré. Un día es un día y sólo se cumplen treintamil kilómetros una vez en la vida. Ella, feliz y agradecida, me devolvió la mejor respuesta que jamás he obtenido al girar el puño.
1 comentario:
curioso cómo nos unimos a algunos objetos, que casi ya son algo más
va el abrazo
(que sí, que tienes lectores)
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