jueves, diciembre 29, 2005

La tabla

Aún tengo agujetas en el bíceps del brazo izquierdo y es que no termino de aprender que algunos objetos no se pueden transportar en Vespa. ¿O sí? Porque el caso es que lo hice. Fui capaz de recorrer más de veinte kilómetros por ciudad, autopista y carretera de curvas llevando un cuadro de metro y medio de largo por cincuenta centímetros de ancho y, lo que es mejor, llegar sano y con la pintura a salvo. vb vbv< size="2">esto lo ha escrito mi gata, que también quiere opinar).
Desde hacía varios días mi amiga E. me tenía intrigado con un regalo de reyes adelantado o de Navidad retrasado que pensaba obsequiarme. Sabía que era una pintura suya inspirada en una serie de fotos vista en un periódico pero no tenía ni idea del motivo ni mucho menos del tamaño. Cuando por fin la terminó y quedamos para la entrega me advirtió que, posiblemente, no pudise llevarla en la moto pero entre que soy algo cabezón y que me niego a circular por Madrid en coche, no quise rendirme sin intentarlo. Total que, me presento en su casa y, tras admirar las maravillas de la obra artística y agradecer a la artista, comencé a calibrar la talla y las posibilidades de transporte en moto.
Me había acercado así, con lo puesto: ni un plástico protector, ni unas cuerdas, nada, por lo que la única opción era llevarlo bajo el brazo. En una primera etapa, el reto consistía en llevarlo hasta mi trabajo, distante sólo unos cuatro o cinco kilómetros del estudio.
Nunca había conducido Mi Vespa con una sola mano y, aunque posible, os aseguro que resulta más difícil de lo que parece. Una cosa es soltarse y poder volver a agarrar el manillar si se precisa y otra muy distinta conducir como si se fuese manco. Y de esta manera conduje MiVespa desde Puerta de Toledo hasta Delicias. A una velocidad de vergüenza, cierto, pero me aterraba cualquier imprevisto sin capacidad para reaccionar. Cuando veía que un semáforo se podía cerrar, comenzaba a frenar quinientos metros antes porque sólo podía accionar la maneta derecha. De esta guisa llegué a mi destino. Aparqué la moto de medio lao porque sólo disponía de una mano y subí a mi oficina a buscar algo con lo que embalar el cuadro. Porque, tengo que decir que, al miedo de caerme y destrozar mi cuerpo, había que añadir el miedo a que se cayera el cuadro y se destrozara. Una obra de arte es irrepetible y si se rompía se perdía para siempre el trabajo de su autora.
En mi empresa, el día de la víspera de noche vieja, quedaban tres personas y el gato. Ni plástico de burbujas ni cinta de embalar. Algo de papel y celofán. Ni cuerdas ni ganchos. Total, que envolví la madera con el papel y lo precinté con celofán. Encima del transparente, muy chulo para la mayoría de los usos pero nefasto como empaquetador. Como faltaban cuerdas y cinta, quité la bandolera de mi bolso y reutilicé el pulpo que me compré para llevar el plato. Por más que rebusqué en todos los rincones, no encontré otros elementos para atar la tabla. Así que la coloqué tumbada en la parte izquierda de la moto, la até con el pulpo y la correa de mi cartera e inicié la marcha. Despacito, claro, para evitar sustos.
La gente me miraba ¿Dónde va este tío con esa tabla en la moto? debían pensar. Pues dónde voy a ir, a mi casa, les contestaba yo mentalmente. Durante el tiempo que duró el trayecto por ciudad no fue mal la cosa: a un ritmo prudente y, aún así aceptable, la tabla no llegó a darme ningún susto. Confié y me metí airoso y desenvuelto en la autopista. Aunque tampoco sonaron las luces de alarma, la tabla comenzaba a despegarse del costado de Mi Vespa como los alerones de una avispa que quiere iniciar el vuelo. La verdad es que la primera comparación que se me ocurrió fue una mariposa pero, tratándose de una Vespa creo que esta es más acertada. En este momento fue cuando comencé a no fiarme de los atados y sujeté la pintura con mi brazo izquierdo. Flojo al principio pero con tanta fuerza al final que sentía como si el mismísimo Iñaki me hubiese retado a levantar piedras. Aún así el trayecto de autopista no fue el peor pues resultaba fácil controlar las situaciones y, salvo algún repentino golpe de viento, no se presentaban otros imprevistos de tal manera que con velocidad constante y la sujección conveniente, pasaron los kilómetros sin percances.
El problema se presentó cuando, preocupado por la excesiva velocidad del tráfico y pensando reducir riesgos opté en los últimos kilómetros por una carretera comarcal que también me lleva a casa.
Reconocí mi error al tiempo que recordé una clase de física del bachillerato en la que el profesor hablaba de un cono de vacío que se formaba en la parte trasera de los coches según avanzan contra el viento y como este frena el avance y para ello se colocan elementos como alerones en la parte trasera de los vehículos que generen turbulencias encargadas de rellenar ese vacío y de este modo evitar el freno del viento. ¿Lo has comprendido? Bueno, esto es lo que yo recuerdo si estás interesado en el tema puedes consultar con los especialistas aerodinámicos más versados que yo o, simplemente, echar un vistazo a este enlace.
El caso es que todo este rollo teórico viene a cuento porque cada vez que me cruzaba con un camión o furgoneta este cono de vacío (o las turbulencias que lo rellenan, ¡vaya usted a saber! que yo me pasé a letras en tercero de bachiller) repercutían directamente en la fantástica obra de arte que llevaba en Mi Vespa y pretendía iniciar el vuelo. Quizá con la intención de llegar a casa antes que yo y colgarse en la pared para que me llevase la sorpresa al entrar y verla puesta pero como no le había dado las llaves de la puerta ni la dirección preferí no arriesgarme y asirla con mayor fuerza con el mismo y sufrido brazo izquierdo.
Ese tramo de carretera que, tanto en moto como en coche, suelo utilizar para poner en práctica mis cualidades de pilotaje, se me hizó más pesado que el trazado de un ocho.
Cuando por fin vislumbre los edificios donde vivo, en vez de respirar aliviado, me dio por imaginar que en el último momento se troncharía la tabla, derraparía en una curva o el cono de vacío (o sus turbulencias) de un camión me llevarían volando y sin pasar por la casilla de salida hasta Bercianos del Camino.
Como dije en capítulos anteriores: lo estoy contando o sea, que puedes presumir el final. Efectivamente, llegué a casa sin percances, colgué el cuadro y, además, gracias a lo sucedido estás leyendo una aventura más de Mi Vespa y yo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jeje, el otro día me tocó llevar a mi una corchera en el suelo de mi PX, iba como tú, tranqulito y cuidando de que no se moviese. Esto de llevar más de lo que podemos... cualquiera que nos vea... pero en fin, al final se logra. Un saludo!

Fernando dijo...

Bueno, la realidad es que ya llevo un bauleto pero con las cosas tan raras que se me ocurre llevar en la Vespa no sirve para mucho.