lunes, noviembre 29, 2004

Recuperada

Lo primero de todo, gracias a los que os habéis preocupado por la salud de Mi Vespa. Hace un par de días que le dieron el alta y ya me ha dado la oportunidad de vivir un buen puñado de aventuras sobre ella. El mal era grave pero lo pillaron a tiempo y, sí, efectivamente, lo cubría la Seguridad Social por lo que mi bolsillo no se ha visto muy resentido. En el hospital la trataron con cariño pero también tengo que agradecer los ofrecimientos de "mi enfermera" y el apoyo que me brindó mientras veía como la metían al quirófano.
De nuevo en la carretera, sufriendo con los baches, las obras, los rigores invernales, las maniobras locas de los conductores de automóviles insensatos, disfrutando de los paseos sin prisa, del sol de invierno, del aire fresco, de las compañías del asiento trasero.
Todo eso y mucho más, en este rincón, durante los próximos días.

martes, noviembre 23, 2004

Nuevo cerebro

Mi Vespa sigue en el hospital. Y parece que es grave. Me ha dicho su cirujano que estaba mal de la cabeza, que tenía alterado el centro neurálgico que manda las órdenes a todos sus órganos. Ahora reposa en el centro de cuidados intensivos a la espera de que llegue un cerebro nuevo para realizarle un trasplante.

jueves, noviembre 11, 2004

¡Plof!

El número once me persigue. Eso es indudable aunque hay quien me dice que son manías mías. No en vano nací un día once a las once de la mañana. Si fuera supersticioso podría pensar que todo lo que me ha sucedido hoy se debe a que es once de noviembre.
Sea como fuere, hoy no pasará a la historia por día de mayores éxitos en mi vida.
Un corte en el afeitado lo tiene cualquiera, no es anormal que se escape el perro durante el paseo o que se resista a hacer sus necesidades cuando más prisa hay por volver a casa. Más extraño es que cuando con el tiempo bastante ajustado, la puerta de casa se atasque impidiéndome entrar. Efectivamente: Ocho y cuarto de la mañana. Tres grados en la calle y un viento que reduce la sensación térmica otros tantos. Vuelvo con prisa del paseo perruno porque llego tarde al trabajo y la puerta de mi casa se queda atascada cuando intento entrar para dejar al animal y tomar mis cosas. Me las ingenio para conseguir una ganzúa y abro a empujones. Sí, tengo que cambiar la puerta, ya lo sé. El mes que viene.
Subo a Mi Vespa y me dirijo, como todos los días, al trabajo. Pero hoy, como he comentado en la nota anterior, el atasco es monumental. Aunque ya está dicho en la nota anterior, conviene recordar aquí que casi me tatúo en el rostro el nuevo asfalto de la Nacional III.
La jornada laboral transcurre más o menos como todos los días, es decir, con más penas que glorias que no viene al caso relatar aquí, aunque reforzarían mi relato del día caótico.
Salgo bastante más tarde que de costumbre pero no por gusto o para compensar el retraso de la mañana sino por culpa del famoso "last time brown" que, siempre acechante, no quería descansar un día como hoy. Hago un par de gestiones y me dirijo al barrio para seguir con las compras.
Abandono la ciudad y tomo la autopista. Mi Vespa circula viento en contra a toda vela cuando, de repente, hace ¡plof! y se queda. Por suerte llevaba inercia suficiente como para apartarme al arcén. Me detengo bastante mosqueado y sin tener ni idea de lo que puedo hacer. Sí, muy listo tú, claro, ahí sentado en tu silla y leyendo en la pantalla del ordenador es fácil pero te imagino en medio de una autopista de tres carriles, con otro más incorporándose y decenas de coches pasando a toda velocidad, con un frío que helaba los pensamientos y las puntas de los guantes. No se me ocurre nada más que dejar descansar la moto y volver a arrancarla.
¡Funciona! Arranca a la primera y sigue andando. No había avanzado ni dos kilómetros cuando vuelve a hacer ¡plof! Como me estoy acercando a una gasolinera pienso quedarme ahi pero me doy cuenta que Mi Vespa anda. Con poquísima fuerza, eso sí, pero anda. Así que decido llegar hasta el barrio y seguir con mis planes como si tal cosa. De camino veo una tienda nueva y se me ocurre entrar a conocerla. Total, está al lado de la que necesitaba visitar. Pienso que sólo me entretendré cinco minutos más y aún podré asistir a tiempo a la cita que tengo a las siete de la tarde.
Salgo e intento arrancar la moto pero ahora se queda como si el acelerador fuese un juguete. Por más que le doy al arranque, sólo me responde con un pet, pet, pet incapaz de mover la máquina. Como la calle está en cuesta, decido empujarla hasta el lugar donde poder lanzarla pero a la puerta del local están de obras y hay un enorme boquete recién relleno de alquitrán en el que va a colarse la rueda trasera de Mi Vespa.
Yo soy más bien menudo y no muy fuerte así que, por más que empujo la moto en vacío (recuerda que no arranca) no consigo sacarla del hoyo. Los que echaban el alquitrán deberían pensar que me quería ahorrar la mensualidad del gimnasio porque miraban pero no se les ocurría ofrecer ayuda. Lo peor es que mi bota resbalaba con los chorretes de alquitrán que habían caído en la calzada y en vez de avanzar, la moto se colaba más cada vez.
Uso el ingenio (ya digo que mi fuerza no me llevará muy lejos) y consigo devolver las dos ruedas a tierra firme. Lanzo la moto cuesta abajo pero ni por esas arranca. Como sobre un patinete llego a una calle más ancha y algo menos transitada desde la que efectuar una llamada telefónica pidiendo auxilio.
Me llama por teléfono la amiga con la que había quedado a las siete para decirme que tendrá que ser más tarde. Sí, sin duda, le contesto, estoy en el polígono industrial tirado con la moto. Quizá no pasaran más de veinte minutos hasta que llegaron a auxiliarme pero es necesario recordar que hacía frío y de noche, en un polígono industrial, de las afueras, más. Vienen a buscarme con un Citroën C3 y una fuerte cuerda de nylon. Empezamos a recorrer la carrocería del coche buscando un gancho donde amarrar la cuerda pero se ve que eso es de coches antiguos porque en este no hay lugar, así que la colocamos en el maletero y cerramos la puerta. El otro extremo lo enlazamos en la dirección de Mi Vespa y nos encaminamos a casa.
Por supuesto, no se puede pedir a la gente que sea experto en remolcar motos. A ver, de los lectores de esta página, que levanten el dedo los expertos en remolcar motos. Así es, la chica que me llevaba, con apenas un año de experiencia con el carnet de conducir, a pesar de ser una hábil piloto, era la primera vez en su vida que arrastraba una moto.
Muy prudente ella, lo primero que se le ocurrió es circular a ¡¡10!! por hora. Bueno, no está mal. Quizá así habríamos llegado de una vez pero... aún estaría de camino y no me habría sentado aquí a contarlo. Le pido que acelere un poco más y, efectivamente, acelera, ¡acelera! Le asesta unos acelerones al coche que la cuerda empieza a tensarse y pegar tirones fuertes de la moto. Con cada tirón, Mi Vespa se tambaleaba para todos lados y yo sobre ella. Al tercero de estos tirones la cuerda se desenganchó del coche sacudiendo un latigazo que dejó maltrecho un embellecedor de Mi Vespa. No habíamos avanzado ni un kilómetro y mi ayudante ya quería abandonar a pesar de que no nos quedaban ni tres para llegar a casa.
Volvemos a enlazar auto y moto y seguimos. Nunca pensé que mi barrio tuviese tanto tráfico un jueves por la tarde. Juraría que otros días esas calles estaban desiertas. Cruces, badenes, glorietas, semáforos, autobuses, peatones... parece una carrera de obstáculos y, en uno de estos, el coche vuelve a desengancharse rompiendo en esta ocasión el mosquetón que lo aferraba. Nueva parada técnica y revisión de planteamientos para llegar al destino. ¿Llamar a una grúa, a un amigo con furgoneta? Pero si estamos casi en el punto de destino. Un último tironcete y hemos llegado. Volvemos a encadenar los vehículos y el tractor encuentra una ruta más apropiada y una velocidad idónea. Ha aprendido a conducir sin tirones y sólo tenemos que lamentar unas largas filas de coches esperando detrás de nuestra caravana. No nos queda otro remedio que despreocuparnos por ellos ¡bastante tenemos con lo nuestro! ¡qué esperen!
Cuando sólo quedaba una manzana para el final, un nuevo tirón del coche me hace pensar que tendremos que volver a parar o que se rompería otro plástico de la moto, sin embargo queda en un susto y llegamos todos sanos y salvos.
Miro el reloj y, aunque el recorrido me había parecido interminable, apenas habían transcurrido treinta minutos. Aún estoy a tiempo de reanudar las compras donde se interrumpieron (si quiero que mis gatas cenen esta noche) y, además, acudir a la cita aunque sea con un poco de retraso.
Cojo el coche. No he recorrido ni trescientos metros y ya estoy echando de menos a Mi Vespa. Me siento atrapado, enlatado, sin escapatoria, a merced de los múltiples atascos y sin poder controlar el tiempo que me queda para llegar a la tienda antes de que cierren. Consigo llegar cuando están echando la verja pero me dejan entrar. Parecía que mi día de mala suerte había terminado pero cuando me dirijo a la caja con la intención de pagar me dicen que se les ha roto el ordenador y no pueden cobrarme. Tengo que esperar un tiempo indefinido hasta que se arregle.
Quizá debería haberme metido en la cama en ese momento a esperar despertarme de la pesadilla pero acudí a la cita prevista. La sonrisa de la camarera mientras me servía una copa helada de cerveza me hizo olvidar las penurias de este día once y decidí contar a mis amigos todas mis desventuras como si hubiese sido lo más divertido jamás sucedido. Nos reímos y pedimos otra ronda.

Susto

Aún siento palpitar el corazón bajo mi jersey de lana roja.
Esta mañana, el atasco era tal que incluso en Mi Vespa resultaba complicado avanzar. Todo Madrid está en obras y en los alrededores de mi casa están construyendo la autopista de circunvalación número dos mil quinientos o algo así. Cada día cambia el trazado de la carretera y con frecuencia es normal encontrar arena, barro, baches o rotos en el asfalto. Los coches estaban totalmente parados y yo avanzaba como podía compitiendo sin competencia con una Virago en la búsqueda de huecos. Finalmente encuentro una zona del arcén bastante amplia y decido circular por ella a pesar de que, a juzgar por la arena que pisaba, más parecía una pista de cross que la vía de servicio de una autovía nacional.
De pronto, veo que un Xsara decide salirse de su filita y pasarse al arcén sin señalizar la maniobra y sin comprobar por el espejo retrovisor que yo pasaba justo en el momento por el mismo lugar. Mi primera reacción: frenazo.
Todavía escucho el restregar de las ruedas de Mi Vespa sobre la arena, todavía siento como Mi Vespa se tambaleaba sin decidir muy bien hacia donde dirigirse. La dirección temblaba casi tanto como mi corazón y yo ya me veía en el suelo. En décimas de segundo, ejercicio de contrapesos con el cuerpo, vista al frente y puño al acelerador me han permitido estar aquí contándolo. Todo se ha quedado en un susto y algo de experiencia adquirida en la conducción.