viernes, enero 28, 2005

Ola de frío

No suelo ver las noticias de televisión pero el lunes compartí una deliciosa ensalada de mango y salmón con los telediarios de la noche. Por más que cambiase de cadena todas hablaban del temeroso temporal de frío y nieve que se avecinaba. Reconozco que me asustaron y llegué a pensar abandonar a Mi Vespa en el aparcamiento y reemplazarla por el habitáculo confortable y con calefacción del coche. A la mañana siguiente, miré el termómetro y marcaba cero grados. Perfecto, ni frío ni calor, pensé, qué exagerados son. Me enfundé casco y guantes y, como cada mañana, llegué sobre dos ruedas al trabajo. Efectivamente no pasé demasiado frío. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, las temperaturas fueron inferiores. Pero a los diez minutos de estar sentado frente a la pantalla me llama mi madre:
- Hijo, ¿has ido en moto a trabajar?
- Sí, claro, como todos los días
- Pero han dicho que va a hacer muchísimo frío, no vayas en
moto.
- Ya, ya sé que lo han dicho pero hace menos que hace dos semanas.
- A ver si te va a pasar algo, con tanto frío...
- Voy muy bien abrigado.
Al rato me llama mi amiga del alma:
- ¿Te has llevado hoy la moto?
- Síiiiii
- Pero va a hacer mucho frío, ten cuidado con los hielos. Deja la moto en
paz y usa el coche.
- Qué síiiiiii, qué ya tengo cuidado...
- Bueno, cuidate mucho.
Maldije a los medios de comunicación.
Por la tarde, cuando volvía, el frío aún no era criminal pero el viento ya empujaba como si no tuviese ganas de que yo permaneciese subido en Mi Vespa y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no caerme. Pero llegué sin mayor percance.
Amanece el miércoles. El viento había seguido azotando el tejado y las ventanas de mi casa durante toda la noche, así que miré el termómetro: ocho grados... bajo cero. Sí. Es el momento de coger dos ruedas más. Les haré caso y me llevaré el coche. Además, así cambio de ropa, que estoy un poco harto de ir siempre tan abrigado.
Le costó un poco arrancar. Tanto hacía que no lo usaba... pero lo logró. Lo primero que hice fue poner la radio (Ya expliqué que lo que más me fastidia de la moto es la falta de música) y justo a después, la calefacción. Las manos se me quedaron pegadas al volante y del conducto del aire venía una brisa fresca que caló mis zapatos. El hielo cubría los cristales. Cuando el coche entró en calor ya casi había llegado a mi destino. O para ser más exactos, a diez minutos a pie de mi destino, pues donde trabajo no se puede aparcar, por lo que tuve que caminar durante ese tiempo expuesto a las inclemencias climáticas sin mi "equipo de motero para el frío" y volver a recorrerlo por la tarde, a la vuelta, con igual o mayor frío.
Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando el termómetro volvía a indicar ocho grados bajo cero, volví a utilizar el coche. Incluso hoy me disponía a venir enlatado a pesar de que la temperatura había subido (sólo siete grados bajo cero) porque tenía que mil cosas en el maletero.
Así que monto en el auto, con mi gorro de lana y mis guantes de forro polar y le doy a la llave de contacto pero en ese momento todas las luces del cuadro de mandos se desvancen, el reloj se pone a cero, la radio se desconfigura y el motor de arranque se para por falta de corriente eléctrica. En resumen: me he quedado sin batería y con cara de tonto. Durante cinco minutos permanezco en el asiento tratando de tomar una decisión. Como ya decía que necesitaba los bultos del maletero, decido llamar a la asistencia en carretera para que vengan a arrancarme el coche pero había olvidado que estaban en huelga. Así que durante más de media hora permanezco con el teléfono pegado a la oreja escuchando una espantosa música de ascensor y una dulce voz grabada que me repite cada treinta segundos que todos sus agentes están ocupados. Cuando caigo en la cuenta de las reinvidaciones de los grueros me enfundo chupa, guantes y casco y me dispongo a pasar frío.
Con todo el retraso el sol ya ha empezado a asomar pero está perezoso y no calienta. Apenas he recorrido un kilómetro y empiezo a percibir la congelación en la punta de mis dedos. Empiezo a comprender lo que significan siete grados bajo cero.
Cuando salgo a la carretera ya no siento las manos pero aún me quedan quince kilómetros para llegar. Tamborileo sobre el manillar para reactivar la circulación sanguínea y logro recuperar las manos pero no sé si es gracias al movimiento de los dedos o a que el frío comienza a asomar por las piernas haciéndome que olvide las extremidades superiores.
El sol sigue iluminando y, aunque no calienta, es cierto que da alegría y mantiene la ilusión primaveral.
Comprobado el éxito del movimiento dedil, decido hacer lo propio con las piernas y comienzo a interpretar una canción usando la plataforma de Mi Vespa como bombo improvisado y el manillar como bongó. No sé si me he acostumbrado al hielo o he conseguido engañarlo, el caso es que cuando llego a la ciudad casi no tengo frío.
Me quito el casco y una sonrisa me llega de oreja a oreja. No sé si es que ya estoy acompañando a Walt Disney en la nevera de Hollywood o me he muerto de frío y me han castigado mandándome al cielo. ¡Con las ganas que tenía yo de llegar al infierno! ¡Con lo calentito que se debe andar por allá abajo!

lunes, enero 10, 2005

No sé por qué razón, olvidé subir estas fotos en su momento. Como ya conté en septiembre, un viaje por Italia me dejó con un sabor agridulce en la boca por no haberme llevado Mi Vespa. Es una asignatura pendiente, volver con ella para que vea a todos sus familiares.Génova, por ejemplo, está absolutamente invadida por las motos en general y por las Vespas en particular. Esto es una pequeña muestra. Las fotos ilustran un aparcamiento cualquiera en el centro de la ciudad.


Vale, ya sé que son antiguas pero rebuscando en el archivo las encontré y más vale tarde que nunca, digo yo.

Congelación

Dos grados bajo cero. Eso marcaba el termómetro esta mañana minutos antes de que me subiera a Mi Vespa. No sé si soy cabezota o constante. No sé muy bien la diferencia entre esos dos adjetivos que significando lo mismo uno es negativo y el otro positivo. El caso es que, cuando el sentido común indicaba que debería haber dejado aparcada la moto y haber tomado el coche, me embutí en todas las capas que encontré en el armario como si fuese una cebolla y me dirigí al trabajo. Llegué con menos frío del que pensaba pero, eso sí, al salir he comprado unos guantes nuevos, por fin. Mañana veré si voy como un señor o he tirado el dinero aunque me han asegurado en la tienda que me devolverán el dinero si no llego con las manos calentitas.
Vale, lo sé, esta anécdota es muy sosa. Nada que ver con lo que contaba en el verano pero es que durante el invierno es muy dura la vida del motorista. Aunque también puede ser que se me estén congelando las ideas con tanto frío, no digo yo que no.