viernes, mayo 13, 2005

A Santiago

Podría ir a Santiago en Mi Vespa pero ese sería otro viaje que no descarto. Este lo inicié a pie y a pie lo terminaré. Hasta entonces la protagonista de estas páginas descansará en el aparcamiento esperando las nuevas historias que nos sucederán cuando regrese.

miércoles, mayo 11, 2005

Encierro

La tertulia se prolongó un buen rato junto al lugar donde tenía aparcada Mi Vespa. Llegado el momento, dije a mis amigos: "Me voy, me espera una dama". Entre risas nos despedimos. Ellos se fueron en bloque y yo quedé colocándome el casco y los guantes con intención de marchar rápido. Grave error. Hasta que arranqué la moto no me di cuenta que me habían dejado encerrado. Mi Vespa se había convertido en una península de las dos ruedas: rodeada de coches por todas partes menos por una: la acera. Ah, bueno, no hay problema, pensarás, te subes a la acera y te vas. Ja.
El primer intento de escapatoria fue a través de los huecos que habían dejado los coches. Por la derecha ni lo intenté. Por la izquierda se vislumbraba una salida... :) pero cuando lo intenté, la Vespa se quedó atrapada entre los paragolpes. Antes de seguir avanzando, con riesgo de arañar moto y coches, di marcha atrás, aunque me costó desencajarla.
Segundo intento de escapatoria: la acera. El único posible pero... la rueda delantera miraba hacia la calle y el hueco que quedaba parecía imposible para girar cientoochenta grados. Intenté levantar a pulso la rueda trasera para subirla al bordillo pero mi fuerza de mosquito resultó insuficiente para los ciento cuarenta kilos de la máquina. Miré a mi alrededor buscando ayuda pero todo el mundo había desaparecido. Convencido de que más vale maña que fuerza, paré de hacer el burro y pensé una solución pero mis ideas estaban más encerradas que el vehículo.
Dar la vuelta y subir el bordillo encarándolo parecía la única solución aunque para ello tuviera que arrastrar la rueda y así facilitar la maniobra. Una vez más, los ciento cuarenta kilos se enfrentaron a mi debilidad y en más de una ocasión a punto estuvieron de estamparse en el suelo.
Tras muchos esfuerzos logré situar Mi Vespa a cuarenta y cinco grados con respecto a la acera. Como girarla del todo ya parecía imposible, decidí probar a ver si ya subía. Me subí, aceleré y la rueda delantera dio el primer paso: ¡Bien! Parecía que por fin iba a salir del atolladero cuando oigo un clanck y observo que la moto se ha quedado atascada. Decido bajarla pero... no, no va. A ver si sube... pues no, tampoco. ¿Levantándola un poco de delante? Mmmpfffff... arggggff!!! qué no. Ni para atrás, ni para delante. Se ha quedado encajonada no sé con qué, porque intento agacharme para buscar por dónde se ha agarrado pero cuando me dispongo a ello me asusto al descubrir que se inclina peligrosamente hacia un lado. Vuelvo a buscar ayuda con la mirada pero nadie, no hay nadie en toda la calle: tendré que recurrir nuevamente a mi escasa fuerza para descolgarla. Por fin lo consigo pero estoy donde al principio: con la moto encajonada entre tres coches y un bordillo alto.
Y resulta que ese bordillo sigue siendo la única manera de salir, por lo que repito la operación tratando de encarar lo más posible la moto con la acera. Bastantes minutos después y unos cuantos intentos fallidos más tarde, noto cómo, por fin, la rueda trasera engancha con el escalón. Acelero al tiempo que levanto un poco las manos de Mi Vespa pero aquello, aparte de tronar de una manera muy fea, no sube a la acera. Agotadas todas las opciones sensatas, no me queda más remedio que insistir a lo bruto, así que sigo acelerando y empujando hasta que, esta vez sí, las dos ruedas de la moto están arriba.
Bajar de la acera por otro lado no me costó trabajo ninguno, aunque sí me supuso un esfuerzo no extrangular a mi pandilla que se encontraban a escasos cinco metros del lugar de mi aventura, ocultos por una furgoneta e ignorantes de mis avatares.
- "¿Pero no me habéis oído gruñir ni rugir a Mi Vespa?"
- Ah, ¿qué estabas ahí? Creíamos que ya te habías ido... como tenías tanta prisa para recoger a esa dama...
- grmpffff brrrrasgaposiu ioupeoi poiuspfoiuapññfjghgggm!!!!!!##&&&...
El caso es que, efectivamente, había quedado y el retraso ya parecía considerable, por lo que aceleré a tope, tan deprisa que casi me trago a aquel Volkswagen Golf en la glorieta, tan deprisa que en un camino de tierra por el que tuve que pasar, la rueda trasera derrapó como los toros en la curva de Mercaderes con Estafeta.
Llegué y, lógicamente, ella esperaba. ¿Qué tal? Me preguntó. "Bien, estoy aquí. No es poco".

viernes, mayo 06, 2005

Mi cofre

Mi cofre me lo forzaron estando de romería
Mi cofre me lo forzaron de noche cuando dormía
¿quién arreglará mi cofre?
¿quién arreglará mi cofre?

Me dicen que reventaron la cerradura que relucía
creyendo que ocultaba oro de bonita que la tenía.
¿quién arreglará mi cofre?
¿quién arreglará mi cofre?

Como quiera que esté, el cofre es de Mi Vespa
porque en ella viajó incluso al río
Si lo llego a arreglar vendrá conmigo
en la Vespa de mi amor por el camino.

Le digo por el camino hablando con los maderos,
que lleva sobre su tapa mi nombre grabado a fuego.
En mi cofre gasté una fortuna
y en mis noches de amor llevé la luna.

Preguntando busqué al insensato
que mi cofre forzó por darse el gustazo.

Esta mañana, cuando he ido a montar en Mi Vespa he encontrado que habían reventado la cerradura de mi cofre y destrozado la tapa. No se han llevado absolutamente nada, ni el casco, ni los guantes... nada. Supongo que lo han hecho sólo por darse el gustazo, por pasar el rato. Después de recordar a todos los santos del autor decidí reírme y recrear la historia usando como base la famosa copla Mi Carro de Manolo Escobar.

jueves, mayo 05, 2005

Las Gafas

Uno de los inconvenientes de Mi Vespa es el escaso hueco bajo el asiento. Por ese motivo pedí la moto con bauleto para poder guardar un casco integral, guantes y otros objetos voluminosos. El pequeño espacio que queda bajo el asiento lo uso para guardar un casco abierto que llevo siempre encima por si tengo un inesperado pasajero. Ayer mi hija me pidió que la recogiese y la llevase hasta casa pero también me advirtió que no estaba dispuesta a recorrer quince kilómetros de carretera con ese casco abierto. Como me pareció razonable su requisito decidimos improvisar una solución.
No podíamos comprar un casco integral porque no podría llevarlo siempre. Pedir uno prestado tampoco era posible. Así que optamos por comprar unas gafas. Sí, unas de esas que parecen de piloto de aviación de la primera guerra mundial, que se sujetan con un elástico al casco y que protegen los ojos con cuero y cristales enmarcados por metal.
Nos acercamos a la tienda de motos más cercana dispuestos a comprar tan peculiar accesorio. Muy amables, nos mostraron todos los modelos disponibles pero nos advirtieron que casi todos ellos cumplían una función estética más que práctica, que ninguno protegía correctamente. Quedamos desilusionados pero no desistimos. Mi hija se plantó el casco abierto y empezó a probar todas las gafas que tenían hasta escoger la más cómoda. Nos quedamos con ellas y marchamos a casa no sin antes hacer otro recado que nos obligó a recorrer en total cerca de treinta kilómetros por autopista además de atravesar previamente media ciudad.
En cuanto salimos de la autopista, la primera expresión de mi hija fue: "¡Cómo molan las gafas!". Me contó como había podido ir todo el camino con una perfecta visibilidad, respirando bien a pesar del viento y sin que apenas le entrase aire a los ojos. Eso sin contar las risas que nos hacíamos en cada semáforo mirando las pintas retro que llevaba. Imaginábamos que le poníamos un side a la Vespa y que llevábamos en él al perro, también con gafas o que ella sustituía el casco por un pañuelo anudado a la cabeza, que yo me ponía otro casco igual con otras gafas así y que recorríamos las carreteras más antiguas de los alrededores.
En estas llegamos a donde me pidió que la apease. Con las prisas no me molesté en guardar su casco (con las gafas colocadas) bajo el asiento y lo puse en el bauleto, que resultaba más cómodo. Marché a casa subiendo por la avenida, feliz por la tarde tan divertida que habíamos pasado cuando, en uno de los cien mil pasos de peatones elevados que dificultan el tráfico en la ciudad donde vivo, Mi Vespa botó, se abrió el baul y el casco con las gafas puestas salió disparado dando botes por el asfalto como si fuera un balón que terminó en la acera, junto al alcorque de un árbol recién plantado.
Temí lo peor. Pensé que había terminado aquí la corta vida de las gafas y la -no tan corta- del casco. Recogí el balón de policarbonato lo revisé bien y, para mi sorpresa, sólo un pequeño arañazo en las gafas decoraba el equipamiento, como una pátina de personalidad que borra el aséptico aspecto de nuevo de un objeto tan legendario.