martes, abril 25, 2006

Más gasolina

38.354 km
Tenía la camisa negra pero ninguna pena en el alma (aún) porque tres juveniles ninfas agitaban sus esculturales caderas a mi alrededor al tiempo que me suplicaban, al compás de la música, dame más gasolina, quiero más gasolina. No, queridos lectores, no se trataba de un sueño aunque desperté bruscamente cuando descubrí a la más bella de las princesas besando al primer chulo que la invitó a una cerveza. Salí del bar y regresé a casa bajo la lluvia a bordo de Mi Vespa.
Han pasado varios meses desde entonces y aquella pena no tardó en perderse por la alcantarilla como los regatos de la tormenta hasta tal punto que esta mañana no recordaba el desdén sino la solicitud de las guapas mientras bailaban. ¿A cuento de qué? Os preguntaréis. Pues porque esta mañana otra preciosidad volvía a pedirme más gasolina, aunque no se trataba de una dama sino de Mi querida Vespa.
Hace un par de meses, tras repostar en mi gasolinera habitual comprobé asustado como la aguja indicadora se quedaba clavada en el cero. Pensé que la boya se habría quedado atascada o cualquier otra pequeña avería sin importancia y que en unos kilómetros la aguja volvería a su lugar pero pasaban los kilómetros y los días y la aguja no se recuperaba. Tampoco la luz de reserva se encendía llegado el momento. Ante esta situación debería haber llevado la moto al taller o, en su defecto, intentar hurgar en la herida por ver si daba con la solución pero no hice ni una cosa ni otra. Me limité a calcular, a ojo, el consumo. Tan chulo que ni miraba el kilometraje. "Creo que ya se debe estar acabando el depósito" me decía. Y ese día pasaba por la gasolinera.
Así he aguantado varios repostajes. Ayer, cuando salí del trabajo hacia casa me dije: "creo que ya se debe estar acabando el depósito" y pensé llenar en mi gasolinera pero, en qué iría yo pensando que me pasé de largo. "No importa, llenaré mañana por la mañana", decidí. O sea, hoy.
Esta vez no se me iba a olvidar. He salido de casa pensando parar en la gasolinera pero... cuando no había recorrido ni un kilómetro, Mi Vespa empieza a decir: pof, pof, pof que traducido de su idioma significa: dame más gasolina, quiero más gasolina. Ya sabía yo que esto pasaría tarde o temprano (y como el hombre es el animal que tropieza ventisiete veces en la misma piedra es muy probable que pueda volver a contar una historia similar a esta dentro de cuatro días) por eso casi ni me inmuté ante el imprevisto. Es más, sonreí y empecé a pensar la manera de resolverlo.
La gasolinera más cercana distaba unos dos kilómetros y se me ocurrió acercarme empujando la moto pero como Murphy siempre merodea cuando no se le necesita, el último pof fue emitido en el preciso lugar en que comenzaba una breve pero intensa cuesta arriba, por lo que desestimé la opción del empuje casi inmediatamente.
Mi casa quedaba más cerca por lo que, aprovechando la preciosa mañana primaveral de martes decidí darme un paseo hasta donde tenía aparcado el coche y acercarme sobre cuatro ruedas a la gasolinera. La última vez que me quedé sin gasolina fue con mi querido doscaballos, hace ya unos cuantos años. Por aquel entonces la gasolina se llevaba en una botella de refresco de dos litros o, en el mejor de los casos, en un viejo bidón de aceite que rescatara el gasolinero de la basura. Ahora no. Ahora te venden unas coquetísimas bolsas para transportar líquidos que cuestan casi tanto como el combustible. Esa bolsa, antes de llenarse, está más flácida que mi adjetivo tras una noche de Guiness (el libro, no la cerveza) y, parece fácil pero, hay que llenarla (como mi adjetivo cuando le piden "anda, porfa, uno más" tras una noche de Guiness). Con una mano hay que sujetar la manguera, con otra la boca de la bolsa para que entre la manguera y con otra la propia bolsa pero... izquierda... derecha... sí: sólo tengo dos manos. Bien. Con una mano sujeto la bolsa, con otra la boca de la bolsa y, con la misma, la manguera pero... ¿con qué mano aprieto para que salga el combustible? No quedan muchas opciones, con la misma que sujeto la bolsa. En esas estoy pero a medida que se va llenando y aumenta el peso se va deslizando la mano que sujeta la boca así que decido dejarla como está y pasar lo antes posible por mi gasolinera habitual para completar el llenado.
Cargo la bolsa en el coche y llego hasta donde había dejado aparcada Mi Vespa. ¿Creíais que había resultado difícil llenar la bolsa de gasolina? ¡Bah! Un juego infantil comparado con verter el combustible en el depósito de la moto. Es lógico, las bocas de los depósitos no están diseñadas para meterles bolsas fofas sino mangueras rigidas (mmm... ¿estoy hablando del mundo del motor?...). Así que, como si de un mamporrero se tratase, encauzo la bolsa en el depósito y la inclino con cuidado. De repente la gasolina empieza a desparramarse por todas partes menos por donde debe. Justo hoy que ha subido el precio del combustible. Hay que probar otro sistema. No sé si influido por las botellas de sidra asturiana que bebí el fin de semana o por la peli porno aquella en que todos los tíos eyaculaban a distancia, sólo se me ocurre alzar la bolsa y escanciar el caldo sobre la abertura. Mis maestros asturianos me contaron que había que mover el vaso y no la botella pero a ver cómo muevo yo la Vespa dejando quieta la bolsa de gasolina... así que aunque se pierden unos cuantos centímetros cúbicos, encauzo el chorro en el boquete hasta que cae la última gota. ¡Prueba superada!
Dejo la bolsa en el coche y me preparo para, por fin, llegar al trabajo pero cuando acciono el botón de arranque no escucho el sonido limpio y enérgico de todos los días sino una tos asmática que me reprocha el descuido. La regañina sólo dura unos segundos y enseguida se pone en marcha y es que a ella le gusta la gasolina, como le encanta la gasolina, a ella le gusta la gasolina, como le encanta la gasolina...

miércoles, abril 05, 2006

Su Vespa y Ella

Aunque yo no soy elegante y robusto como mi GT 200, ella parecía coqueta y menuda como su LX50. Nos conocimos en un atasco, creo que el mayor atasco que he conocido desde que tengo moto. Recuerdo a los foráneos que esto es Madrid, la ciudad de las obras y los embotellamientos. Hacía al menos quince minutos que permanecíamos guardando la espalda a un autobús buscando escapatoria como leones enjaulados, mirando constantemente a derecha e izquierda tratando de encontrar una grieta que nos permitiese salir de allí.
Ella había llegado más tarde al punto en que nos encontrábamos un Agente de Movilidad Urbana con su X8 y yo. Antes que sus ojos camuflados tras unas modernas gafas de sol, reconozco que me había llamado la atención el precioso esmeralda de su LX. Después fui subiendo la mirada hasta encontrarme con sus labios, visibles gracias al casco abatible de diseño que lucía.
Enseguida sentí deseos de hablarle pero a mi habitual indecisión, se sumaba la presencia del señor Agente que, como nosotros, no lograba moverse del punto en que nos encontrábamos atrapados.
Os juro que no exagero si digo que avanzábamos medio metro cada dos minutos y que ni siquiera por la acera resultaba posible escapar. Me preguntaba cómo podrían aguantar los conductores de vehículos de cuatro ruedas o si, acaso, una unidad e la Cruz Roja proveía de algún tipo de estupefaciente para sobrellevarlo. Cinco metros más adelante, o sea veinte minutos después, Su Vespa y ella lograron colarse por una pequeña rendija que dejó abierta el bus y yo la seguí con Mi Vespa. El agente quedó atrás.
En ese momento tuvimos tanta suerte con el tráfico que avanzamos unos cien metros sin parar. Ya creí que la perdía cuando la detuvo una luz roja. Entonces me decidí: ni en moto nos libramos, le dije. Así es, me respondió con una bella sonrisa. Comenzamos a hablar durante el tiempo que permanecimos callados. No sé cuánto sería pero a mí me pareció una eternidad.
Con la luz verde aceleró Su Vespa y se perdió entre el humo. En vano traté de seguirla, su menudez favorecía la agilidad y podía culebrear por resquicios que yo ni podía imaginar.
Cuando llegué al destino, con más de media hora de retraso por culpa del atasco imposible, busqué entre las muchas aparcadas aquel modelo esmeralda mas sólo encontré un catálogo más variado que el del propio fabricante, así que me metí en el cine tratando de olvidar el asunto.
Dos horas más tarde habían desaparecido del mapa todos los coches que ocultaban el asfalto y me encaminé a casa. No volví a verla nunca más pero todos los semáforos con que me topé en el camino, desde la Plaza de España hasta la de Conde de Casal, se abrieron a mi paso coloreándose como Su Vespa para celebrar el encuentro.