domingo, julio 31, 2005

On the road again

Una de mis carreteras favoritas: de El Espinar a Ávila
No ha pasado ni un año ha pasado desde la última vez que decidí salir con Mi Vespa a la carretera. De viaje, quiero decir, porque, lo que es en la carretera propiamente dicha estoy absolutamente todos los días. Pero no es lo mismo ir a trabajar que cargar equipaje en el baúl y emprender una ruta de más de cien kilómetros con intención de pasar varios días fuera.
No es que llegar hasta Ávila pueda considerarse una aventura muy grande pero es una manera de salir de la rutina del trayecto diario y enfrentarse a otras carreteras diferentes. Eso se nota desde el momento en que hay que colocar los bultos en los huecos de la moto. Por poco que se necesite, una mochila pequeña es imprescindible para tres días y yo nunca viajo sin cámara de fotos, por lo que ya estamos hablando de dos mochilas. Y si, además, como era el caso, tenía que llevar un par de cometas, la cuestión se complica bastante. Como tantas otras veces, distribuir los paquetes a transportar empieza siendo la primera gran aventura de los traslados en vespa pero, aunque me costó, logré distribuir todos los bultos entre los espacios disponibles. Y emprendí la marcha.
Por si no os habéis dado cuenta, estamos en julio y el viaje lo empecé un sábado. O sea, plena "Operación Salida". Si hubiera tenido que llevar el coche habría tenido que planificar la hora de salida y la ruta teniendo en cuenta todos los condicionantes pero con Mi Vespa no hay atasco que valga, así que salí a la hora que me dio la gana y por el camino que más me apetecía.
Si en mi viaje anterior elegí el mítico puerto de La Cruz Verde, en esta ocasión quería subir el Alto del León, desde Guadarrama hasta San Rafael. Una carretera también mítica aunque no tan transitada por motoristas. La subida comenzó de maravilla y Mi Vespa me demostró una vez más que puedo pedirle lo que quiera. Sin embargo, al doblar la revuelta de Tablada, nos llevamos un susto que estuvo a punto de nublar todo el viaje. Mientras me concentraba en la belleza del paisaje y en la gama de olores del pinar, un Megane hacía trombos en medio de la carretera. Pegado a él circulaba otro coche más grande que tuvo los reflejos y la habilidad suficientes para esquivar su vaivén incontrolado adelantándole por el carril de la izquierda y suerte que en ese momento no bajaba ningún otro coche de frente. Siguiéndoles de cerca subía otro escúter que esquivó el baile por la derecha. Yo tuve la perspectiva suficiente como para librarme de maniobras extrañas simplemente reduciendo la velocidad. Podéis imaginaros la cara de susto del conductor del tio vivo con ruedas. Creo que aún le late el corazón como el subwoofer de un after. No sé si fue el propio San Cristóbal quien puso la mano o el vecino San Rafael. El caso es que todo quedó en un magnífico susto y todos pudimos continuar la subida.
Seguro que muchos de los que lean esto conocen ese puerto pero para los que no, diré que la visión desde arribAún con un pequeño susto, coroné el Alto del Leóna es magnífica. Si se mira al este puede verse Madrid y todos los pueblos satélite que lo rodean como si se tratase de un inmenso hormiguero. Se divisan también algunos de los embalses que abastecen de agua a la capital salpicando el colosal valle. Al oeste la visión es completamente diferente. Pinos y montañas ocupan la vista pintando de verde un valle más profundo, menos extenso y más delicioso. La parada en lo alto es casi obligada. Imagino aquí, al pie de este monumento, a los viajeros de entonces, camino de Ávila, coronando el puerto a lomos de mulas o sobre desvencijados carros cuyos ejes crujirían al tropezar con los pedruscos del camino. El Alto del León, al que Franco cambió el nombre durante la Guerra Civil por aquel más épico de Alto de Los Leones de Castilla, como homenaje a unas compañías de falangistas que en los primeros momentos de la rebelión militar intentaron cruzar la sierra para llegar a Madrid y no lo consiguieron. Hoy pocos recuerdan que este puerto que separa Madrid de Segovia lleva su nombre en singular por la estatua que se mantiene en alto desde hace más de un siglo y por eso me empeño en recordarlo: Alto del León, Alto del León...
Decidí tomarme la bajada con mucha calma, disfrutando de cada revuelta de la carretera, incluso parando en algunos rincones interesantes, como la clásica fuente que queda a la izquierda poco antes de llegar al pueblo de San Rafael y que, tradicionalmente, era parada obligatoria para descansar del duro paso del puerto o antes de afrontarlo. Hoy sólo encontré desperdicios y un tímido chorro de agua fresca.
De allí seguí hasta El Espinar para atravesar después el magnífico paisaje de los Campos de Azálvaro. Por muchas veces que atraviese esta carretera no dejo de sorprenderme. La luz siempre cambiante, el tortuoso asfalto que se pierde en el horizonte, las interminables vallas de alambre que separan las ganaderías del camino y las cada vez más numerosas rapaces que levantan su vuelo al paso de los vehículos. Allí tomé la foto que abre esta nota y alguna otra que no viene a cuento subir, aunque os recomiendo que disfrutéis como yo de la carretera que hablo gracias a esta otra fabulosa foto de Jorge Estévez.
Por desgracia, algún desaprensivo ha decidido que esta maravilla de la naturaleza, antiguo Camino Real, no podía quedar libre de la especulación y ha decidido llenarla de asfalto. A pesar de que ya hay una autopista de peaje y una carretera nacional que llegan ¿Qué va a pasar con los históricos mojones que marcan las Leguas?hasta Ávila, por no hablar de otra comarcal muy transitada, han decidido añadir un carril más y tirar a la cuneta los históricos mojones que indicaban las leguas restantes hasta llegar a Ávila o Madrid. No sé si los recuperarán o terminarán en cualquier vertedero pero en la foto puede verse como se encuentran en este instante. Por mi parte voy a tratar de hacer las averiguaciones necesarias y denunciarlo en los medios a mi alcance, porque me parece penoso.
Resulta que esta aventura, sin pretenderlo, se ha convertido en una nota denuncia. Bueno, no importa si la causa es buena.
Llegué a mi destino sin más inconvenientes que los propios de las obras de la carretera pero el viaje no había terminado porque una vez allí me dediqué a realizar pequeñas excursiones a los pueblos y parajes de alrededor.
Bajando del Alto de Las FuentesSi ya en la ciudad resulta una gozada moverse en Mi Vespa, por las tortuosas y solitarias carreteras de montaña es una auténtica maravilla gozar del aire y el paisaje. No me importaría pasarme los días así, recorriendo pueblos desconocidos sobre la Vespa y sin ninguna prisa. Realmente creo que esto es lo que buscaba cuando me compré esta moto y que durante la actividad diaria se olvida por culpa de las prisas por llegar a todas partes. Aquí no había prisa ni más compromisos que las citas para comer o cenar en familia. Y, hablando de familia, mi sobrino que ya me acompañara el año pasado en alguno de estos escarceos montunos sobre la moto, no quiso perderse las escapadas y cada vez que se enteraba que iba a salir con Mi Vespa venía corriendo para que nos fuésemos juntos.
Haciendo Vespa-Cross camino de La SerrotaPor si no tuviera suficiente con las carreteras escondidas, también me atreví con los caminos. Aunque no fue intencionado. Paseaba por un pueblo del Valle Amblés y me acerqué a un vecino joven para preguntarle por algún camino agradable por el que se pudiera pasear hasta la sierra pero a pie. Muy amable, me indicó una ruta y, cuando me disponía a marchar, añadió: También puedes subir con la moto. Entonces se me encendió la lucecita. ¡Claro! ¡Una excursión off road con Mi Vespa! Ni corto ni perezoso tomé la dirección que me había indicado y comprobé el buen estado del firme. Aunque también comprobé que no es lo mismo circular por un camino con una bicicleta de once kilos que un bicho a motor de más de cien. Por no hablar del pavor que me daban las roderas, los regueros de agua, la gravilla... en fin, que más que disfrutar iba casi aprendiendo Vespa-cross. Subí varios kilómetros, hasta que comprendí que a partir de ese momento el camino sólo podía empeorar y me di la vuelta por miedo a una caida tonta que me amargase el viaje.
La tarde del mismo día emprendí el camino de vuelta por una ruta diferente a la elegida para la ida: la comarcal que lleva hasta el Escorial bajando el puerto de La Cruz Verde. Hubiera resultado un viaje muy agradable y bello de no ser por el intenso tráfico (regreso de vacaciones) y por el desagradable viento que empujaba Mi Vespa en cada loma de la carretera, en cada claro del bosque.
Parada junto al viaducto del Río Cofio Resulta curioso lo diferentes que resultan los viajes según el medio de transporte elegido. Llevo cuarenta años realizando este mismo viaje. Primero de pequeño con mis padres, después solo con mi propio coche. Ahora en Vespa. A pesar de que siempre es la misma ruta, siempre es diferente y en cada uno descubro algo nuevo. Por ejemplo, nunca antes, a pesar de la gran curiosidad que sentía, había parado junto al impresionante viaducto que salva el Río Cofio. Cuando la moda del puenting este era uno de los puntos preferidos por los aprendices de suicida que se lanzaban al vacío amarrados. Siempre me atrajo pero nunca paré. Quizá porque en coche siempre se va con prisa. Pero en la moto, los paisajes están al alcance de la mano. Se respiran en cada kilómetro. Por eso, esta vez no pude evitarlo y, al atravesar el puente paré y me asomé. Contemplé la altura y calculé los vuelos de los que se lanzaban pero en vez de envidiarles, imaginé una merienda en buena compañía a orillas del Río Cofio. Después, llegué a Madrid y desperté.

viernes, julio 08, 2005

Una piedra en el camino

Desde que la vi apearse del camión en marcha sabía que vendría a por mí.
A las tres de una tarde de verano en Madrid, la calima sobre el asfalto se confunde con el polvo que levantan los muchos camiones de escombros que ocupan la carretera. Las corrientes térmicas en los páramos del este de la capital bandean Mi Vespa y obligan a aumentar la concentración durante el trayecto de regreso a casa. Así circulaba ayer cuando la vi. El mismo viento que me zarandeaba hacía ondear como una bandera la red protectora del contenedor de escombros del camión que circulaba unos trescientos metros por delante y pude ver con nitidez como una piedra del tamaño de una mandarina se cansaba de viajar en camión y se tiraba en marcha contra el asfalto. Entonces empezó a botar, rodar y rebotar sin orden ni concierto, ora izquierda, saltos breves, ora derecha, altos saltos y sin salirse del carril por el que circulaba yo. Sin perder la vista de la carretera, no dejaba de ver la piedrecita que, por no ser más que un terrón de arena, perdía tamaño en cada impacto dividiéndose en piedrecitas más pequeñas que, como ella, pirueteaban sobre el asfalto. La distancia entre la legión de terrones desmembrados y mi rueda delantera disminuía de forma peligrosa preocupante y yo, no sé si atraído por su gravedad o porque en ese momento estaban ocupados los carriles vecinos, me veía incapaz de variar la dirección de Mi Vespa. Al punto reaccioné o quedó libre el carril izquierdo y con una leve inclinación de torso logré ocuparlo. Ya me veía libre del impacto cuando el terrón más gordo brincó anárquico y fue a estrellarse contra mi pie derecho.
A pesar de la zapatilla, el dolor fue similar al de un picotazo de avispa pero sonreí satisfecho; con el choque la piedra se desintegró en centenas de granitos de arena que se esparcieron sobre el asfalto y, en justo castigo, quedaron aplastados por las ruedas de los coches que me seguían.

martes, julio 05, 2005

Cumpleaño feliz

El caso es que no apunté la fecha en que compré Mi Vespa. No sé si eso es un error imperdonable o algo intrascendente. Supongo que en algún lugar debo guardar una factura o algún papel que lo acredite pero no me apetece buscarlo porque tampoco me importa demasiado. Lo que sí sé es que uno de estos días Mi Vespa cumple un año y este blog lo festeja mañana, seis de julio.
Un año de aventuras sobre dos ruedas durante el que ha pasado de todo: viajes, traslados, nuevas compañías, infortunios, sustos, incluso alguna pequeña avería pero sobre todo muchas alegrías. Aventuras que durante doce meses he relatado en esta página con todo detalle, incluso alguna que mejor hubiera sido callar pero que volvería a contar llegado el caso.
Historietas que han sido kilómetros, veintiocho mil ya y, claro, Mi Vespa, aunque goza de una excelente salud, necesita ser revisada para poder mantenerse tan lozana como hasta ahora. Por eso he decidido aprovechar esta fecha tan significativa para llevarla al taller y, mientras se repone, me han prestado otra.
Las personas somos de tal manera que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que nos falta; o tal vez sí, pero en la ausencia es cuando más valoramos lo que gozábamos. ¿Podría otra moto ocupar el hueco de Mi Vespa? Hay muchos modelos en el mercado, raro habría de ser que alguno no satisficiera mis necesidades pero no será la elegida la que, amablemente (mil gracias, J.) me dejaron.
Como no va a salir muy bien parada, prefiero no citar el modelo. Sí diré que se trata de un scooter con aspecto retro que al pasar cautiva miradas. Practicamente la estrenaba yo pues el cuentakilómetros sólo indicaba noventa recorridos pero el encuentro ya comenzó mal. Nada más subirme a ella me arañé con una arista metálica del reposapiés del acompañante y me hice una herida en la pierna izquierda.
J. me había advertido: "es un 125 cc refrigerado por aire que tiene la rueda pequeña, piensa en ir a noventa y ten cuidado al arrancar pues produce sensación de inestabilidad". Vale, ya sabía que corría poco, que era inestable y que hería las pantorrillas pero me llevaría a casa sin tener que tomar el tedioso autobús. Busqué un hueco donde dejar la bandolera que llevaba pero bajo el asiento sólo encontré un agujero en el que apenas cabía un casco quitamultas, ningún otro espacio para una simple bolsa que, no me quedó más remedio que colgar del hombro. Ya arriba, herido y con la bolsa al hombro accioné el contacto pero se resistió al primer intento. Y al segundo. Y al tercero. Sí, estaba fría, claro, me tiene muy mal acostumbrado Mi Vespa arrancando en cualquier circunstancia. Cuando por fin el motor me devolvió el sonido del giro bajé la moto del caballete y comencé a circular pero, al primer giro de puño, el manillar cromado quiso, por su cuenta, inspeccionar a ambos lados de la calle. Supongo que esa sería la sensación de inestabilidad a que se refería J. También me dijo que esa sensación desaparecía en cuanto "se le cogía el tranquillo" así que marché para casa. Sin embargo, al colocar los pies en la plataforma, me pareció que se encontraba altísima pues tenía que levantar las piernas más de lo habitual. También a eso habrá que acostumbrarse. Como a las miradas, pues ya en los primeros cien metros la gente la miraba y comentaba y no precisamente por mi torpeza en la conducción de semejante vehículo. El caso es que, ya en línea recta y por ciudad, traté de encontrarle el lado bueno y disfruté de la visión que me ofrecía mi propio reflejo en el faro también cromado. Vamos, que me veía yo como Peter Fonda en Easy Rider pero en scutre y por las bacheadas calles de Madrid. Sí, bacheadas calles de Madrid, porque si normalmente en scooter se sienten más que en ningún otro vehículo los accidentes del asfalto madrileño, cada vez que pasaba un bache con esta moto, todo el manillar temblaba como si fuera a caerme allí mismo. Eso que aún no había salido a carretera. Una vez en asfalto libre, lo peor no es que no pasase de noventa sino que había que ser un valiente para superar esa velocidad pues en cuanto la aguja del optimista reloj (¡¡indica hasta ciento cuarenta!!) pasaba esa cifra, todo empezaba a temblar como si los hierros cromados que la componían fueran a esparcirse por toda la autopista. Y eso que aún no había llegado a la zona en que el viento castiga todos los días a los motoristas por esa carretera. Ahí fue donde creí que tatuaría la preciosa pintura bicolor con las marcas de la carretera y casi que contaba los metros calculando donde sería la caída. Aferrado al manillar sentía como me adelantaban hasta los camiones aumentando con ello el temblor del scutre.
Me faltó besar el suelo cuando llegué a casa. Mientras lo aparcaba con la intención de no volverlo a usar hasta el día siguiente, un vecino se acercó para interesarse por el modelo. "Es muy bonito", me dijo. Como no quería ponerme a exclamar exabrubtos en ese momento, me limité a asentir (aunque ni eso lo tengo claro). Unas horas después otro vecino volvió a preguntar si había cambiado de moto, que le gustaba mucho a lo que respondí con un sincero "pues a mí no". Y no fue el último en hablarme de las maravillas estéticas de semejante modelo y a todos contestaba yo de forma parecida.
Es cierto que esta mañana, cuando la he vuelto a conducir para venir al trabajo no me ha resultado "tan" desagradable, no sé si porque me estaba acostumbrando a ella o porque me pasé en las apreciaciones negativas del día anterior. Sin embargo volví a respirar aliviado al dejarla aparcada sin haber sufrido el menor percance a pesar de los muchos sustos.
Más o menos por estos días hace un año que conduzco Mi Vespa y ya se ha hecho imprescindible en mi vida. Si me quedaba alguna duda acaba de disiparse después de un día conduciendo a otra así que ahora mismo voy a llamar al taller a ver si han terminado de revisarla.