sábado, febrero 25, 2006

Ubicuidad

Aunque algunos lo consideran una virtud y me admiran por ello, para mí es un defecto del que espero curarme algún día: soy hiperactivo. No puedo estar quieto y soy incapaz de negarme a cualquier propuesta apetecible, aunque a veces coincidan en horario. Os podéis imaginar la cantidad de problemas que esto genera, por eso trabajo intensamente para conseguir la ubicuidad o, en su defecto, el teletransporte pero aún me falta un ingrediente con el que no consigo dar. Sin embargo, tengo una gran aliada que me permite casi, casi, estar en dos lugares al mismo tiempo. Sí, ya lo habéis adivinado: Mi Vespa.
Hoy por ejemplo, a la misma hora, en que tenía que hacer mi programa de radio debía participar en el concurso de Chirigotas de Madrid y no podía faltar a ninguna de las dos citas pues en ambos casos somos un equipo y todos nos necesitamos.
Cualquier otro en mi lugar hubiese buscado un suplente para alguna de las dos tareas pero yo, ya lo decía al principio, soy enfermo hiperactivo. En el fondo estoy convencido que me va la marcha y que lo que me atraía de todo esto era la dificultad, que sin problemas no me hubiese apetecido tanto.
Había que solucionarlo. Ese es siempre mi lema: todo tiene solución, seamos positivos y pensemos, seguro que se puede arreglar.
Aunque tanto el programa de radio como el concurso empezaban a la misma hora y a veinte kilómetros de distancia, mi chirigota actuaba en séptimo lugar y del programa quizá me podría escapar antes, así que lo arreglé todo la noche anterior.
Una compañera cantante se llevaría mi disfraz y el tambor (sí, por eso me necesitaban, toco el tambor), de esa manera no tendría que cargar con ello en la moto. Yo me escaparía del programa inmediatamente terminase y, gracias a Mi Vespa llegaría a tiempo. Todo calculado.
Así se planeó pero, cuando amaneció esta mañana, toda mi calle estaba nevada y el termómetro rozaba los cero grados. No hay dolor pensé, ánimo, que tú puedes. Rebusqué en el armario varias camisetas de manga larga y me las coloqué debajo del jersey. De manos y cara me abrigué como todos los días y me encaminé a la emisora.
Con las señales horarias que marcaban el final, cerré micrófonos y salí escopetado. En ese instante me llamaban mis compañeros desde el teatro para decirme que tocábamos los siguientes. No hay problema. Llego sobrado. Sí, olvidé decir que además de hiperactivo soy optimista. Me dispongo a salir escopetado de la emisora y encuentro las puertas cerradas con llave y nadie que las abra. Estoy encerrado.
En ese momento la primera imagen que viene a mi cabeza es la de José Luis López Vázquez en La Cabina pero en vez de ponerme nervioso o empezar a gritar desesperado me paro a pensar unos segundos y busco alguien que me pueda abrir. Me pongo a correr por todo el edificio hasta que lo encuentro, le pido que me abra y salgo escopetado.
Arranco la moto y giro el puño del acelerador hasta el fondo. Creo que nunca antes ha corrido tanto Mi Vespa y eso que el suelo estaba totalmente mojado de la nieve deshecha. Por la autopista la moto volaba y al entrar en la ciudad echaba chispas. Como si estuviera zurciendo sorteaba coches peatones y semáforos hasta que llegué a la puerta del Ateneo, en pleno centro de Madrid.
Según llegaba veía a varios chirigoteros con sus disfraces y sus bombos en la calle y pensé que ya había terminado y llegaba tarde. Aparqué Mi Vespa en la misma puerta y salí escopetado sin atarla y casi hasta sin bloquearla.
Según entraba, la gente me saludaba aunque yo no veía más que un interminable pasillo sin llegar a reconocer ningún rostro. Sólo buscaba a mis compañeros de comparsa que me esperaban en la misma puerta del escenario preparados para subir a escena.
Nunca me he visto en otra igual. En un visto y no visto, todas las mujeres de la chirigota me rodearon, me quitaron la ropa que llevaba puesta y me colocaron el disfraz. Alguien me acercó y me colgó el tambor y me dieron las baquetas al tiempo que me decían: vamos, que salimos.
Efectivamente salimos al escenario aunque yo me encontraba más perdido que Marco buscando a su madre. Me sentía como si un extraterrestre me hubiese abducido y hubiera decidido soltarme en el siglo XVIII pero traté de situarme y toqué lo mejor que las circunstancias me permitieron.
Lo que pasó después no viene al caso en estas páginas. Sólo decir que resultó tremendamente divertido y que la aventura culminó con un glorioso e inesperado segundo puesto en el prestigioso concurso de la Capital del Reino.
Creo que de haber llegado con tiempo suficiente no me lo habría pasado tan bien. Del mismo modo, estoy plenamente convencido que de no haber sido por Mi Vespa mis compañeros de chirigota hubieran tenido que cantar sin percusión o que mi compañero de radio hubiera tenido que realizar el programa con cuatro manos y dos bocas.
Pasados los nervios, alguien que había mirado el reloj cuando me telefonearon y aún no había salido me dijo admirado: Es imposible, no te ha dado tiempo de llegar ¿Cuánto has tardado, a qué velocidad has venido? Ambas preguntas imposibles de contestar. Quizá es que me voy acercando al ansiado don de la ubicuidad.

domingo, febrero 05, 2006

Alegría

Mi Vespa ha vuelto a darme otra alegría. En un momento en que mi ánimo se encontraba tan roto como el escape de la moto y encontraba tantos problemas y tan pocas salidas como repuesto para evitar el ruido del motor, me llamó mi mecánico de cabecera para avisarme que por fin podía cambiarme el tubo. Salí corriendo hacia el taller en un momento en que el sol brillaba con fuerza después de varios días escondido. Apenas una hora después recogí Mi Vespa, la puse en marcha y... ¡el ruido había desaparecido por completo! Creo que nunca antes había sonado tan bien y, si alguna vez lo hizo mi memoria auditiva lo había borrado. La buena temperatura influyó y la carrera hasta la tienda pero sentir bajo mis piernas el latido recuperado de Mi Vespa me devolvió la dosis de alegría que necesitaba precisamente ese día en que veía todo gris.
Para terminar de alegrarlo, me fui a buscar a mi amiga vespera favorita (y no vespera) y nos marchamos a dar vueltas sin destino entre los socavones de Madrid. A pesar de las obras, la conversación en marcha recuperada, ya sin ruido, y el aire en nuestros rostros, nos inyectó entusiasmo para afrontar las horas siguientes.
Como premio, hoy he dedicado casi una hora a lavarla a conciencia para que luzca toda su belleza y pueda presumir. La moto, no la chica.