martes, enero 24, 2006

Vespa Davidson (2ª parte)

No, aún no he cambiado el escape y como la protagonista de estas páginas sigue atronando, da pie a nuevas aventuras.
Ayer me llama mi Amiga del Alma y me dice: "Si me llevas a dar un paseo en Tu Vespa se me pasan todos los males, aunque suene como una Harley". Claro, me faltó tiempo para concertar la cita que quedó fijada para esta misma tarde.
-Ya que vamos a pasear me podías llevar a la facultad, que tengo que
recoger unos libros.
Me dice.
- Te llevo donde tú quieras, Reina Mora. Le contesto mientras la
invito a subirse a la grupa de mi yegua torda (con gases).
A pesar del intenso frío que ha cubierto hoy Madrid, el paseo resultaba agradable aunque más bien creo que se trataba de una impresión subjetiva causada por la agradable compañía ya que, visto desde fuera, estaba resultando un auténtico desastre: totalmente embutidos por la temperatura, apenas quedaban al aire los ojillos, desprotegidos de las viseras de los cascos para oírnos mejor y enrojecidos por efecto del viento gélido; procuraba circular despacio entre el tráfico casi más intenso que el frío sin evitar por ello el ensordecedor ruido del escape rajado. Aún así, intentábamos mantener una conversación trascendental.
Imaginaos la escena: una pareja forrada circulando sobre una avispa zumbadora por la calle Bailén y dando voces sin llegar a escucharse del todo mientras el ocaso pintaba de violeta sucio el horizonte tras la Catedral de la Almudena. Como iba más pendiente de la charla que del tráfico, digamos que la línea recta que dibujaba la moto se parecía más al trazado de la eme treinta en plena obra y aún tuve que escuchar algún que otro claxon que me distraía aún más del asunto importante. Enternecedor, a pesar de todo.
De esta guisa llegamos a la facultad y aparcamos a la puerta de la biblioteca. No voy a contar que hacía xxxxCENSOREDxxxx años que no iba a la universidad y que para mí esta visita supuso una especie de regresión muy agradable con deja vu incluido porque no viene a cuento para la historia.
Lo que sí viene a cuento es que cuando terminamos la gestión que mi amiga había ido a realizar y nos disponíamos a montar en Mi Vespa de vuelta a casa, el vigilante nos asalta:
- Hola, perdonad, es que... como veo que vais en moto quería haceros
una pregunta

Con un gesto de sorpresa le invitamos a disparar (la pregunta, se entiende).
- Es que, acabo de comprarme una moto, una de esas, de ciento
veinticinco, con eso de la convalidación del carnet de coche, y quería saber si
merece la pena invertir en el casco...

Tan perplejo me deja la pregunta que sólo me atrevo a contestar:
- Depende de la estima que le tengas a tu vida.
- Es que... como no corre mucho... yo creo que con el más barato me
sirve...

Aquí me quedo sin palabras por unos momentos para pasar después a argumentarle la conveniencia de proteger el cuerpo cuando se viaja sobre dos ruedas.
Cuando le creí convencido y terminada nuestra conversación, me disponía a despedirme amistosamente cuando me pregunta:
- La Vespa de ahí fuera es la tuya, ¿verdad?
Está bien aparcada, pienso yo al momento, no he cometido ninguna infracción, sigo cavilando...
- Sí... es mía...
- ¡Qué maravilla! Es cuatro tiempos ¿verdad?
- mmm pues sí, doscientos centímetros cúbicos.
- Claro, me he dado cuenta enseguida... por su sonido... ¡cómo suena!
En cuanto te oi llegar me di cuenta y me llamó la atención.


Mi amiga y yo nos miramos a los ojos y nos tragamos una carcajada, después le miramos a él y nos volvemos a atragantar con la risa sin poder contestarle, silencio que aprovechó para seguir hablando de motos.
Como somos educados y simpáticos tratamos de mantener la charla pero lo que menos nos apetecía en esta noche de invierno era tener una conversación sobre el mundo del motor con un vigilante a la puerta de la facultad, así que intentamos avanzar hacia la salida en dirección a la moto. Él nos seguía sin dejar de hablar del dibujo y tamaño de las ruedas, de la cilindrada, de la velocidad... hasta que nos situamos frente a Mi Vespa y, como si no estuviera él, abro el cofre para guardar los libros y sacar los guantes. Indiferente, seguía hablando hasta que me dice:
- A ver... arráncala, que quiero oírla, es que suena de maravilla, me di
cuenta desde que llegaste.

Ahí ya no pude contenerme y le conté el secreto del fantástico sonido de mi motor de cuatro tiempos. No pareció importarle pues seguía fascinado hablándome de los caballos, de la posible ganancia o pérdida de potencia a alto régimen y no sé cuantas cosas más.
A todo esto, mi amiga creo que estaba más sorprendida aún que yo, pues no mediaba palabra y se limitaba a seguir nuestra charla con su incrédula mirada transparente.
Nos calzamos los cascos y puse en marcha el motor mientras invitaba a la princesa a subirse nuevamente a la grupa de mi yegua torda.
La cara de satisfacción del vigilante lo decía todo.
De haberla conocido, creo que se hubiera quedado cantando aquella vieja canción de la Romántica Banda Local que decía:
Y miraré como se aleja, entre el humo del escape del bus
Y miraré como se pierde, entre el ruido del escape del bus

lunes, enero 23, 2006

Vespa Davidson

Acabo de tunear Mi Vespa sin pretenderlo.
No la he llenado de espejitos ni pintado de tablero de ajedrez a lo Quadrophenia; tampoco la he decorado con pegatinas de Bad Boy ni añadido gadgets estrambóticos. Me gustaría que algún artista interesante plasmase su creación en la carrocería gris aunque tampoco es esa la personalización con que he distinguido a Mi Vespa. En realidad, lo que la distingue estos días de las demás Vespas no se ve, se oye a kilómetros de distancia: Mi Vespa suena como una auténtica Harley Davidson. O como una Triumph, porque resulta que la otra mañana, mientras esperábamos que se abriese un semáforo, escucho como un eco, como si alguien estuviese remedadando el ruido del motor de mi moto. Vuelvo la cabeza y allí, a mi izquierda, se encontraba una genuina Bonneville cantando exactamente la misma canción que Mi Vespa.
Quizá alguno piense que me he vuelto loco: un macarra más que disfruta atronando a los ya sufridos madrileños. Nada de eso, la realidad es que se me ha roto el escape y no encuentro en toda la ciudad uno nuevo.
No sucedió de repente sino progresivo, por eso no me percaté del problema hasta que se agravó. Es cierto que había notado algo raro en el sonido pero embutido en el casco y en el atronador ruido del tráfico madrileño, me pasaba inadvertido. Además, faltaban unos pocos kilómetros para la revisión de los treinta y seis mil (¡treinta y seis mil kilómetros!) y pensé que si tenía algo ya me lo dirían en el taller.
Lo siento, reconozco mi pereza pero no pienso desmontar ni un tornillo de la moto. Tampoco soy torpe, sé que si lo intentara sería capaz de solucionar con mis propias manos la mayor parte de los percances pero utilizo la moto como medio de transporte (y compañía), no como entretenimiento ni afición a la mecánica, por eso la llevo a mi mecánico de cabecera cada vez que tiene un problema.
A todo esto, me pillaron por medio las temidas fiestas navideñas con su correspondiente acumulación de tareas y cenas de hermandad, las habituales listas de espera en los talleres y la inesperada y traumática muerte repentina de mi vehículo de cuatro ruedas (RIP). Total, que me vi obligado a retrasar varias semanas la visita al taller aturdiendo entre tanto a todo el que tuviera la mala fortuna de cruzarse en mi camino pero, especialmente, a mis sufridos vecinos y compañeros de trabajo que me oyen llegar casi desde que salgo del punto de origen.
Muchas veces, circulando por algún barrio tranquilo reduzco la velocidad a paso de bicicleta de la vergüenza que me da el estruendo del motor. Incluso yo me asusto cuando paso por un túnel y los truenos rebotan en las paredes atravesando de vuelta el acolchado del casco integral.
Casi sin poder aguantar más, llegó el día en que llamé para pedir cita al médico de Mi Vespa pero, por mucho que diga La Espe de que se han suprimido las listas de espera, a mi moto no la citaron hasta una semana después. Intenté aparcarla hasta ese día para ahorrar el insomnio de mis paisanos pero como no puedo vivir sin ella opté por evitar los acelerones.
Cuando por fin llega el día previsto, me dicen en el taller que llevan diez días pidiendo a fábrica el tubo y que no hay ni uno. En ese momento decide buscar por todos los concesionarios de Madrid sin éxito. En ese momento decido mover mis contactos en el mundo de la moto (que, pequeñitos, pero alguno tengo) y consigo algunos teléfonos, algunos nombres pero con idéntico resultado: ni originales ni compatibles: no hay escapes para Mi Vespa en todo Madrid.
Aún así, dejo la moto en el taller para que me la revisen (¡treinta y seis mil kilómetros!) con la esperanza de que, entre tanto, llegue el repuesto. Me acerco al mostrador de recepción y me dice el encargado: "Ah, hola, tú eres el de la GT ¿Verdad? Lo sé porque te he oído venir (¡Cómo no!). Todavía no ha llegado el escape"
Con mi coche en el tanatorio y la moto en el hospital, sufro un terrible fin de semana sin motor moviendome en una bicicleta (mi salud lo agradecera... digo yo) a la que tampoco le vendría nada mal una pequeña puesta a punto.
Por fin, esta mañana llega el ansiado momento de recogerla del taller y sentirla de nuevo entre mis piernas. Me acerco ilusionado al taller y, cuando me acerco otra vez al mostrador, me dice el encargado: "Toma, las llaves de tu Vespa Davidson".
Ahora sólo me falta esperar que algún escape llegue a la ciudad para poder montarlo. Entre tanto podréis reconocerme cuando sintáis temblar los cristales de vuestros edificios a mi paso. Al menos no penséis que se trata de un macarra incívico, sino de un pobre usuario sin repuesto. Aunque, lo cierto es que, después de tanto tiempo empiezo a acostumbrarme al ruido. Total, algunos pagan más por escuchar esa melodía en las máquinas de Milwakee.