martes, noviembre 07, 2006

Final y Principio



A las seis en punto de la tarde de hoy día siete de noviembre de 2006 he aparcado definitivamente MiVespa querida cuando su marcador indicaba 44.440 kilómetros de aventuras.

Quizá debería haber derramado alguna lagrimita pero la verdad es que no me han salido, posiblemente porque la interminable lluvia ya mojaba suficiente todo o tal vez porque unos minutos después salía hacia el concesionario para recoger la nueva GTS que ha salido de la tienda reluciente y con un uno en el contador de su display digital.

Quizá debería haber saltado de alegría pero la verdad es que no me ha salido, posiblemente porque la interminable lluvia dificultaba cualquier cabriola o tal vez porque unos minutos antes había aparcado a mi querida compañera que durante tanto tiempo me ha servido de amiga más que de medio de transporte.

Para colmo, aún nadie se ha interesado por ella, por lo que la seguiré viendo aparcada a la puerta de casa y sin poder moverse porque he dado de baja el seguro.

Estoy convencido de que a Mi querida y veterana Vespa aún le queda mucha vida y espero que alguien se de cuenta pronto para que venga a recogerla pues no se merece morir en el olvido de una calle mojada.

Quizá este sea el final de este blog. O quizá el principio de otro. Quizá.

miércoles, octubre 25, 2006

Un ratito a pie...

...y otro ratito andando. Así voy desde hace ya... pues más de diez días. Y resulta que tengo dos vespas... o al menos eso se supone.
¿Y cómo es posible eso?
Muy sencillo. Mi Vespa, la de siempre, la de toda la vida, la que me ha acompañado a todas partes durante los dos últimos años, necesitaba, como sabrán los lectores asíduos, una manita de pintura y la nueva, la flamante GTS que tengo pedida desde hace... desde hace... "está viniendo de Italia". Qué digo yo que aunque la hubiesen traído rodando ya debería estar aquí así que más bien pienso que la traen empujando o a hombros para no desgastarla.
Y entre tanto, como decían en mi pueblo, una por otra, la casa sin barrer.
La verdad es que en el tren no se va tan mal pero, claro, no es lo mismo y, en cierto modo, uno se siente más alienado, más masa, con menos poder de decisión, más abocado a lo que la clase dirigente, Renfe en este caso, quiera hacer con tu vida. Que ellos quieren que te pares en un túnel, pues tú te paras. Que quieren que vayas apretado, pues tú, apretado. Es lo que tiene la democratización del transporte, así todo el mundo puede viajar aunque sea teledirigido. Y la verdad es que no se pasa tan mal. He aumentado el número de páginas leídas por día y ahora conozco más gente. Quizá también sea una ventaja que este periodo sobre raíles haya coincidido con la época de más lluvias desde hacía años porque lo cierto es que en tren te mojas menos que en moto. Vamos, eso, ni se duda. Ah, y te ponen música clásica. Vamos, el no va más. Tanto es así que, cuando las vías cruzan por encima de las autopistas de circunvalación y veo las ríadas de coches permanentemente parados, hasta me pienso si seguir utilizando el tren. Claro que, luego compruebo los horarios y el tiempo total que tardo en llegar a los sitios y, se me quitan las ganas. Vamos, que donde esté Mi Vespa, que se quite todo.
Bueno, Mi Vespa o la sustituta, porque ni os cuento las ganas que tengo ya de conducirla. Hace un par de días me dijeron que ya había llegado a Madrid. Al principio me puse contento y, iluso, llegué a pensar que esta misma semana la conduciría pero, luego, puestos a calcular, si en venir de Italia ha tardado dos meses, en llegar desde Madrid a Madrid tardará lo menos dos semanas.
En realidad, aún puede tardar un poco porque, incomprensiblemente, todavía no he logrado vender la protagonista de estas páginas. Incomprensible pero cierto. Ni tres semanas de anuncio en Motociclismo ni un mes en Segundamano, ni varios días en esta misma página, ni el boca a boca. Nada. Prácticamente nadie se interesa por Mi Vespa. Pero no es que no les guste, o les parezca cara, no, es que ni siquiera me llama la gente. Creo que, desde que puse el primer anuncio hasta hoy habré recibido dos o tres llamadas. Y para uno al que le gustaba -mucho, según aseguraba- vive a setecientos kilómetros de mi casa y no se atreve a venir a por ella. Tendré que seguir esperando pero, os advierto, queridos lectores, que os perdéis una auténtica joya. Y más ahora que, cuando vuelva, lo hará tan reluciente como recién salida de fábrica.

viernes, octubre 13, 2006

Descubrimiento

A veces, tienes que irte con otra para descubrir las ventajas de la tuya propia. Cada cual que piense lo que quiera pero eso es justo lo que se me vino a la cabeza cuando tomé MiVespa después de dos días conduciendo la nueva y deslumbrante GTV. Como he dicho en las notas anteriores, la mía necesitaba un pequeño repaso, una última puesta a punto antes del cambio de manos. Quiero que su nuevo propietario se lleve una buena impresión y la conduzca tan contento como yo durante muchos kilómetros.
El caso es que, al quedarme sin moto y no poder vivir sin una Vespa entre mis piernas, conseguí que me dejaran para probar el nuevo modelo presentado para celebrar el sesenta aniversario de la marca. Tengo que reconocer que al primer golpe de vista me defraudó un poco. El gris elegido me parecía demasiado frío, el faro sobre la rueda no me terminaba de convencer y, lo peor de todo: un horrible reloj digital donde hubiese quedado inmejorable uno analógico. Sin embargo, este modelo posee un atractivo que no deja indiferente a nadie. El manillar cromado. la cúpula y... para mi gusto, lo mejor: el asiento partido tapizado en cuero auténtico. En definitiva, una maravilla que me terminó de engatusar cuando me subí a ella y comprobé lo tremendamente ágil que resulta.
Pero... ¿he dicho "engatusar"? ¿He dicho que lo que más me gustó fue su asiento de cuero? Los gatos callejeros debieron pensar lo mismo. Apenas había recorrido veinte kilómetros con esta preciosidad casi sin estrenar cuando la aparco para hacer un recado que no me llevaría más de diez minutos. Al regresar dispuesto a aposentar de nuevo mis nalgas sobre el noble cuero, compruebo que un (¿c...ón!) gato callejero ha hecho lo propio con sus uñas convirtiendo en girones el flamante asiento. Imaginad mi disgusto.
Resignado, continúo con mis quehaceres. Eso sí, desde ese momento, cada vez que tengo que dejar la moto aparcada, la cubro convenientemente con un providencial chubasquero que he descubierto que viene incorporado a la moto bajo el propio asiento. ¡Qué detallistas estos italianos! me digo mientras protego el cuero parada tras parada.
Así sucedieron dos días. Al tercero devolví la prestada y recogí Mi Vespa del taller (aún sin terminar pero esto es tema de otra historia). Conduzco hasta casa. Aparco. Levanto el asiento para guardar los guantes y compruebo que... ¡Mi Vespa tenía un chubasquero exactamente igual al de la GTV! y ese chubasquero llevaba ahí desde el día que nació, hace ya más de tres años.
Toda la vida de la moto ocultando un chubasquero y yo, conduciéndola a diario, no me había dado ni la más mínima cuenta... Ahora ya sé que si llueve puedo proteger el asiento (aunque sea de eskai) con el chubasquero incorporado pero he tenido que serle infiel con otra para darme cuenta de las ventajas de la propia. Lo peor es que me temo que eso mismo nos pasa a muchos con todo... ¡y así nos va!

miércoles, septiembre 27, 2006

El aforador desaforado

Llené el depósito. No pensé que tocase tan pronto pero, como me encanta visitar a mis amigas de la gasolinera, no me importó tanto (y eso que cada vez veo menos a la que más me gusta...) . Recorrí unos pocos kilómetros y, de refilón, buscando otra cosa, encontré la aguja del nivel de combustible... ¿por la mitad? No es posible. Si sólo he recorrido unos cuarenta o, como mucho, cincuenta kilómetros... vale, soy positivo; buscaré el lado bueno: a la mañana siguiente tendré una nueva ocasión para ver de nuevo a mi "amiguita mestiza". Creo que ya soy famoso entre todo el personal femenino de esa cadena de gasolineras; y eso que no saben que hablo sobre ellas en la red pero esta mañana tampoco está la que más me gusta. Aún así tengo que parar a llenar. Esta vez me aseguro que rebose el depósito pero... miro a la aguja después de pagar y ¿otra vez por la mitad? ¡no es posible! Esta vez me he asegurado pero, por si acaso, al día siguiente vuelvo a visitar el oasis y, como era de suponer, sólo caben en el depósito tres euros de combustible y, lo que es peor, tras llenar, se enciende la luz de la reserva. ¡No! Lo que me temía: el aforador que me arreglaron hace apenas un mes, se ha vuelto a romper.
Voy a mi mecánico de cabecera y le cuento el problema. Ni se inmuta: "Traémela la semana que viene y te vuelvo a cambiar el aforador". ¡Pero si lo acabas de cambiar! le digo asombrado. Ya -me contesta- pero están viniendo fatal. A las equis nueve se lo tengo que poner nuevo cada dos meses.
Decía mi médico que, mal de muchos, epidemia, así que, desolado, me pongo el casco y vuelvo a mi lugar con la mirada fija en la lucecita amarilla del cuadro de mandos. De nuevo tendré que calcular el consumo de gasolina, al menos hasta la semana que viene que vuelvan a cambiarme el aforador desaforado. Menos mal que, mientras tanto, tendré muchas más oportunidades de visitar a mis gaslineras favoritas.

jueves, septiembre 21, 2006

En Venta

Sí, puede que esto sea el final de este blog. O puede que no. Mi Vespa está circulando sus últimos días bajo mis puños pero no me voy a bajar de una Vespa, sólo la voy a cambiar por otra más nueva. Y no porque mi querida GT presente síntomas de enfermedad o porque me haya defraudado. Nada más lejos de la realidad. De hecho, no estoy nada convencido de la decisión que acabo de tomar, que sólo responde a un impulso, a un flechazo, a un enamoramiento repentino que quizá tenga consecuencias nefastas.
¿Cuántos cuarentones se han enamorado de jovencitas y por correr a su lado han dejado todo? Hasta un amor consolidado y fiable... Pues ese es mi caso. He visto pasar la nueva GTS y al enamorarme de su lozanía, abandono mi fiel compañera.
En mi descargo debo decir que los kilómetros no pasan en balde. Que a diario recorro más de cincuenta kilómetros con Mi Vespa y que, aunque ahora se encuentra perfectamente, a ese ritmo pronto presentaría achaques y que por eso prefiero que ahora, que aún es joven, pase a otras manos que la vayan a tratar mejor que las mías.
Hemos pasado tantas aventuras juntos que representa más que una simple máquina. Como habréis podido leer en estas páginas, es una compañera y por eso no quiero que vaya muy lejos. Intento que se la quede algún amigo o conocido. Alguien que sepa que se lleva un motor con alma pero aún nadie se ha interesado por ella y empiezo a pensar que voy a tener que quedarme con dos Vespas aunque no se si serían capaces de convivir en el mismo parking.
Por eso te invito a ti, que lees esto habitualmente y ya conoces a Mi Vespa como si fuera tuya, a que la conduzcas todos los días. Te aseguro que no te arrepentirás.
El blog quizá siga con las aventuras de la GTS ¡roja! o quizá no. Pero aún queda por contar toda la aventura de la venta y, eso es otra historia.

jueves, agosto 31, 2006

No hay aventura

Hoy tenía todos los ingredientes para escribir una gran aventura pero la noticia es que no hay noticia. Que el tema daba juego ha quedado demostrado a lo largo de los dos años de existencia de este blog, sin embargo, a la hora de la verdad, todo ha quedado en nada.
Imaginad la situación.
Madrid. Agosto. Tres de la tarde. Hay que transportar durante veinte kilómetros, incluyendo quince de carretera, lo siguiente:
- Una mochila con patines de línea
- Una barra de pan cinco cereales
- Una carpeta con partituras
- Un bolso
- Una bolsa de papel con otro bolso para regalar
- Un jersey rojo de rayas
- Un casco aparte de los que se utilizan
- Mi morena favorita
- y... ¡una pizarra de 100 x 50 cm!
Todo eso en Mi Vespa.
Imaginad la escena: por un lado la moto y por otro, desplegado alrededor de ella todo lo que hay que transportar como si fuese un catálogo. Se admiten sugerencias. ¿Cómo lo hubieses llevado tú? Una pista: la mochila con los patines no cabía en el cofre.
Durante toda la mañana previa al traslado, mi compañera de viaje me estuvo preguntando: ¿vamos a caber? ¿Cómo vamos a llevar la pizarra? ¿No será peligroso? No te preocupes, llegaremos sanos y salvos y sin problemas. Además, lo pasaremos bien y, en último caso, tendremos algo que contar en el blog. "Vale, vale, está bien pero... ¿no será peligroso?"
No voy a detallar como entró todo pero el caso es que logramos distribuir todo en los huecos de la moto salvo... claro, ¡la pizarra!
Ya había llevado en Mi Vespa un cuadro descomunal y eso me confería cierta tranquilidad aunque confieso que aún no había pensado en la solución definitiva. Miré la moto, miré la pizarra, comparé medidas y verifiqué que no había muchas opciones así que situé la pizarra en vertical entre el cofre y la espalda de mi acompañante, convenientemente atada, eso sí.
No soy ingeniero ni entiendo mucho de aerodinámica pero imaginaba que esa colocación podía plantear problemas a unas horas y en una época del año en que las corrientes térmicas se muestran especialmente juguetonas. A diario, sin carga, puedo comprobar como en un par de curvas el viento juega con la moto a su antojo.
Pero nos arriesgamos. Rebajé considerablemente la velocidad de crucero y observé por el retrovisor los posibles movimientos de la pizarra. No se movía y mi acompañante me hacía señas con la mano de que todo iba bien. Salimos a la carretera y todo seguía bien. Llegamos a la zona de más viento y la pizarra sin moverse. En la curva donde da la vuelta el viento, la pizarra fija a la moto. Tuve tentaciones de acelerar pero no quise arriesgar más.
En ese momento, comprobé como la mayoría de los que viajaban en los coches se nos quedaban mirando y volvían la cabeza para no perder detalle. Entonces se me ocurrió una cosa que provocó mi risa a carcajadas mientras no dejaba de conducir y vigilar por el retrovisor. Pensé que podíamos haber escrito en la pizarra algo como "Recién casados". Entonces mirarían con razón. Y pitarían, seguro. Imaginaba la reacción de los conductores leyendo el letrero imaginario en la pizarra y no paraba de reír yo solo mientras mi compañera, contagiada, se reía de mi por inercia, ignorante de lo que sucedía en realidad. Después de eso seguí imaginando posibles letreros en la pizarra tales como remedos de los que coloca la DGT en sus paneles: ¡Cuidadíinnn, que te quedan tres puntitos! o ¡Tronco, no te pases! y con cada lema nuevo mi risa aumentaba bajo el casco.
Eso era lo único que sucedía: dentro de mi cabeza. Por más que miraba por el retrovisor, la pizarra no se movía ni un milímetro (bueno, creo que le dio un par de cabezados a mi compi) y yo pensaba qué narices iba a escribir en esta página si no sucedía nada reseñable. Hasta que me di cuenta que la no noticia es una noticia en sí misma.
Efectivamente, llegamos a casa sanos, salvos, y con la pizarra más entera que el virgo de La Macarena. Entonces, mientras cantábamos victoria, al antebrazo de la morena de Mi Vespa le entró un temblor misterioso, improcedente y, en apariencia, inexplicable. ¡Tengo que tocar el piano! me dijo alarmada y comenzamos las averiguaciones.
Una vez repasados los hechos, constatamos que había viajado durante quince kilómetros sujetando con fuerza uno de los lados de la pizarra y que la tensión en el tendón le había provocado el mencionado temblor así como la inesperada estabilidad de la pizarra.
Tras el susto inicial, la pianista recuperó su tensión habitual y los tendones respondieron a las órdenes del cerebro mientras interpretaba magistralmente la Bossa de Ciudad.
Como has comprobado, querido lector, hoy no hay noticia, puesto que no pasó nada y no me queda más remedio que afirmar, aunque me cueste, que hoy, no hay aventura que contar.

martes, agosto 29, 2006

El diablo sobre ruedas

Debe existir una ley. Estoy seguro que, con tantas leyes como hay para regular el tráfico y el transporte por carretera debe existir una ley que prohiba a los camiones que transportan escombros ir lanzando granadas contra los que circulan tras ellos. Y, si existe, ¿por qué no se vigila para que se cumpla? Se habla mucho del exceso de velocidad, de la utilización del teléfono móvil y... ¿Qué pasa con los transportes que no cubren su carga? ¿Acaso no suponen un peligro real y diario?
Que nos lo pregunten a todos los que a diario tenemos que usar la A-3 para salir de Madrid. Se podría realizar un estudio estadístico serio pero así, a ojo, podría asegurar que la mitad de los usuarios habituales de esta carretera tienen o han tenido la luna delantera picada o rajada a causa de las piedras que sueltan los camiones que se dirigen al vertedero sin cubrir adecuadamente su carga.
Ya peligroso si viajas en coche, cuando circulas en moto el peligro se multiplica porque hay que convertir la conducción normal en una carrera de slalom para esquivar continuamente los objetos que va desparramando El diablo sobre ruedas. Objetos, por cierto, de lo más variopinto porque no os podéis hacer una idea de las cosas que tira la gente...
Lo normal es que estos agresores del asfalto, creyéndose pulgarcitos, vayan dejando un rastro de escombros pero en este cuento no vienen pajaritos a "comerse" las migas y al peligro de impacto se una el de pérdida de adherencia.
Ayer tuve suerte y, en vez de recordar al granizo, la carretera parecía de fiesta pues el camión que llevaba delante lanzaba restos de papel como si fuese confeti. Claro que, no se trataba de pequeños pedacitos de papel sino de sábanas enteras y yo sobre Mi Vespa, mientras trataba de adivinar el recorrido del periódico errante para poder esquivarlo, me imaginaba con un pliego de noticias caducas cubriéndome la cara igual que en las mejores escenas de dibujos animados.
Cuando logré adelantar al lanzador de papel comencé a tocar el claxon y agitar las manos en señal de protesta pero me temo que, en vez de darse por aludido, debió pensar que celebraba la fiesta que él se encargaba de adornar.
Por todas partes busqué un guardia civil para avisarle del peligro pero no encontré ninguno. Imagino que estaría muy ocupado escondido tras el pilar del puente de una autopista de tres carriles para pillar in fraganti a un "temerario" y desprevenido conductor que circulase a ciento veintidós kilómetros a la hora.