jueves, agosto 18, 2005

Madrid, Madrid, Madrid...

Todo un reto por delante: conseguir que en dos días una chica que viene de fuera tenga una idea aproximada de cómo es esta ciudad invivible pero insustituible a la vez, como creo que dijo el cronista de La Corte, señor Sabina.
Resulta que hace unos meses me inventé un curioso relato que ni por asombro pensé que pudiera realizarse y, sin embargo, ha resultado premonitorio. Las diferencias entre aquella invención y lo sucedido ayer, apenas son mayores que las que separan los límites de lo posible. Evidentemente no pasee a Audrey Hepburn ni la chica de carne y hueso se sentó con las piernas a un lado con la única protección de un pañuelo anudado. En cuanto al recorrido, que para el relato, preparé en mi imaginación con calma, para el paseo real tuve que improvisar y adaptar sobre la marcha según las necesidades del siempre lamentable (a pesar de que la ciudad se vacía en agosto) tráfico madrileño y de las innumerables e interminables obras que convierten la ciudad en una valla permanente.
La cosa comenzó sin planificarla. Habíamos quedado en la Estatua del Ángel Caído del Retiro a la hora de comer. Paseamos entre las sombras del parque, visitamos los estanques, los palacios, algún árbol centenario y antes de las cinco de la tarde ya habíamos terminado la visita. La temperatura en la ciudad este diecisiete de agosto a las cinco de la tarde superaba los cuarenta grados. Pasear hubiese acabado con nuestras fuerzas y ánimos en media hora. Los museos más importantes ya los había conocido ella por su cuenta. Refugiarse en unos grandes almacenes tapoco entraba en nuestros planes.
Entonces se me ocurrió la idea: ¡Mi Vespa! Podríamos recorrer toda la ciudad de cabo a rabo como si caminásemos pero sin cansarnos y recibiendo en la cara la corriente que produce el movimiento. Desde El Retiro a los barrios ricos del norte, de las casas de pecado al centro histórico, de las avenidas con historia a las calles con escaparates, de este a oeste y de sur a norte no dejamos calle o barrio sin rodar.
Desde el asiento trasero de Mi Vespa ella contemplaba gentes, arquitecturas, esculturas y comercios y escuchaba mis explicaciones mientras yo conducía y pensaba en el siguiente destino. Claro que la ruta no resultaba perfecta: a veces pasaba tres veces por el mismo sitio o se me olvidaba algun monumento importante pero apenas pasé de largo tabernas. Cuando encontrábamos un barrio interesante, aparcaba el escúter a un lado, caminábamos y tomábamos cañas, más o menos de la misma manera que sucedía en el relato imaginado que antes mencionaba.
Conforme pasaban las horas cambiaba la fisonomía de la ciudad y decidimos caminar por una calle comercial. Allí le saltaron a los pies unas cómodas sandalias de oferta que nos llevaron caminando hasta otra tienda en la que me saltó a la vista una simpática camiseta de Vespa que acabó en mi pecho después de un duro proceso de elección del color más apropiado.
Una preciosa luna creciente ocupó en el cielo el lugar del sol pero seguimos sobre Mi Vespa recorriendo rincones interesantes hasta que encontramos una agradable terraza en la que reponer fuerzas.
En abril mi turista particular desaparecía como los sueños y yo amanecía con las carantoñas de mis gatas sobre el edredón. El final de esta historia no pienso contarlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impaciente por leerte.

Fernando dijo...

Vaya, esto sí que es una sorpresa. No pensé que a nadie le pudieran interesar estas aventuras. Sabiendo que, al menos, tengo un lector, quizá vuelva pronto.
Gracias.