miércoles, mayo 03, 2006

Impacto

38520 Km
(Anoche, cuando tenía prácticamente terminada esta historia, mi ordenador se cansó de trabajar y se apagó repentinamente. Ahora tengo que recomponerla pero ya no será lo mismo).
Aún conservo sobre la cazadora el jaspeado de los mosquitos que decidieron pasar sus últimos instantes de vida estampados contra el cuero durante el último viaje largo que realicé en Mi Vespa. Bueno, quizá no se tratase de una decisión libre pero el caso es que decenas de ellos convirtieron mi chaqueta en su necrópolis. Aunque lo peor fue que también usaran el casco. Prueba de ello es la foto que podéis ver a la izquierda en la que se aprecian, como muescas en un revólver, cada uno de los insectos fallecidos. Creo que si me lo propusiera casi podría recordar el kilómetro exacto en que se estampó cada uno de ellos aunque tampoco creo que contribuyese mucho a edificar esta historia. Sí recuerdo de manera especial el más grande de ellos, ese emplaste grande y verde que veréis en la parte inferior izquierda de la pantalla.
Rodaba yo por la A5 cerca de Maqueda dirección a Badajoz tratando de calcular si la gasolina que “maquedaba” sería suficiente para llegar a mi destino (Si recordáis la aventura anterior, sabréis que no me funciona el indicador de combustible) cuando, de repente vi acercarse a mi cara como un kamikaze un bicho del color, y casi del tamaño, de una lima. No digo yo que Valentino Rossi no hubiese sido capaz de esquivarlo pero a esas alturas Mi Vespa alcanzaba casi los ciento cuarenta kilómetros a la hora y lo último que se me pasó por la cabeza en ese momento fue la defensa del bicho verde. Una pena, es verdad, sobre todo cuando sus entrañas del color del increíble Hulk se esparcieron por la visera. A modo de homenaje póstumo, no sólo a él sino a sus compañeros muertos en acto de servicio, decidí tomar la fotografía que ilustra el comentario.
Los más curiosos os preguntaréis qué hacía yo en Mi Vespa por la A5 rumbo a Badajoz. Cuestiones más difíciles se plantean cada día.
Aquella festiva mañana que había decidido quedarme en casa para disfrutar del sol y del canto de los pájaros, recibí varias propuestas una de las cuales consistía en una paella campestre preparada a la lumbre por un chef valenciano. ¿Tú te hubieses negado? La cita tenía lugar en Talavera de la Reina, bella localidad toledana distante de mi casa algo más de cien kilómetros. Lo normal hubiese sido elegir el coche pero el día amaneció espléndido y Mi Vespa tienta demasiado como para dejarla aparcada así que me lancé a pesar de que casi todo el recorrido debería realizarse por una aburrida autopista.
La primera aventura consistió en tratar de acomodar las dos botellitas de vino con que pretendía agasajar a los anfitriones. ¡Caray! no pensé que fuera tan difícil. Bajo el asiento lo probé al derecho, al revés, boca arriba y boca abajo pero no había manera así que opté por el cofre. Las últimas veces que había transportado material frágil acabaron en catástrofe: unas jarras que me habían regalado llegaron hechas mil pedazos y un par de botellitas de cerveza estallaron regando de oro líquido el interior del cofre. Por eso no me atrevía a colocar allí las botellas: una traída directamente desde las Rias Baixas y la otra del mismo Alentejo pero ¿qué otra cosa podía hacer? Las forré cuidadosamente con todos los trapos que llevo en la moto y que habitualmente uso para proteger mi cuerpo de las inclemencias climáticas y me encomendé a San Vespucio. A los pocos kilómetros me había olvidado que las llevaba y pudimos brindar con su contenido.
Lamentablemente para el contenido de estas páginas el viaje resultó de lo más normal. Como decía, demasiada autopista, demasiada recta, mucho tráfico y mucho asfalto con el puño girado a tope. Llegué al lugar de la comida sin más incidentes que el temor a quedarme sin gasolina antes mencionado y una equivocación en el último tramo de la ruta poco digna de reseñar
La vuelta fue distinta pero no porque sucediera algún contratiempo sino justamente por lo contrario. El sol caía a mi espalda y quería llegar a casa antes de que rayara el horizonte así que nada más encarar la autopista y, sabiendo que disponía de combustible suficiente, giré el puño a tope y no lo solté hasta que paré Mi Vespa frente a mi portal.
Durante la hora escasa que tardé en el recorrido pensé en el miedo que han metido desde la DGT a los conductores con eso de los límites de velocidad. ¿Cómo es posible que una Vespa que rara vez alcanza los ciento cuarenta kilómetros por hora y que en condiciones normales circula a ciento veinte vaya durante ciento veinte kilómetros de autopista siempre por el carril izquierdo adelantando prácticamente a todos los coches, que no eran pocos? Increíble pero cierto. Los conductores enlatados van asustadísimos, como pisando huevos. Lo que lamento es que temen más a las multas que a perder su propia vida, lo cual es preocupante porque en vez de aumentar la precaución y la responsabilidad sobre la máquina que llevan entre manos se limitan a vigilar que no les multen con lo que se olvidan de la delicada tarea de manejar un vehículo. Luego se extrañan los responsables de que se produzcan accidentes… ¡en fin!
El caso es que con todo a favor llegué a casa antes de lo esperado pero después de una hora sobre la moto en la misma postura y sintiendo la vibración del motor bajo las piernas, cuando me bajé de la moto parecía que aún seguía arriba, caminaba agachado y con las manos elevadas hacia el frente, los músculos aún temblaban al ritmo del motor.
En ese momento recibí una llamada; una amiga me reclamaba para ir al cine. Acepté, por supuesto pero antes tuve que aclarar un pequeño detalle: “¿Te importa que vayamos en coche?” Conociendo mi afición a la Vespa y observando la fantástica noche que se avecinaba, esa pregunta para ella supuso un gran impacto, casi comparable al del bicho verde contra mi visera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me imagine dos motivos para tu viaje.
El primero tras una hermosa dama y el segundo lo acerte tras una exquisita comida regada con un buen fruto de la vid.
O quizas en esta última se encontraba la primera y se juntaros dos buenos motivos.

Desde al Sur del ecuador