Todo un reto por delante: conseguir que en dos días una chica que viene de fuera tenga una idea aproximada de cómo es esta ciudad invivible pero insustituible a la vez, como creo que dijo el cronista de La Corte, señor Sabina.
Resulta que hace unos meses me inventé un curioso relato que ni por asombro pensé que pudiera realizarse y, sin embargo, ha resultado premonitorio. Las diferencias entre aquella invención y lo sucedido ayer, apenas son mayores que las que separan los límites de lo posible. Evidentemente no pasee a Audrey Hepburn ni la chica de carne y hueso se sentó con las piernas a un lado con la única protección de un pañuelo anudado. En cuanto al recorrido, que para el relato, preparé en mi imaginación con calma, para el paseo real tuve que improvisar y adaptar sobre la marcha según las necesidades del siempre lamentable (a pesar de que la ciudad se vacía en agosto) tráfico madrileño y de las innumerables e interminables obras que convierten la ciudad en una valla permanente.
La cosa comenzó sin planificarla. Habíamos quedado en la Estatua del Ángel Caído del Retiro a la hora de comer. Paseamos entre las sombras del parque, visitamos los estanques, los palacios, algún árbol centenario y antes de las cinco de la tarde ya habíamos terminado la visita. La temperatura en la ciudad este diecisiete de agosto a las cinco de la tarde superaba los cuarenta grados. Pasear hubiese acabado con nuestras fuerzas y ánimos en media hora. Los museos más importantes ya los había conocido ella por su cuenta. Refugiarse en unos grandes almacenes tapoco entraba en nuestros planes.
Entonces se me ocurrió la idea: ¡Mi Vespa! Podríamos recorrer toda la ciudad de cabo a rabo como si caminásemos pero sin cansarnos y recibiendo en la cara la corriente que produce el movimiento. Desde El Retiro a los barrios ricos del norte, de las casas de pecado al centro histórico, de las avenidas con historia a las calles con escaparates, de este a oeste y de sur a norte no dejamos calle o barrio sin rodar.
Desde el asiento trasero de Mi Vespa ella contemplaba gentes, arquitecturas, esculturas y comercios y escuchaba mis explicaciones mientras yo conducía y pensaba en el siguiente destino. Claro que la ruta no resultaba perfecta: a veces pasaba tres veces por el mismo sitio o se me olvidaba algun monumento importante pero apenas pasé de largo tabernas. Cuando encontrábamos un barrio interesante, aparcaba el escúter a un lado, caminábamos y tomábamos cañas, más o menos de la misma manera que sucedía en el relato imaginado que antes mencionaba.
Conforme pasaban las horas cambiaba la fisonomía de la ciudad y decidimos caminar por una calle comercial. Allí le saltaron a los pies unas cómodas sandalias de oferta que nos llevaron caminando hasta otra tienda en la que me saltó a la vista una simpática camiseta de Vespa que acabó en mi pecho después de un duro proceso de elección del color más apropiado.
Una preciosa luna creciente ocupó en el cielo el lugar del sol pero seguimos sobre Mi Vespa recorriendo rincones interesantes hasta que encontramos una agradable terraza en la que reponer fuerzas.
En abril mi turista particular desaparecía como los sueños y yo amanecía con las carantoñas de mis gatas sobre el edredón. El final de esta historia no pienso contarlo.
Desde una Vespa el mundo se ve distinto. Ahora que recorro la vida sobre una, quiero contarlo.
jueves, agosto 18, 2005
martes, agosto 02, 2005
Una cerveza y una pizza
Rivas Vaciamadrid. Lunes 1 de agosto de 2005. Nueve de la noche. Tiempo tormentoso. Para quien no se sitúe diré que nos encontramos en una de las ciudades con menos bares por habitante de toda Europa; hoy comienzan las vacaciones para la mayoría de los habitantes de la Comunidad Madrileña y en esta ocasión coincide con el día de la semana que menos gente sale de casa para tomar algo y que, en consecuencia, aprovechan la mayoría de los establecimientos hosteleros para cerrar y descansar. Me estoy poniendo el casco para ir a casa y recogerme cuando suena el teléfono:
Llego a la puerta. Paro la moto. Me bajo. Me quito el casco y levanto el hueco bajo el asiento para sacar el suyo. Llega, nos besamos, se sube a Mi Vespa y comenzamos la marcha.
Operación inversa: desatar mi casco, abrir el hueco, sacar su casco, mis guantes, subirme a la moto, sacarla del hueco en que se encontraba aparcada, maniobrar marcha atrás, subir a mi amiga y buscar otro bar. Recordamos un centro comercial en el que hay dos: una terraza y otro interior, malo ha de ser que ninguno al menos el interior...
Ya cuando pasamos por la puerta de la terraza vimos que las sillas y las mesas se apilaban como si fueran las dos de la madrugada. Aunque el tiempo pasaba mientras duraban estas aventuritas, aún no llegábamos a esas horas, claro. Desestimada la opción de la terraza, optamos por el interior, así que, aparcamos la moto, nos quitamos los guantes, los cascos, lo guardamos todo meticulosamente en su hueco respectivo y nos dirijimos a cenar... eso pensamos porque al ser lunes cerraban por descanso. ¡Bien!
Con todo el cachondeo pasan de las once de la noche, hora complicada para buscar algo de comer en la ciudad donde vivo, por si alguien le interesa...
Llegamos al parking de la moto. Abrimos el hueco y sacamos su casco y los guantes, desatamos el mío, nos protegemos, me subo a Mi Vespa y... ¿qué pasó? Ni más ni menos que la había aparcado en rampa y me tocaba salir marcha atrás, arrastrando los ciento y pico kilos de la máquina.
Recontamos mentalmente los posibles lugares donde comer algo y lamentamos no haber concluído la "Guía de Bares donde comer algo en Rivas a partir de las once de la noche" que, con tanta ilusión, comenzamos el mes de febrero y estancamos en el de marzo.
Ya estábamos bastante hartos de poner, quitar, guardar y sacar tanto casco, la verdad, aunque también es cierto que en el último bar logramos reducir los tiempos casi hasta la mitad. ¡Es lo que tiene ser un profesional!
Ni cortos ni perezosos, decidimos recorrer todo el municipio sobre la Vespa, buscando un bar abierto donde den cualquier cosa de comer, como si fuésemos caballeros andantes en busca de afrentas que resolver. El paseo no resultaba tan desagradable a pesar del fuerte vendaval que se había levantado y que arrastraba polvo y arena en sus remolinos aunque ni una sola gota de agua. Pero al fin y al cabo, también los caballeros andantes tienen que recorrer las llanuras de cereal reseco y los polvorientos caminos de los campos de Castilla para encontrarse con su amada ¿no habríamos de hacerlo nosotros por una porción de pizza?
Y digo porción de pizza por ser lo que finalmente encontramos. El caso es que, pasando por un centro comercial, vimos que refulgían algunos luminosos. Pensamos que se trataba de vayas publicitarias pero, al fijarnos bien, comprobamos que se escondía una pequeña pizzería. Ante la duda, esta vez no atamos los cascos, ni los guardamos, sino que dejamos la moto tal cual (quitando el contacto y la llave, por su puesto) y nos acercamos a la pizzería esperando escuchar un "como no venía nadie, acabamos de cerrar la cocina" (frase de moda esa noche).
Cuál no sería nuestra sorpresa cuando descubrimos un bar de aficionados (muy aficionados) a las motos, a juzgar por la gran cantidad (y calidad) de pósters y componentes remozados de vehículos caducos. Más sorpresa cuando probamos las deliciosas pizzas elaboradas al momento pero más sorpresa aún cuando aparece por la puerta un viejo amigo al que hacía siglos que no veiamos. Este sólo venía a por tabaco y a pagarnos un par de cervezas. Después quedamos completamente solos en el bar por lo que nos atendieron con dedicación y sin estar mirando el reloj cada cinco minutos o pasando la escoba para barrer el local.
Nos pareció increíble pero cenamos y bien. Después vuelta a casa. El viento se había agudizado y habíamos llenado "el depósito" con "alguna" cerveza por lo que había que realizar más esfuerzo para mantenerse en pie que un sedado para levantar los párpados. Aún así, llegamos a casa, sanos, enteros, y cenados.
Bajamos de Mi Vespa, nos quitamos los cascos, guardé el suyo bajo el asiento, volví a colocar el mío sobre la cabeza y aceleré en vacío el motor.
Ya me iba cuando, entre las explosiones del motor escuché su voz:
- Hola, ¿qué tal? ¿Qué haces? ¿Me vienes a buscar y nos tomamos algo?No sólo no acostumbro a rechazar invitaciones que proceden de chicas guapas sino que comienza el mes de agosto y en Madrid quedamos ella, yo y tres más despistados que vienen a hacer turismo, así que acepto sin dudar. Como la tormenta anunciaba desde hacía rato, antes de ir a su casa paso por la mía y me protego con la cazadora después voy por ella.
Llego a la puerta. Paro la moto. Me bajo. Me quito el casco y levanto el hueco bajo el asiento para sacar el suyo. Llega, nos besamos, se sube a Mi Vespa y comenzamos la marcha.
- ¿Dónde vamos?Pregunta muy habitual en Rivas que, no por frecuente, alguna vez recibe una respuesta convencida. Recuerdo que me he enterado de una terraza nuevo y no dudamos probarla. Llegamos, vemos luces encendidas y escuchamos rumor, así que paramos la moto, bajamos, cada uno se quita su casco, abrimos el hueco bajo el asiento y guardamos el suyo y mis guantes. Mi casco tengo que atarlo al transportín o llevarlo de la mano, pues, no sé si recordarás que me abrieron el cofre y en ese momento lo tenía en casa con intención de arreglarlo. Decido atarlo con la cadena que también uso para la bici. Nos acercamos al bar y encontramos a los camareros, al cocinero y al dueño, por otra parte, conocido de mi compañera de aventuras. Nos saludamos y nos explica que lo han cerrado porque no quedaba gente ese día a esas horas, así que salimos.
Operación inversa: desatar mi casco, abrir el hueco, sacar su casco, mis guantes, subirme a la moto, sacarla del hueco en que se encontraba aparcada, maniobrar marcha atrás, subir a mi amiga y buscar otro bar. Recordamos un centro comercial en el que hay dos: una terraza y otro interior, malo ha de ser que ninguno al menos el interior...
Ya cuando pasamos por la puerta de la terraza vimos que las sillas y las mesas se apilaban como si fueran las dos de la madrugada. Aunque el tiempo pasaba mientras duraban estas aventuritas, aún no llegábamos a esas horas, claro. Desestimada la opción de la terraza, optamos por el interior, así que, aparcamos la moto, nos quitamos los guantes, los cascos, lo guardamos todo meticulosamente en su hueco respectivo y nos dirijimos a cenar... eso pensamos porque al ser lunes cerraban por descanso. ¡Bien!
Con todo el cachondeo pasan de las once de la noche, hora complicada para buscar algo de comer en la ciudad donde vivo, por si alguien le interesa...
Llegamos al parking de la moto. Abrimos el hueco y sacamos su casco y los guantes, desatamos el mío, nos protegemos, me subo a Mi Vespa y... ¿qué pasó? Ni más ni menos que la había aparcado en rampa y me tocaba salir marcha atrás, arrastrando los ciento y pico kilos de la máquina.
Recontamos mentalmente los posibles lugares donde comer algo y lamentamos no haber concluído la "Guía de Bares donde comer algo en Rivas a partir de las once de la noche" que, con tanta ilusión, comenzamos el mes de febrero y estancamos en el de marzo.
Ya estábamos bastante hartos de poner, quitar, guardar y sacar tanto casco, la verdad, aunque también es cierto que en el último bar logramos reducir los tiempos casi hasta la mitad. ¡Es lo que tiene ser un profesional!
Ni cortos ni perezosos, decidimos recorrer todo el municipio sobre la Vespa, buscando un bar abierto donde den cualquier cosa de comer, como si fuésemos caballeros andantes en busca de afrentas que resolver. El paseo no resultaba tan desagradable a pesar del fuerte vendaval que se había levantado y que arrastraba polvo y arena en sus remolinos aunque ni una sola gota de agua. Pero al fin y al cabo, también los caballeros andantes tienen que recorrer las llanuras de cereal reseco y los polvorientos caminos de los campos de Castilla para encontrarse con su amada ¿no habríamos de hacerlo nosotros por una porción de pizza?
Y digo porción de pizza por ser lo que finalmente encontramos. El caso es que, pasando por un centro comercial, vimos que refulgían algunos luminosos. Pensamos que se trataba de vayas publicitarias pero, al fijarnos bien, comprobamos que se escondía una pequeña pizzería. Ante la duda, esta vez no atamos los cascos, ni los guardamos, sino que dejamos la moto tal cual (quitando el contacto y la llave, por su puesto) y nos acercamos a la pizzería esperando escuchar un "como no venía nadie, acabamos de cerrar la cocina" (frase de moda esa noche).
Cuál no sería nuestra sorpresa cuando descubrimos un bar de aficionados (muy aficionados) a las motos, a juzgar por la gran cantidad (y calidad) de pósters y componentes remozados de vehículos caducos. Más sorpresa cuando probamos las deliciosas pizzas elaboradas al momento pero más sorpresa aún cuando aparece por la puerta un viejo amigo al que hacía siglos que no veiamos. Este sólo venía a por tabaco y a pagarnos un par de cervezas. Después quedamos completamente solos en el bar por lo que nos atendieron con dedicación y sin estar mirando el reloj cada cinco minutos o pasando la escoba para barrer el local.
Nos pareció increíble pero cenamos y bien. Después vuelta a casa. El viento se había agudizado y habíamos llenado "el depósito" con "alguna" cerveza por lo que había que realizar más esfuerzo para mantenerse en pie que un sedado para levantar los párpados. Aún así, llegamos a casa, sanos, enteros, y cenados.
Bajamos de Mi Vespa, nos quitamos los cascos, guardé el suyo bajo el asiento, volví a colocar el mío sobre la cabeza y aceleré en vacío el motor.
Ya me iba cuando, entre las explosiones del motor escuché su voz:
¿Quieres subir a casa y nos tomamos algo?
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