lunes, enero 23, 2006

Vespa Davidson

Acabo de tunear Mi Vespa sin pretenderlo.
No la he llenado de espejitos ni pintado de tablero de ajedrez a lo Quadrophenia; tampoco la he decorado con pegatinas de Bad Boy ni añadido gadgets estrambóticos. Me gustaría que algún artista interesante plasmase su creación en la carrocería gris aunque tampoco es esa la personalización con que he distinguido a Mi Vespa. En realidad, lo que la distingue estos días de las demás Vespas no se ve, se oye a kilómetros de distancia: Mi Vespa suena como una auténtica Harley Davidson. O como una Triumph, porque resulta que la otra mañana, mientras esperábamos que se abriese un semáforo, escucho como un eco, como si alguien estuviese remedadando el ruido del motor de mi moto. Vuelvo la cabeza y allí, a mi izquierda, se encontraba una genuina Bonneville cantando exactamente la misma canción que Mi Vespa.
Quizá alguno piense que me he vuelto loco: un macarra más que disfruta atronando a los ya sufridos madrileños. Nada de eso, la realidad es que se me ha roto el escape y no encuentro en toda la ciudad uno nuevo.
No sucedió de repente sino progresivo, por eso no me percaté del problema hasta que se agravó. Es cierto que había notado algo raro en el sonido pero embutido en el casco y en el atronador ruido del tráfico madrileño, me pasaba inadvertido. Además, faltaban unos pocos kilómetros para la revisión de los treinta y seis mil (¡treinta y seis mil kilómetros!) y pensé que si tenía algo ya me lo dirían en el taller.
Lo siento, reconozco mi pereza pero no pienso desmontar ni un tornillo de la moto. Tampoco soy torpe, sé que si lo intentara sería capaz de solucionar con mis propias manos la mayor parte de los percances pero utilizo la moto como medio de transporte (y compañía), no como entretenimiento ni afición a la mecánica, por eso la llevo a mi mecánico de cabecera cada vez que tiene un problema.
A todo esto, me pillaron por medio las temidas fiestas navideñas con su correspondiente acumulación de tareas y cenas de hermandad, las habituales listas de espera en los talleres y la inesperada y traumática muerte repentina de mi vehículo de cuatro ruedas (RIP). Total, que me vi obligado a retrasar varias semanas la visita al taller aturdiendo entre tanto a todo el que tuviera la mala fortuna de cruzarse en mi camino pero, especialmente, a mis sufridos vecinos y compañeros de trabajo que me oyen llegar casi desde que salgo del punto de origen.
Muchas veces, circulando por algún barrio tranquilo reduzco la velocidad a paso de bicicleta de la vergüenza que me da el estruendo del motor. Incluso yo me asusto cuando paso por un túnel y los truenos rebotan en las paredes atravesando de vuelta el acolchado del casco integral.
Casi sin poder aguantar más, llegó el día en que llamé para pedir cita al médico de Mi Vespa pero, por mucho que diga La Espe de que se han suprimido las listas de espera, a mi moto no la citaron hasta una semana después. Intenté aparcarla hasta ese día para ahorrar el insomnio de mis paisanos pero como no puedo vivir sin ella opté por evitar los acelerones.
Cuando por fin llega el día previsto, me dicen en el taller que llevan diez días pidiendo a fábrica el tubo y que no hay ni uno. En ese momento decide buscar por todos los concesionarios de Madrid sin éxito. En ese momento decido mover mis contactos en el mundo de la moto (que, pequeñitos, pero alguno tengo) y consigo algunos teléfonos, algunos nombres pero con idéntico resultado: ni originales ni compatibles: no hay escapes para Mi Vespa en todo Madrid.
Aún así, dejo la moto en el taller para que me la revisen (¡treinta y seis mil kilómetros!) con la esperanza de que, entre tanto, llegue el repuesto. Me acerco al mostrador de recepción y me dice el encargado: "Ah, hola, tú eres el de la GT ¿Verdad? Lo sé porque te he oído venir (¡Cómo no!). Todavía no ha llegado el escape"
Con mi coche en el tanatorio y la moto en el hospital, sufro un terrible fin de semana sin motor moviendome en una bicicleta (mi salud lo agradecera... digo yo) a la que tampoco le vendría nada mal una pequeña puesta a punto.
Por fin, esta mañana llega el ansiado momento de recogerla del taller y sentirla de nuevo entre mis piernas. Me acerco ilusionado al taller y, cuando me acerco otra vez al mostrador, me dice el encargado: "Toma, las llaves de tu Vespa Davidson".
Ahora sólo me falta esperar que algún escape llegue a la ciudad para poder montarlo. Entre tanto podréis reconocerme cuando sintáis temblar los cristales de vuestros edificios a mi paso. Al menos no penséis que se trata de un macarra incívico, sino de un pobre usuario sin repuesto. Aunque, lo cierto es que, después de tanto tiempo empiezo a acostumbrarme al ruido. Total, algunos pagan más por escuchar esa melodía en las máquinas de Milwakee.

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