Mi Vespa ha vuelto a darme otra alegría. En un momento en que mi ánimo se encontraba tan roto como el escape de la moto y encontraba tantos problemas y tan pocas salidas como repuesto para evitar el ruido del motor, me llamó mi mecánico de cabecera para avisarme que por fin podía cambiarme el tubo. Salí corriendo hacia el taller en un momento en que el sol brillaba con fuerza después de varios días escondido. Apenas una hora después recogí Mi Vespa, la puse en marcha y... ¡el ruido había desaparecido por completo! Creo que nunca antes había sonado tan bien y, si alguna vez lo hizo mi memoria auditiva lo había borrado. La buena temperatura influyó y la carrera hasta la tienda pero sentir bajo mis piernas el latido recuperado de Mi Vespa me devolvió la dosis de alegría que necesitaba precisamente ese día en que veía todo gris.
Para terminar de alegrarlo, me fui a buscar a mi amiga vespera favorita (y no vespera) y nos marchamos a dar vueltas sin destino entre los socavones de Madrid. A pesar de las obras, la conversación en marcha recuperada, ya sin ruido, y el aire en nuestros rostros, nos inyectó entusiasmo para afrontar las horas siguientes.
Como premio, hoy he dedicado casi una hora a lavarla a conciencia para que luzca toda su belleza y pueda presumir. La moto, no la chica.
1 comentario:
¿Sabes?, me has contagiado esa alegría, como el diseño de tu blog, tan colorido, con tanta vida.
Me marcho antes de sentirme tentada de invocar de nuevo al fantasmita.
Abrazo desnudo.
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