Aunque yo no soy elegante y robusto como mi GT 200, ella parecía coqueta y menuda como su LX50. Nos conocimos en un atasco, creo que el mayor atasco que he conocido desde que tengo moto. Recuerdo a los foráneos que esto es Madrid, la ciudad de las obras y los embotellamientos. Hacía al menos quince minutos que permanecíamos guardando la espalda a un autobús buscando escapatoria como leones enjaulados, mirando constantemente a derecha e izquierda tratando de encontrar una grieta que nos permitiese salir de allí.
Ella había llegado más tarde al punto en que nos encontrábamos un Agente de Movilidad Urbana con su X8 y yo. Antes que sus ojos camuflados tras unas modernas gafas de sol, reconozco que me había llamado la atención el precioso esmeralda de su LX. Después fui subiendo la mirada hasta encontrarme con sus labios, visibles gracias al casco abatible de diseño que lucía.
Enseguida sentí deseos de hablarle pero a mi habitual indecisión, se sumaba la presencia del señor Agente que, como nosotros, no lograba moverse del punto en que nos encontrábamos atrapados.
Os juro que no exagero si digo que avanzábamos medio metro cada dos minutos y que ni siquiera por la acera resultaba posible escapar. Me preguntaba cómo podrían aguantar los conductores de vehículos de cuatro ruedas o si, acaso, una unidad e la Cruz Roja proveía de algún tipo de estupefaciente para sobrellevarlo. Cinco metros más adelante, o sea veinte minutos después, Su Vespa y ella lograron colarse por una pequeña rendija que dejó abierta el bus y yo la seguí con Mi Vespa. El agente quedó atrás.
En ese momento tuvimos tanta suerte con el tráfico que avanzamos unos cien metros sin parar. Ya creí que la perdía cuando la detuvo una luz roja. Entonces me decidí: ni en moto nos libramos, le dije. Así es, me respondió con una bella sonrisa. Comenzamos a hablar durante el tiempo que permanecimos callados. No sé cuánto sería pero a mí me pareció una eternidad.
Con la luz verde aceleró Su Vespa y se perdió entre el humo. En vano traté de seguirla, su menudez favorecía la agilidad y podía culebrear por resquicios que yo ni podía imaginar.
Cuando llegué al destino, con más de media hora de retraso por culpa del atasco imposible, busqué entre las muchas aparcadas aquel modelo esmeralda mas sólo encontré un catálogo más variado que el del propio fabricante, así que me metí en el cine tratando de olvidar el asunto.
Dos horas más tarde habían desaparecido del mapa todos los coches que ocultaban el asfalto y me encaminé a casa. No volví a verla nunca más pero todos los semáforos con que me topé en el camino, desde la Plaza de España hasta la de Conde de Casal, se abrieron a mi paso coloreándose como Su Vespa para celebrar el encuentro.
3 comentarios:
Ah! Fernando, eres muy enamoradizo... Ya te pasó casi lo mismo con la chica del mini amarillo.
Aunque en el fondo a todos nos gustan los pequeños azares de la vida...
Un saludo desde la costa de Huelva.
Alberto
me llama mucho la atencion la foto de tu perfil, quizas porque seas una de las pocas personas que se atreve a dar la cara detras de sus palabras en este mundo digital..
Cascabel no se me ocurre ni un solo motivo para ocultar mi rostro y sí muchos para mostrarlo.
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