martes, agosto 29, 2006

El diablo sobre ruedas

Debe existir una ley. Estoy seguro que, con tantas leyes como hay para regular el tráfico y el transporte por carretera debe existir una ley que prohiba a los camiones que transportan escombros ir lanzando granadas contra los que circulan tras ellos. Y, si existe, ¿por qué no se vigila para que se cumpla? Se habla mucho del exceso de velocidad, de la utilización del teléfono móvil y... ¿Qué pasa con los transportes que no cubren su carga? ¿Acaso no suponen un peligro real y diario?
Que nos lo pregunten a todos los que a diario tenemos que usar la A-3 para salir de Madrid. Se podría realizar un estudio estadístico serio pero así, a ojo, podría asegurar que la mitad de los usuarios habituales de esta carretera tienen o han tenido la luna delantera picada o rajada a causa de las piedras que sueltan los camiones que se dirigen al vertedero sin cubrir adecuadamente su carga.
Ya peligroso si viajas en coche, cuando circulas en moto el peligro se multiplica porque hay que convertir la conducción normal en una carrera de slalom para esquivar continuamente los objetos que va desparramando El diablo sobre ruedas. Objetos, por cierto, de lo más variopinto porque no os podéis hacer una idea de las cosas que tira la gente...
Lo normal es que estos agresores del asfalto, creyéndose pulgarcitos, vayan dejando un rastro de escombros pero en este cuento no vienen pajaritos a "comerse" las migas y al peligro de impacto se una el de pérdida de adherencia.
Ayer tuve suerte y, en vez de recordar al granizo, la carretera parecía de fiesta pues el camión que llevaba delante lanzaba restos de papel como si fuese confeti. Claro que, no se trataba de pequeños pedacitos de papel sino de sábanas enteras y yo sobre Mi Vespa, mientras trataba de adivinar el recorrido del periódico errante para poder esquivarlo, me imaginaba con un pliego de noticias caducas cubriéndome la cara igual que en las mejores escenas de dibujos animados.
Cuando logré adelantar al lanzador de papel comencé a tocar el claxon y agitar las manos en señal de protesta pero me temo que, en vez de darse por aludido, debió pensar que celebraba la fiesta que él se encargaba de adornar.
Por todas partes busqué un guardia civil para avisarle del peligro pero no encontré ninguno. Imagino que estaría muy ocupado escondido tras el pilar del puente de una autopista de tres carriles para pillar in fraganti a un "temerario" y desprevenido conductor que circulase a ciento veintidós kilómetros a la hora.

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