Mis ocho lectores fijos estarán pensando que me ha sucedido algo o que me he vuelto a marchar de viaje o que me he cansado de escribir en este blog. Ni una cosa ni otra. Estoy sano y salvo y con ganas de escribir pero la vuelta de las vacaciones me ha sentado francamente mal. También Mi Vespa se encuentra bien y regalándome satisfacciones aunque tenga el bauleto en cuarentena.
Claro que me han sucedido cosas. Muchas en esta semana que llevo sobre dos ruedas. A ver si soy capaz de contarlas todas o, al menos, unas pocas y así dejar tema para otra nota.
Como ya conté antes del viaje se me rompió el cofre. Pues bien, para que no fuera siempre abierto decidí quitarlo. Lo cierto es que ahora Mi Vespa luce mucho más bella pero también menos práctica. Si ya antes el espacio era uno de mis problemas, ahora tengo que apañármelas para llevar sólo lo imprescindible y repartirlo en los pocos huecos que tiene.
Primer inconveniente: el casco. Cuando la aparco tengo que ir a todas partes con el casco de la mano. Y ¿qué pasa? pues que me lo olvido la mitad de las veces. Ayer, sin ir más lejos, quedo con unos amigos para tomar unas cañitas, meto los guantes y la llave de Mi Vespa dentro del casco y este dentro de su funda. Me lo cuelgo del hombro como si fuera una mochila y voy a todas partes de esa guisa. Llegamos al bar, lo deposito en el único hueco libre que encuentro y pasamos un buen rato charlando, bebiendo y comiendo. Salimos. Paseamos y, cuando llego a la mitad del camino me doy cuenta que el casco, los guantes y las llaves de la moto ya no están en mi hombro. Vuelvo al bar pensando preguntar a la camarera pero cuando llego encuentro todo exactamente en el mismo lugar en que lo había dejado. Nadié se enteró de mi olvido como nadie se enteró que entré hasta el fondo para recogerlo y marchar de nuevo.
Esta vez tuve suerte. También se echa de menos el baúl en estos días que en Madrid comienza a refrescar. Por ejemplo, muy típico. Sales una tarde, cuando aún luce el sol, a hacer un recado. Va a ser un momento y no tengo cofre ¿para qué voy a cargar con un jersey? Bueno, sí, me pongo una camiseta de manga larga aunque me tueste cuando pare. Hago lo que tenía previsto pero... me encuentro a una amiga.
- Hombre, ¿cómo tú por aquí? ¿qué tal esas vacaciones?
- Si te parece nos tomamos una cañita y te lo cuento...
Claro, una cañita, y otra y unas tapas que se está haciendo tarde y que te acompaño a casa y que por qué no nos tomamos la penúltima y que... el sol se marchó hace rato, la luna calienta poco y el viento de otoño tiene prisa por desnudar los árboles.
Ella se queda en su casa y yo he de volver a la mía. Sólo son cuatro kilómetros de separación, sí, pero de campo pelado, viento de cuchillo y una leve gamuza de algodón cubriendo mi piel. Algodón que, no engaña, deja pasar todo el aire. Acelero para llegar antes y el frío se hace más agudo. Freno para suavizarlo y el frío se vuelve más duradero. ¿qué hacer? Mucho frío poco tiempo o menos frío prolongado. ¿Qué harías tú? No, no contestes a la ligera. Parece una decisión sencilla pero cuando pruebas las dos opciones te das cuenta que ninguna convence.
Finalmente opté por girar el puño a todo gas para que el suplicio terminase pronto. Pero de noche y con la cabeza escondida entre los hombros te das cuenta de todas las imperfecciones del terreno. Me comí, no sólo todos los badenes artificiales que pone el ayuntamiento para evitar los excesos de velocidad, sino las arrugas de la carretera que, creo son más que los badenes y encima no están señalizadas.
Cuando, por fin, estaba aparcando Mi Vespa frente a la puerta de casa, se me iluminó el alma de la alegría que me dio. Vamos como si te dan un pastel de frambuesa a la hora del recreo. Me metí en la cama con la camiseta puesta y todo.
Hoy he vuelto a salir a media tarde ha "hacer un recado" y casi me derrito dentro del centro comercial porque hoy sí que me he llevado la cazadora gorda. Eso sí, a la una de la noche, subía de "hacer el recado" de un calentito...
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