martes, julio 05, 2005

Cumpleaño feliz

El caso es que no apunté la fecha en que compré Mi Vespa. No sé si eso es un error imperdonable o algo intrascendente. Supongo que en algún lugar debo guardar una factura o algún papel que lo acredite pero no me apetece buscarlo porque tampoco me importa demasiado. Lo que sí sé es que uno de estos días Mi Vespa cumple un año y este blog lo festeja mañana, seis de julio.
Un año de aventuras sobre dos ruedas durante el que ha pasado de todo: viajes, traslados, nuevas compañías, infortunios, sustos, incluso alguna pequeña avería pero sobre todo muchas alegrías. Aventuras que durante doce meses he relatado en esta página con todo detalle, incluso alguna que mejor hubiera sido callar pero que volvería a contar llegado el caso.
Historietas que han sido kilómetros, veintiocho mil ya y, claro, Mi Vespa, aunque goza de una excelente salud, necesita ser revisada para poder mantenerse tan lozana como hasta ahora. Por eso he decidido aprovechar esta fecha tan significativa para llevarla al taller y, mientras se repone, me han prestado otra.
Las personas somos de tal manera que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que nos falta; o tal vez sí, pero en la ausencia es cuando más valoramos lo que gozábamos. ¿Podría otra moto ocupar el hueco de Mi Vespa? Hay muchos modelos en el mercado, raro habría de ser que alguno no satisficiera mis necesidades pero no será la elegida la que, amablemente (mil gracias, J.) me dejaron.
Como no va a salir muy bien parada, prefiero no citar el modelo. Sí diré que se trata de un scooter con aspecto retro que al pasar cautiva miradas. Practicamente la estrenaba yo pues el cuentakilómetros sólo indicaba noventa recorridos pero el encuentro ya comenzó mal. Nada más subirme a ella me arañé con una arista metálica del reposapiés del acompañante y me hice una herida en la pierna izquierda.
J. me había advertido: "es un 125 cc refrigerado por aire que tiene la rueda pequeña, piensa en ir a noventa y ten cuidado al arrancar pues produce sensación de inestabilidad". Vale, ya sabía que corría poco, que era inestable y que hería las pantorrillas pero me llevaría a casa sin tener que tomar el tedioso autobús. Busqué un hueco donde dejar la bandolera que llevaba pero bajo el asiento sólo encontré un agujero en el que apenas cabía un casco quitamultas, ningún otro espacio para una simple bolsa que, no me quedó más remedio que colgar del hombro. Ya arriba, herido y con la bolsa al hombro accioné el contacto pero se resistió al primer intento. Y al segundo. Y al tercero. Sí, estaba fría, claro, me tiene muy mal acostumbrado Mi Vespa arrancando en cualquier circunstancia. Cuando por fin el motor me devolvió el sonido del giro bajé la moto del caballete y comencé a circular pero, al primer giro de puño, el manillar cromado quiso, por su cuenta, inspeccionar a ambos lados de la calle. Supongo que esa sería la sensación de inestabilidad a que se refería J. También me dijo que esa sensación desaparecía en cuanto "se le cogía el tranquillo" así que marché para casa. Sin embargo, al colocar los pies en la plataforma, me pareció que se encontraba altísima pues tenía que levantar las piernas más de lo habitual. También a eso habrá que acostumbrarse. Como a las miradas, pues ya en los primeros cien metros la gente la miraba y comentaba y no precisamente por mi torpeza en la conducción de semejante vehículo. El caso es que, ya en línea recta y por ciudad, traté de encontrarle el lado bueno y disfruté de la visión que me ofrecía mi propio reflejo en el faro también cromado. Vamos, que me veía yo como Peter Fonda en Easy Rider pero en scutre y por las bacheadas calles de Madrid. Sí, bacheadas calles de Madrid, porque si normalmente en scooter se sienten más que en ningún otro vehículo los accidentes del asfalto madrileño, cada vez que pasaba un bache con esta moto, todo el manillar temblaba como si fuera a caerme allí mismo. Eso que aún no había salido a carretera. Una vez en asfalto libre, lo peor no es que no pasase de noventa sino que había que ser un valiente para superar esa velocidad pues en cuanto la aguja del optimista reloj (¡¡indica hasta ciento cuarenta!!) pasaba esa cifra, todo empezaba a temblar como si los hierros cromados que la componían fueran a esparcirse por toda la autopista. Y eso que aún no había llegado a la zona en que el viento castiga todos los días a los motoristas por esa carretera. Ahí fue donde creí que tatuaría la preciosa pintura bicolor con las marcas de la carretera y casi que contaba los metros calculando donde sería la caída. Aferrado al manillar sentía como me adelantaban hasta los camiones aumentando con ello el temblor del scutre.
Me faltó besar el suelo cuando llegué a casa. Mientras lo aparcaba con la intención de no volverlo a usar hasta el día siguiente, un vecino se acercó para interesarse por el modelo. "Es muy bonito", me dijo. Como no quería ponerme a exclamar exabrubtos en ese momento, me limité a asentir (aunque ni eso lo tengo claro). Unas horas después otro vecino volvió a preguntar si había cambiado de moto, que le gustaba mucho a lo que respondí con un sincero "pues a mí no". Y no fue el último en hablarme de las maravillas estéticas de semejante modelo y a todos contestaba yo de forma parecida.
Es cierto que esta mañana, cuando la he vuelto a conducir para venir al trabajo no me ha resultado "tan" desagradable, no sé si porque me estaba acostumbrando a ella o porque me pasé en las apreciaciones negativas del día anterior. Sin embargo volví a respirar aliviado al dejarla aparcada sin haber sufrido el menor percance a pesar de los muchos sustos.
Más o menos por estos días hace un año que conduzco Mi Vespa y ya se ha hecho imprescindible en mi vida. Si me quedaba alguna duda acaba de disiparse después de un día conduciendo a otra así que ahora mismo voy a llamar al taller a ver si han terminado de revisarla.

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