viernes, junio 09, 2006

Atascada, cornuda y cuarentona

40.115 km
Hace tiempo que debería haber escrito esta crónica. Hace, al menos mil kilómetros que debería haber escrito esta crónica. Tanta distancia hemos recorrido desde aquel histórico atasco que hoy se me acumulan las anécdotas y me traiciona la memoria hasta tal punto que me veo en la obligación de fundirlas bajo este título que, aunque nada tiene que ver me recuerda a aquel de sexo, mentiras y cintas de vídeo. (porque, a pesar de la infidelidad no hubo sexo, mentiras hace tiempo que no cuento y en vez de cintas de vídeo guardo copia escrita en esta misma página de todo lo sucedido).
Todo empezó un lunes en el que viví el mayor atasco de la historia. Al menos de mi historia motociclista. Incluso a bordo de MiVespa el tiempo empleado en el recorrido que me lleva al trabajo se multiplicó por cuatro. Es decir, que si habitualmente tardo unos quince o veinte minutos en llegar, ese lunes maldito tardé más de una hora. Y aún así me sentí afortunado porque los enlatados más atrevidos (los que no se volvieron a su casa tras la primera hora de permanecer parados) llegaron a emplear cuatro horas en alcanzar su destino. De esta anécdota hubiera obtenido mucho jugo si la hubiese contado nada más llegar pero no podía perder más tiempo y olvidé la escritura por lo que ahora se ve relegada a ser un párrafo más dentro de una historia compartida.
Esa misma semana parecía que los astros se habían conjurado contra la capital porque cada día de la semana se produjo un accidente en alguna de las arterias principales de la ciudad y todas las mañanas se repitieron los atascos aunque, es verdad, nunca como el del lunes.
Mi amiga no los sufre porque vive en pleno centro y acude a todos los lugares andando o en metro (o en el asiento trasero de MiVespa) sin embargo, no sé si desde que ha probado mi moto o el deseo subyacía antes, se ha dado cuenta de todo el tiempo que se ahorra recorriendo la ciudad en un scooter y lleva varios meses dando vueltas a la idea de comprarse el suyo propio (por mucho que le guste compartir Vespa) y le había echado el ojo a un modelo precioso. Las cosas como son, se me presentó la oportunidad de conseguir una unidad similar a la que ella deseaba comprarse por lo que aparqué MiVespa y me cogí a su prima (para los del otro lado del océano, vale el doble sentido de la palabra, así tiene más gracia). No diré su nombre para no herir sensibilidades pero ya desde el primer momento notaba yo que no me veía a gusto. Que aquella no era mi compañera habitual y que no se comportaba tan bien como yo estaba acostumbrado. En realidad yo no deseaba serle infiel sino que lo hacía porque mi amiga la conociera pero me pasé toda la tarde montándola y no me gustó. Respiré aliviado cuando la aparqué donde la había tomado y volví a subirme a Mi Vespa. Mi amiga estuvo de acuerdo conmigo y dijo que como en el asiento trasero de MiVespa no se va en ningún otro lugar por lo que aplazó la fecha de su compra hasta mejor momento.
Sin embargo, yo parecía no escarmentar y me marché de vacaciones a una isla. El primer deseo nada más aterrizar fue alquilar una moto pero no había vespas y tuve que conformarme con lo que me ofrecieron. ¿No quieres un coche? me insistían y yo, terco como una mula: no, no; quiero una moto; todos los días me muevo en moto y creo que en la isla es la mejor opción. Al día siguiente estaba pidiendo que me la cambiaran por un coche. Sin duda, aquel cientoveinticinco con marchas que me vendían como una moto resistente y capaz no le llegaba a MiVespa ni a la altura de las llantas; me arrepentí de haberle sido infiel (dos veces en quince días) y eché mucho de menos a mi máquina querida.
De regreso a la península la encontré cubierta de polvo, incluso algo triste. No la oculté mis deslices pero arrancó a la primera. Entonces me di cuenta de un detalle que delataba su contador: estaba a punto de cumplir los cuarenta.
Me emocioné y pensé celebrar alguna fiesta pero el día a día me engulló y llegado el momento, ni siquiera pude fotografiar el cuenta kilómetros. Ahora MiVespa pasa de los cuarenta mil kilómetros. Me dicen que pocos escúteres alcanzan semejante kilometraje pero MiVespa está como el primer día, por no decir mucho mejor. Aunque padece algún achaque típico de la edad, derrocha salud y alegría y la reparte entre los que estamos cerca. Algunos me dicen que si pensara venderla lo tendría difícil con semejante experiencia. Sin embargo yo creo que está en su mejor momento y que va a seguir dando que hablar, al menos, durante otros cuarenta mil.
Muchas felicidades, MiVespa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena! la verdad es que son fabulosas, el mecánico siempre me dice "gasolina, chispa y carretera; la vespa no necesita más"

La mía aún está por los 23.000 (una T5 del '87)

Salú!