jueves, octubre 21, 2004

El Paquete. 3ª

Lamento más que vosotros lo poco alimentada está página. Con lo que a mí me gusta contar las aventuras que me suceden sobre Mi Vespa. No penséis que con el invierno me he arrepentido de montar en moto ni que me he aburrido de escribir. Ni mucho menos. Las historias me surgen cada día. De hecho, hay veces que tengo en mente escribir una e inmediatamente pierde actualidad porque ya me ha surgido otra. Lo que sucede es que si no estoy montando en moto, estoy en el trabajo o tocando la batería, total, que ratitos para sentarme a escribir historietas me quedan pocos.
De todas las historias, ha quedado demostrado que las más divertidas son las de paquetes en todas las extensiones del término. Precisamente, una de estas acaba de sucederme y no podía irme a dormir sin publicarla, aunque me quite horas de sueño.
Doce de la noche. Finales de octubre. Noche lluviosa y fresca en Madrid. Termina un ensayo y al salir del local nos reunimos a charlar un rato.
El grupo se componía de un guitarrista con su novia cantante, un pianista que viajaba en bicicleta y una cantante que, por complexión física, podría ser soprano; ésta vestia un abrigo de invierno, tipo montaña, que aumentaba su volumen en algo más de dos tercios y de su hombro colgaba una gran bolsa de tela en la que cabían, no sólo el Real Book, sino un juego completo de micrófonos con sus correspondientes cables y hasta un atril llegado el caso. Este día yo me había llevado la guitarra para tocar un par de temas y la transportaba en una funda ligera colgada a la espalda como una mochila.
Nos estábamos despidiendo. La pareja con la cantante marcharían andando, el pianista en su bicicleta y yo en Mi Vespa. En estas estábamos cuando surge la conversación:


- Ah, esta es tu moto
- Sí, ¿no la habías visto aún?
- Pues no. Muy bonita.
- Sí
- Jo... pues... hace un montón de tiempo que no monto en moto, con lo
que a mí me gustaba.

- bueno...
- ¿Aquí puedes llevar a gente?
- esto... sí
- ¿Y tienes cascos y eso?
- Sí, claro, aquí, en la maleta... ¿Qué quieres que te
lleve?

- ¡Ay! sí. Me haría muchísima ilusión. ¿No te importa?
- Bueno, no, claro ¿Cómo va a importarme?

A todo esto, se aproxima otro amigo que terminaba su ensayo en ese instante y me pregunta que si tengo hueco para subirle a casa...


- Mira, lo siento. Cinco minutos antes que me lo hubieses
dicho...


Como véis, el asiento trasero de Mi Vespa está más solicitado que un palco en El Real. El caso es que, yo soy muy formal para estas cosas y ya me había comprometido con la gran cantante y no podía echarme atrás (esto tiene doble sentido que se entenderá más tarde).
Ahora retrataré la escena para que os hagáis una composición más gráfica de la situación. Yo, que soy menudo pero con la chaqueta de montar en moto, que lleva protecciones hasta en los sobacos, y que con ella puesta, parezco Mazinger Z y una guitarra acústica colgada a la espalda. La cantante, con su talla, su abrigo y su bolso descritos unos párrafos más arriba. Los otros tres, nos rodean y nos observan sin apenas abrir el pico.
Empieza la acción.

Ella: y ahora... ¿qué hacemos con la guitarra?
Yo: pues te la cuelgas tú, es lo más sencillo
Ella: No, mira, casi que lo dejamos, me voy andando.
Yo: Qué no, mujer, ahora ya no
Otro: llévala delante, entre las piernas
Otra: no, ahí no va a caber
El quinto: ¿Y detrás, colgada del cofre?


A cada propuesta, montábamos un simulacro de transporte y colocación con el esquema ideado pero, vista la imposibidad de materializarlo, volvíamos a pensar. Veía yo que la noche avanzaba y no llegábamos a ninguna solución, así que me impuse e insistí: mira, la única manera es, sencillamente, que te cuelgues tú la guitarra a un lado. Total, apenas son dos kilómetros.
Así lo hicimos. Si de su hombro izquierdo colgaba el gran bolsón, al derecho se cargó la guitarra. Parecía el Bibendum con dos neumáticos colgados.
¡Ah! y se me olvidaba el casco... bueno, digamos sólo que no fue sencillo abrocharlo y sigamos con el resto de la historia.
Cuando ya estaba pertrechada para el viaje dice: yo me tengo que subir primero, que si no luego no puedo. Afirmación bastante razonable vista su agilidad y la carga que llevaba encima, así que, mientras Mi Vespa permanece en el caballete, ella se sube y se acomoda en el asiento. Mira el hueco que ha dejado y me pregunta ¿Tú cabes ahí? Sin duda cabía y no tardé en demostrarlo.
Pero no habíamos emprendido aún el viaje. Ahora había que bajar la moto del caballete. Ejem. Me dispongo a realizar el movimiento al que estoy acostumbrado para tal fin consistente en desplazar levemente mi cuerpo hacia atrás para tomar impulso y empujar hacia adelante al tiempo que hago fuerza con pies y manos. Pero... cuando voy a echarme hacia atrás, me topo con La Gran Muralla China y me da la risa. Claro, pierdo fuerzas. Los tres apeados no hacían sino mirar y poner caras de entre risa y asombro, pero no ayudaban. Segundo intento. Nada. La moto se balancea sobre el caballete pero no baja. Todos mirando. Yo riéndome. El paquete riéndose más y la moto que no se mueve. Así, varias veces hasta que decido bajarme. En este momento, uno de los mirones se ofrece a ayudar. Menos mal, porque mi pasajera seguía a bordo sin intención de apearse. Entre los dos bajamos conseguimos quitar el caballete y, gracias a su ayuda, la moto no cayó al suelo. Seguíamos sosteniendo los dos y me subí.
Arranqué Mi Vespa y comenzamos el regreso a casa. Apenas habíamos rodado diez metros cuando exclama:
- ¡wow, esto de la moto es una gozada.!

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