Hoy, por haber venido en Mi Vespa, he llegado diez minutos tarde al trabajo. Si hubiese venido en coche hubiese tardado, por lo menos, una hora más. Sí, el tráfico en Madrid es imposible. Eso no es ninguna novedad. La novedad es que se me había olvidado. En julio empiezan a despejarse las calles. En agosto quedan casi desiertas. En septiembre empieza a llegar casi todo el mundo pero aún no han comenzado las clases en la facultad y queda gente con jornada intensiva por lo que todavía se puede circular por las calles madrileñas.
Pero llega octubre. Ya sí que no hay excusa. Todos hemos cobrado y se pueden llenar los depósitos de combustible, comienzan los cursos de las facultades y los de macramé, hay que llevar a los niños a la guardería y el microondas a reparar para calentar el café mañanero. Total, que todo el mundo saca el coche y cuanto más grande, mejor.
En Madrid sólo unos pocos locos usamos la moto por lo que la ocupación de la calle es total y los conductores de cuatro ruedas no tienen costumbre de encontrarse con motoristas en cada cruce. Además, están nerviosos, muy nerviosos. Normal. Ver como corren los minutos mientras la lata en la que estás encerrado escuchando Kiss FM permanece inmóvil debe acabar con los nervios más templados. Creo que yo también perdería la paciencia. Pero eso no significa que tengas que fastidiar a los que te adelantan en moto. Pues resulta que es lo que hacen muchos de los encerrados. Les molesta que tú sí te muevas y te cierran el paso cuando avanzas por el pasillo de coches. Como si no fuera ya suficientemente difícil avanzar por ese desfiladero.
Recuerdo que, ya de pequeñito, cuando los fines de semana volvía del pueblo en el coche con mis padres, me moría de envidia al ver como las avanzaban sin parar mientras nosotros malgastábamos la tarde del domingo encerrados en el coche escuchando Carrusel Deportivo. Y no es que yo tuviese afición motociclista. No. Lo que me atraía era el movimiento y mis pensamientos viajaban a través de la ventanilla del coche siguiendo la estela del escape de aquellos motores de dos tiempos.
A pesar de eso me hice conductor de coche y no de moto pero seguía soñando con esa facilidad para avanzar en los atascos y por eso siempre facilité el paso a los que llevaban dos ruedas y podían colarse por cualquier hueco. De ahí que no entienda a los que te miran mal porque eres más pequeño. Si te da envidia, haberte comprado un coche más pequeño, ¡o una moto! ¡caray!
El caso es que, avanzar entre los coches no es tarea fácil, ni mucho menos.
Primera cualidad necesaria: el equilibrio. Tienes que mantener una perfecta línea recta, sin inclinarte un ápice. Como si anduvieses por la cuerda floja del circo. Ya sabes, si te tuerces, te vas de bruces contra un coche. Para eso, nada mejor que mirar siempre al frente: "Si no miras hacia donde quieres ir, acabarás yendo hacia donde miras" clásica norma del conductor de cualquier vehículo, más a tener en cuenta si sólo te sostienen dos ruedas.
Segunda cualidad necesaria: concepción espacial. O sea, calcular el espacio. O sea ¿Mi Vespa y yo vamos a entrar por ese hueco? Cuestión clave. O, dicho de otra manera ¿por qué la altura de la mayoría de los espejos retrovisores coincide con la altura de la mayoría de los manillares? Resulta que avanzas por tu pasillito, con todos los impedimentos habituales y, por culpa del maldito Murphy, siempre, el espejo del coche que más sale de su carril coincide con el de otro que también se encuentra fuera de su lugar y cuando llegas a ese punto, tienes que hacer pasar tu moto, con su respectivo manillar por un lugar más angosto que el sexo de una virgen. Pero el misterio de esta situación consiste en averiguar desde lejos si cabes o no cabes, o sea, si debes acelerar para mantener el correcto equilibrio o frenar para no comerte el retrovisor.
No es tan fácil. Y la cosa se complica, aunque pudiera parecer lo contrario, cuando delante de ti ha pasado otra moto. Entonces se multiplican las dudas: ¿esa moto es más grande que la mía? ¿si él ha entrado, entraré yo también? ¿cómo narices ha conseguido hacer pasar una BMW con sus correspondientes maletas por ese huequín? ¿Me llamarán todos gallina si me quedo parado esperando que se separen? Si lo hacen no me entero, porque suelo escoger esta opción, aunque he de reconocer que cada vez soy más atrevido.
Y una vez que te vas animando entra en acción la tercera cualidad necesaria para circular en octubre por una ciudad como Madrid: los reflejos. O como ser capaz de anticiparse a los movimientos de los demás conductores. Os recuerdo que pocos saben que existen los intermitentes y que tienen una utilidad. Y si lo saben no lo demuestran. Por eso se hace necesario llevar la vista puesta en cada uno de los cientos de coches que encuentras a ambos lados del desfiladero intentando prever sus movimientos. ¿Decidirá cambiarse de carril justo cuando vaya a pasar yo? ¿Dará marcha atrás el camión que tengo delante? ¿Abrirá la puerta para que salgan los niños aquel Seat Ibiza? En más casos de los que imaginas la respuesta suele ser afirmativa pero no vale como excusa. Hay que saber que todo eso (y mucho más) puede pasar y tú has de estar preparado y reaccionar a tiempo. Sin contar con el motorista más hábil que tú que, cuando intentas buscar un nuevo hueco para avanzar, él lo ha visto antes y se dirige hacia allí como una bala. Que sí, que no me voy a poner corporativista para negar que entre los motoristas los hay cazurros, y muchos. Incluso yo, a veces, también actúo de forma un poco cazurra. Creo que lo da el tráfico. Esta mañana, por ejemplo, a duras penas consigo llegar a la segunda fila de los detenidos frente al semáforo. Podría haberme quedado ahí, pero no, mi cazurrez toma los mandos e intenta llegar a primera fila. Llego a la altura de las puertas traseras de los coches y me pregunto ¿puedo seguir avanzando? Mi cazurrez responde: sí. Y sigo. Ya estoy en paralelo con los conductores. Evidentemente no puedo llegar más adelante pero me doy cuenta que estoy tan cerca de los coches que en cuanto se mueva cualquiera de los dos me va a devorar. Tengo que escapar de ahí pero ¿cómo? ¿marcha atrás? eso nunca. Hacia delante. Me situo en el lugar crítico antes mencionado en que retrovisores y manillar coinciden; me sobra apenas un milímetro a cada lado. Imagino lo que piensan los conductores. Creo que yo pensaría lo mismo en su lugar pero no tengo escapatoria. Giro ligeramente el manillar hacia la izquierda para pasar el lado derecho del manillar; después el giro contrario para el izquierdo, acelero levemente y ¡voilá! ¡prueba superada! segundos antes de que se abriera el semáforo. Acelero a tope y huyo de la escena del crimen.
Decididamente, creo que no me va a gustar el otoño que se avecina. Esperaremos que llegue el verano para disfrutar plenamente de Mi Vespa aunque, no me voy a rajar. De momento pienso seguir sobre ella, incluso en octubre.
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