
No ha pasado ni un año ha pasado desde la última vez que decidí salir con Mi Vespa a la carretera. De viaje, quiero decir, porque, lo que es en la carretera propiamente dicha estoy absolutamente todos los días. Pero no es lo mismo ir a trabajar que cargar equipaje en el baúl y emprender una ruta de más de cien kilómetros con intención de pasar varios días fuera.
No es que llegar hasta Ávila pueda considerarse una aventura muy grande pero es una manera de salir de la rutina del trayecto diario y enfrentarse a otras carreteras diferentes. Eso se nota desde el momento en que hay que colocar los bultos en los huecos de la moto. Por poco que se necesite, una mochila pequeña es imprescindible para tres días y yo nunca viajo sin cámara de fotos, por lo que ya estamos hablando de dos mochilas. Y si, además, como era el caso, tenía que llevar un par de cometas, la cuestión se complica bastante. Como tantas otras veces, distribuir los paquetes a transportar empieza siendo la primera gran aventura de los traslados en vespa pero, aunque me costó, logré distribuir todos los bultos entre los espacios disponibles. Y emprendí la marcha.
Por si no os habéis dado cuenta, estamos en julio y el viaje lo empecé un sábado. O sea, plena "Operación Salida". Si hubiera tenido que llevar el coche habría tenido que planificar la hora de salida y la ruta teniendo en cuenta todos los condicionantes pero con Mi Vespa no hay atasco que valga, así que salí a la hora que me dio la gana y por el camino que más me apetecía.
Si en mi viaje anterior elegí el mítico puerto de La Cruz Verde, en esta ocasión quería subir el Alto del León, desde Guadarrama hasta San Rafael. Una carretera también mítica aunque no tan transitada por motoristas. La subida comenzó de maravilla y Mi Vespa me demostró una vez más que puedo pedirle lo que quiera. Sin embargo, al doblar la revuelta de Tablada, nos llevamos un susto que estuvo a punto de nublar todo el viaje. Mientras me concentraba en la belleza del paisaje y en la gama de olores del pinar, un Megane hacía trombos en medio de la carretera. Pegado a él circulaba otro coche más grande que tuvo los reflejos y la habilidad suficientes para esquivar su vaivén incontrolado adelantándole por el carril de la izquierda y suerte que en ese momento no bajaba ningún otro coche de frente. Siguiéndoles de cerca subía otro escúter que esquivó el baile por la derecha. Yo tuve la perspectiva suficiente como para librarme de maniobras extrañas simplemente reduciendo la velocidad. Podéis imaginaros la cara de susto del conductor del tio vivo con ruedas. Creo que aún le late el corazón como el subwoofer de un after. No sé si fue el propio San Cristóbal quien puso la mano o el vecino San Rafael. El caso es que todo quedó en un magnífico susto y todos pudimos continuar la subida.
Seguro que muchos de los que lean esto conocen ese puerto pero para los que no, diré que la visión desde arrib

Decidí tomarme la bajada con mucha calma, disfrutando de cada revuelta de la carretera, incluso parando en algunos rincones interesantes, como la clásica fuente que queda a la izquierda poco antes de llegar al pueblo de San Rafael y que, tradicionalmente, era parada obligatoria para descansar del duro paso del puerto o antes de afrontarlo. Hoy sólo encontré desperdicios y un tímido chorro de agua fresca.
De allí seguí hasta El Espinar para atravesar después el magnífico paisaje de los Campos de Azálvaro. Por muchas veces que atraviese esta carretera no dejo de sorprenderme. La luz siempre cambiante, el tortuoso asfalto que se pierde en el horizonte, las interminables vallas de alambre que separan las ganaderías del camino y las cada vez más numerosas rapaces que levantan su vuelo al paso de los vehículos. Allí tomé la foto que abre esta nota y alguna otra que no viene a cuento subir, aunque os recomiendo que disfrutéis como yo de la carretera que hablo gracias a esta otra fabulosa foto de Jorge Estévez.
Por desgracia, algún desaprensivo ha decidido que esta maravilla de la naturaleza, antiguo Camino Real, no podía quedar libre de la especulación y ha decidido llenarla de asfalto. A pesar de que ya hay una autopista de peaje y una carretera nacional que llegan

Resulta que esta aventura, sin pretenderlo, se ha convertido en una nota denuncia. Bueno, no importa si la causa es buena.
Llegué a mi destino sin más inconvenientes que los propios de las obras de la carretera pero el viaje no había terminado porque una vez allí me dediqué a realizar pequeñas excursiones a los pueblos y parajes de alrededor.


La tarde del mismo día emprendí el camino de vuelta por una ruta diferente a la elegida para la ida: la comarcal que lleva hasta el Escorial bajando el puerto de La Cruz Verde. Hubiera resultado un viaje muy agradable y bello de no ser por el intenso tráfico (regreso de vacaciones) y por el desagradable viento que empujaba Mi Vespa en cada loma de la carretera, en cada claro del bosque.
