lunes, julio 19, 2004

Viernes

Madrid. Viernes. 16 de julio (felicidades, Carmen). Tres de la tarde. Cuarenta grados. Todos los madrileños han decidido tomar el coche y echarse a la carretera. Y digo yo que vaya aficiones más raras, con lo bien que se está en el trabajo, con tu aire acondicionado, con tu musiquita, bebida fresca, buenas compañías... o en tu piscina, con las chicas en biquini tostándose al sol, con la Encarni chillando a Alexis Jesús que se tome el guyur de frangüesa, con el aroma a hierba que desprenden los pelo pincho tatuados, con los aparatos de radio escupiendo a todo volúmen los cuarenta principales... Pues no, todos a la carretera.
Y yo, que podría haberme quedado en el trabajo o haberme largado a la piscina, resulta que tengo que ir a la otra punta de la ciudad a hacer un mandao. ¡¡¡Horror!!! Suerte que tengo Mi Vespa. este laberinto es Madrid
Me calzo el casco y los guantes, decido olvidar la cazadora en el bauleto y pongo rumbo al norte. Después de la excursión por La Castellana del día anterior; opto por tomar la vía de circunvalación. Los primeros kilómetros discurren sin mayor problema pero a medida que avanzo descubro que el asfalto ha sido tomado por los vehículos de cuatro ruedas y que apenas queda libre una pequeña porción de materia gris. Es el momento de tomar el arcén. Una duda me asalta: ¿Es esto legal? O sea, si me ve un munipa, ¿me va a denunciar? Lo sé, lo sé, se supone que lo estudié cuando me saqué el carnet pero... ¿tú te acuerdas? Con la duda a cuestas sigo adelante y descubro varias cosas: que el arcén de la M-30 está hecho una mierda, que los conductores de coches no utilizan los espejos retrovisores y que casi nadie lleva su vehículo puesto a punto o todos los coches deciden estropearse a la vez, porque, cada dos kilómetros, aproximadamente, me encontré un coche parado en el arcén, con todas las puertas abiertas de par en par, con sus triángulos reglamentarios y homologados colocados a unos dos metros de distancia (que digo yo, que si no ves el coche, como para ver el triángulo) y con su conductor, debidamente ataviado con su chaleco reflectante reglamentario y homologado (aunque luzca un sol de justicia), estudiando minuciosamente lo que hay debajo del capó aunque probablemente no tenga ni idea de lo que hay debajo del capó.
Pues, después de extraer estas conclusiones, cuando conduces una moto, debes extremar las precauciones y multiplicar los ojos: en cualquier momento encuentras un pozo en el asfalto, cualquier conductor puede abrir una puerta justo en el momento que pasas por su lado, cualquiera puede cambiarse de carril sin señalizarlo y, por supuesto, sin mirar, en cualquier curva puede haber arena... ¿sigo? No, porque creo que esto es materia de otro comentario.
El caso, es que, a pesar de todos estos pesares, me alegro enormemente de tener Mi Vespa, porque gracias a ella, avanzo y avanzo dejando atrás, parados a cientos, miles de coches que no tienen nada mejor que hacer un viernes de julio que estar parados en la carretera.
Llego a mi punto de destino, hago el recado y me encamino a casa por otra carretera de circunvalación. El mismo paisaje de coches parados pero ahora se unen camiones. No dejo de pensar lo afortunado que soy por conducir Mi Vespa. Gracias a ella, consigo salir del trabajo, hacer un recado en la otra punta de la ciudad y volver a mi casa, en otro extremo, en un tiempo récord mientras veo como todo Madrid se desespera dentro de su lata con ruedas.
Disfruto del aire cálido en mi piel, del humo de los camiones en mi cara y de la emoción de los baches en el arcén de la autopista cuando, de repente, me doy cuenta que esa misma noche tengo que salir de viaje y no puedo llevarme Mi Vespa. La sonrisa tonta de mi cara desaparece. Dentro de pocas horas, seré uno de esos que un viernes de julio no tienen nada mejor que hacer que estar parado en la carretera.



1 comentario:

Eva Bntz dijo...

vaya, vaya, vaya, veo k sustituiste el diseño predeterminado... wueno, he de reconocer k este mola, te ha quedado muy bonito y veraniego.
Muy bueno el final, estaba a punto de imaginarte como el madrileño q se salvaba de la pesadilla del trafico rodante.