Hace tiempo que descubrí que es una tontería ir a trabajar con prisa. Esto puede parecer una perogrullada pero no hay más que ver cómo se comporta la mayoría de la gente al volante por las mañanas para comprender que no es tan evidente.
Aunque me haya acostado muy tarde (¡y mira que hay veces que me acuesto tarde...!) prefiero adelantar el despertador unos minutos para disfrutar de la calma y la belleza de las mañanas. Más aún en verano. Me recreo en la ducha (a veces más que un recreo es una necesidad para terminar de despertarme). Tardo en elegir la ropa con que vestirme. Desayuno mirando crecer las plantas. Miro el cielo mientras bajo las escaleras y llego hasta Mi Vespa.
Aquí comienza una ceremonia que, como tal, se repite periódicamente con toda su parafernalia. Y mira que odio la rutina... Deposito mi mochila sobre el asiento, busco la llave del candado, lo quito con parsimonia, abro el bauleto, coloco el candado sobre la tapa y saco del hueco el casco, desdoblo con cuidado la cazadora y me la abrocho asegurándome que cada botón está cerrado, ajusto los puños y el cuello, me calzo el casco y los guantes, asegurándome también en este caso que los puños quedan por encima de los de la cazadora, cierro el bauleto y arranco Mi Vespa, la bajo del caballete, me subo y comienzo la marcha.
Hace fresquillo pero se agradece. No hay tráfico en mi barrio y sólo se ven jardineros atareados y paseantes de perros. A pesar del ruido de mi motor puedo escuchar el canto de los pájaros. Al llegar al primer cruce veo el sol como la yema de un huevo, tan horizontal que las sombras se proyectan como si fueran masais tumbados. En el siguiente cruce ya se van incorporando más coches que no entienden que yo circule tan despacio pero no tengo prisa porque huele de maravilla, a hierba húmeda, a pan recién hecho, a amanecer. Además tengo que bajar la velocidad porque los riegos automáticos inundan la avenida y me da miedo acabar por los suelos en una rotonda. También tengo que reducir para poder disfrutar de los arcoiris que se dibujan en estos surtidores, de esa chica que hace footing por el paseo o de esa otra con cara de sueño que espera al autobús. Además ¿para qué voy a correr si en cuanto llegue al siguiente cruce ellos ya están parados y yo paso por delante de todos? Muy despacito, eso sí.
Es curioso el tráfico por las mañanas. Parece como si yo con Mi Vespa fuese un regato de montaña que se va incorporando a ríos cada vez más anchos en los que se juntan otros regatos que bajan de otras cimas, que a su vez nos juntamos con otros ríos a los que han llegado otros regatos y así, por calles con más tráfico cada vez hasta que llegamos todos juntos a la ciudad, que difiere bastante del mar pero que, metafóricamente, podríamos decir que es lo mismo.
El caso es que ya voy yo por uno de los ríos principales, de esos que conducen directamente al mar y aquí me veo en la necesidad de acelerar un poco, más que nada porque si no me comen los lucios, digo, los camiones.
Y así, con esta parsimonia, llego hasta mi trabajo. Aparco Mi Vespa a la puerta, junto a las otras motos (que en mi trabajo somos muchos los que preferimos las dos ruedas) y, con la misma parsimonia y ceremoniosidad del principio, me voy despojando de guantes, casco y chaqueta para colocarlos en el bauleto y empezar a trabajar.
Empieza la rutina.
¿Lo quieres más poético?
2 comentarios:
Me tomo la libertad de ponerte un link.
Es que a mi todo lo que sean motos...
Y describes muy bien la situacion por que me he visto en todos los casos que describes.
Vale, me parece más que bien pero... ¿quién eres? ¿Dónde pones el link?
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