martes, agosto 10, 2004

En el pueblo (Madre sólo hay una)

Los nacidos en España en los últimos treinta años quizá no sepan muy bien de lo que voy a hablar en los primeros párrafos a no ser que hayan viajado a algún país africano (no sé cómo están las cosas al otro lado del océano, perdón por mi ignorancia pero aún no he llegado allí). El caso es que en mi pueblo -y creo que en otros muchos de La Península-, aún en la década de los setenta, cuando llegaba un coche todos los vecinos salían a recibirle con gran alegría. Como explicaba al final de la nota anterior, algo parecido me sucedió al llegar a mi destino. Además, algunos de mis sobrinos o cuñados, no habían visto aún Mi Vespa y se unía la curiosidad por conocer el vehículo con las ganas que tenían de que llegara (quizá porque era la hora de comer y tenían hambre ¿para qué negarlo?).
Sé que a muchos esto les sonará a broma, quizá sus parientes están muy acostumbrados a las dos ruedas pero os aseguro que para los míos es toda una novedad y yo soy un loco por tales atrevimientos.
El caso es que durante la cata del cocido, aparte de otras discusiones habituales en las comidas familiares, fui sometido a un interrogatorio acerca del viaje con las consiguientes reprimendas acerca de lo que había o no debía haber hecho: ¡ay qué ver! ¿Y te has subido el puerto? ¿Y por qué no te has traído el coche? ¡no habrás corrido!
Pasado ese momento y el hambre, mi sobrino de doce años se empeñó en que le diese una vuelta en la moto. Como hacía una tarde que invitaba a montar en moto y me apetecía descubrir otras carreteras, accedí gustoso y me le llevé a dar una vuelta por el monte. No fue más que un breve paseo pero disfrutamos mucho los dos. Yo por recibir el viento fresco con olor a jara y encina de un precioso lugar en el que pasé los mejores veranos de mi infancia, él por descubrir el placer de montar en moto. Tomamos algunas fotografías y volvimos a casa.
Allí esperaban mis padres que salieron de nuevo a ver Mi Vespa y a interesarse por algunos detalles. Mi padre me contó sus experiencias motorísiticas que se reducían a un breve paseo también en Vespa pero hace más de cincuenta años. Se dirigía a Las Ventas desde su casa, cerca de Plaza de Castilla, cuando un vecino se ofreció a llevarle en moto. No había llegado aún a la Glorieta de Cuatro Caminos cuando le tuvo que pedir a su amigo que parase inmediatamente porque se mareaba por circular de esa manera tan alocada entre el tráfico ¡de hace cincuenta años! Sólo volvió a subirse a un ciclomotor cuarenta años después, por una urgencia que no viene al caso y lo pasó tan mal como aquella primera vez por lo que de ninguna manera tenía intención de subirse ahora a Mi Vespa ni para dar un breve paseo.
Mi Vespa, Mi Madre y yo a punto de comenzar la aventura Mi madre jamás en sus sesenta y muchos años se había subido a una moto pero tenía yo ganas de que lo probase y la invité a dar un paseo. Las risas empezaron desde el momento en que tanto ella como mi padre empezaron a probarse los cascos. Claro, esto, sin conocer a mis padres no tiene tanta gracia porque sí, sé que puede haber muchos abuelos de su edad moteros empedernidos pero os aseguro que no es el caso. El caso es que se probaron los cascos y les estuve haciendo fotos junto y sobre la moto, en diferentes posiciones. Después, subí a mi madre al asiento trasero.
Al principio protestaba mucho porque le daba miedo. Todo el rato diciendo que no corriese, que no saliese de la calle de su casa y todas esas cosas. Después le dije que bajaría a echar gasolina y empezó con que a ver si la iba a ver alguien, con esas pintas, con el casco... pero aún así seguí con mi idea y bajé hasta la gasolinera. Despacio, sí, para no asustarla. Allí pasó lo que tenía que pasar, que se encontró con alguien del pueblo y empezó a preguntarle sobre el casco, la moto... y mi madre que quería esconderse, que no sabía donde meterse, con lo vergonzosa que es ella para estas cosas.
Mientras, yo, hablando con el gasolinero, un conocido de cuando de chaval iba a pasar los veranos allí. Y él, también, preguntándome por Mi Vespa. Y yo, contándole lo típico, que si lo de los cuatro tiempos, que si el bajo consumo, que si las prestaciones, que si es como las antiguas pero en moderno... o sea, las conversaciones que siempre tengo cuando le presento a alguien mi moto.
A mi madre, tan roja como el caso que llevaba sobre la cabeza, el respostado le pareció interminable pero se le olvidó durante el camino de vuelta. Como yo veía que ella iba tomando confianza, aceleré poco a poco y comprobé que disfrutaba con la sensación de velocidad. Total, que llegó a casa contentísima del paseo y entusiasmada aunque preocupada por quién la habría visto... cosas de mi madre.
Al llegar a casa aún siguió toda la familia durante un buen rato arremolinada alrededor de Mi Vespa charlando. Bueno, más bien echándome sermones ya sabes: no corras, ten cuidadito, que mira que van como locos...
Aunque el peor sermón aún estaría por llegar al día siguiente. Amaneció nublado. Por lo visto -me enteré después- había pasado un huracán cerca y dejó toda la península con viento y lluvia. Al ver aquella mañana barrida por el viento y amenazada por la lluvia, mi madre, que como todas las madres, es muy madre y siempre tiene un motivo de preocupación, ya no pensaba en el desayuno ni en qué haría de comida ni en la hora la que habrían llegado sus nietas la noche anterior. No. Empezó a preocuparse por mi regreso en moto.
Desde que me levanté (y menos mal que me levanté tarde porque sus nietas, o sea, mis sobrinas, habían estado de fiesta conmigo la noche anterior...) no ceso de pedirme que no volviese en moto a Madrid.
Lo primero, me preguntó:
- ¿Y si llueve?
- Me mojo, como todos los demás.

Claro, esa respuesta no debió convencerle mucho, así que le expliqué que iba preparado, que llevaba guantes, cazadora, y mucho cuidado. Pero eso tampoco parecía servirle y empezó a ofrecerme su coche para volver. Entonces empezaron las bromas: Claro, -decía mi hermana- y os váis papá y tú a misa de once y a por el pan en la Vespa... eso sí, con el casco puesto...
Mi madre guardaba silencio pero por dentro seguía con su preocupación.
- Irás por la autopista.
- Mamá, con esta moto es más peligrosa la
autopista que la carretera...
- Pero ¿cómo vas a subir el puerto con la que
va a caer?
- Mamá, no va a pasarme nada, ya verás
- ¿por qué no te
llevas nuestro coche
- ¡¡¡Mamá!!!

La culpa es mía, lo sé. Tenía que haber hecho lo que me aconsejaba mi cuñado: tú díle que sí irás por la autopista y luego te metes por donde te dé la gana. Pero uno que quiere ser sincero con su madre y encima la hago pasar un mal rato.
El caso, es que, después de tanto decir lo que debía y no debía hacer, llegó la hora de marchar. Es cierto que no me hubiese importado disfrutar allí algunas horas más pero cualquiera aguanta a mi madre siquiera cinco minutos diciendo que me llevase su coche.
Aproveché que también se iba mi hermana en su coche recién estrenado. Al despedirme le dije a mi sobrina: nos veremos en la carretera y ella dijo no creo. Pero una amiga que las acompañaba y había sufrido la conducción de mi hermana puntualizó: Sí creo, ¡¡¡nos veremos en la carretera!!

3 comentarios:

Eva Bntz dijo...

pero chikillo!! como se te ocurre sacar la Vespa a la carretera! vamos! p'haberse matao!! jeje.

Eva Bntz dijo...

juraria q ayer deje un comment aki.

Fernando dijo...

Pues claro que lo dejaste. Ahí está. ¿No lo ves?
Que la experiencia del viaje resultó estupenda. Como que hoy me estaba planteando irme de vacaciones en Mi Vespa... je, je.