jueves, agosto 26, 2004

Póntelo

En las películas suelen representar a un motorista para simbolizar la libertad. Con la intención de recalcar más aún este espíritu libre, lo normal es que aparezca conduciendo sin casco, sin guantes y con una camisa volando al viento. Pero... ¡qué aberración! ¿Los directores de cine montan en moto? No, no me voy a poner en plan moralista con las recomendaciones sobre seguridad de la Dirección General de Tráfico. No. Hablo simplemente de comodidad.
¿Alguno de vosotros ha circulado en moto sin casco? Reconozco que yo sólo una o dos veces, hace mucho tiempo y en ciclomotor pero recuerdo que, más que una ligera y fresca brisa en la cara, lo que sientes es una bofetada de viento que te lleva la cara para todos los lados.
Mira, el otro día, estaba en casa y tenía que ir a ver a una amiga que vive muy cerca. Pensé que con el clima favorable y una distancia corta no necesitaría ponerme el casco integral así que me coloqué uno abierto que llevo siempre para los acompañantes. Sin visera.
Al principio, bien. ¡Ah! Esa suave brisa en la cara... Quise disfrutar del paseo en Mi Vespa y decidí no acelerar. Pero se levantó algo de viento. En mi barrio siempre hay viento. Y ese viento, más de una vez trae polvo. Y ese polvo, cuando golpea en la cara, molesta. Sin embargo, yo seguía paseando alegremente en Mi Vespa hasta que, una de esas motas de polvo se coló directamente en mi ojo derecho. ¡Ay!
Lo primero que sientes es el fuerte impacto de algo agudo en una zona del cuerpo extremadamente sensible. A continuación, que eso que ha entrado empieza a restregarse por toda la córnea conforme intentas mover el ojo. Al principio traté de seguir conduciendo Mi Vespa pero, evidentemente, tuve que parar a los pocos metros porque ¿quién es el listo que conduce una moto con un sólo ojo y con el otro invadido por un objeto extraño?
Tras unos minutos de esfuerzos logré extraer el grano de lo que fuera (porque esa es otra, vete tú a saber lo que se metió en el ojo...) y continuar hacia mi destino. Cuando llegué, con los ojos como tomates, mi amiga me preguntó asustada qué me había pasado, a lo que contesté que no se puede ir por ahí sin proteger los ojos cuando se monta en moto.
Lo mismo debió pensar esta otra amiga a la que llevé desde Madrid hasta mi casa a bordo de Mi Vespa. Era su primera experiencia motociclista. Eso y el sushi que había comido el día anterior estaban convirtiendo su fin de semana madrileño en algo extraordinario. El pescado crudo le gustó. Y el paseo en moto creo que también; cuando le pregunté dijo: la pena es que no haya podido ver nada del paisaje, porque llevé los ojos cerrados desde que salimos a la carretera. No me extraña, claro, después de mi corta experiencia con ese casco abierto, puedo imaginar lo que debe sentirse durante un largo trayecto. Al menos ella pudo cerrar los ojos. Conduciendo es un poco más difícil. Con el próximo sueldo miraré a ver si compro unas gafas de aviador para las acompañantes.
Efectivamente, la cabeza y la cara han de ir bien protegidas pero no solo. También el cuerpo y, sobre todo, las manos. En una caída leve, lo primero que pones en el suelo es la mano y, claro, no es lo mismo que se rompa el cuero de una vaca que murió hace tiempo a que se rompa el cuero que protege tus músculos y huesos. ¡Aysssssss! Sobre los guantes, por suerte, sólo puedo contar alguna anécdota acerca del frío que pasas en las manos si un día se te ocurre no ponértelos.
Sobre la chaqueta sí que tengo una historia que contar.
Hace un par de semanas, o sea, una tarde de agosto, estaba en casa cuando me surge una cita. ¡Una cita! Me acicalo, me perfumo y me visto con mis mejores trapos entre los que se incluye una preciosa camisa naranja muy a la moda que tiene un cuello muy a la moda, o sea grande. Como hacía calor y no quería arrugar la camisa recién planchada poniéndome la chaqueta de montar en moto, decido prescindir de ella.
Mientras conduzco por la avenida cercana a mi casa todo va bien pero, cuando salgo a la carretera y aumento la velocidad, con el viento, los cuellos de la camisa comenzaron a agitarse como las alas de una mariposa encerrada y en cada aleteo golpeaban mis hombros con tal energía que parecía que me estaban castigando a latigazos por atreverme a salir sin protección. Pensé parar y colocarme la cazadora pero me dije que quedaba poco para llegar y no merecía la pena. Sin embargo la mariposa del cuello seguía golpeándome con fuerza. Ya me picaban los hombros y juro que no exagero. Cuando llegué a la ciudad supuse que se habían acabado mis males pero no; por lo que se ve, ya se había maleado el cuello de tal manera que le resultaba más fácil seguir aleteando. Paro en un semáforo y respiro aliviado porque esos malditos piquitos han dejado de castigarme. Me miro en el retrovisor de Mi Vespa y... ¡horror! Mi preciosa camisa naranja tiene los cuellos en posición de presenten armas, más levantados que el miembro de un chaval en su primer encuentro pero también más deformados. Y ¿qué decir de las arrugas? Yo que no me había puesto la chaqueta para no arrugar la camisa, me encontré que con el viento, la velocidad y los humos de la carretera había quedado completamente deformada, arrugada, sucia... y mis hombros enrojecidos por los golpeteos continuos de su cuello.
Por suerte llegué a la cita antes de tiempo y pude recomponerme lo suficiente como para que ella no se diese cuenta de nada. Aunque, claro, se lo conté y nos reímos un buen rato a mi costa.
Así que... ya sabes, amiguito, amiguita, si vas a montar en moto, aunque sea una humilde Vespa o para un recorrido corto, no olvides protegerte convenientemente. No te lo dice la Dirección General de Tráfico sino un vespista altruista.

1 comentario:

maRia dijo...

JAJAJA.
Me parto con la vaca muerta hace tiempo y con la camisa. Sí, yo de ti le pondría algo a ese casco, para que otras amigas no tengan que ir con los ojos cerrados y jurando en bielorruso cada vez que intentaba levantar la cabeza.Ejem.
(8P