Hoy tenía todos los ingredientes para escribir una gran aventura pero la noticia es que no hay noticia. Que el tema daba juego ha quedado demostrado a lo largo de los dos años de existencia de este blog, sin embargo, a la hora de la verdad, todo ha quedado en nada.
Imaginad la situación.
Madrid. Agosto. Tres de la tarde. Hay que transportar durante veinte kilómetros, incluyendo quince de carretera, lo siguiente:
- Una mochila con patines de línea
- Una barra de pan cinco cereales
- Una carpeta con partituras
- Un bolso
- Una bolsa de papel con otro bolso para regalar
- Un jersey rojo de rayas
- Un casco aparte de los que se utilizan
- Mi morena favorita
- y... ¡una pizarra de 100 x 50 cm!
Todo eso en
Mi Vespa.
Imaginad la escena: por un lado la moto y por otro, desplegado alrededor de ella todo lo que hay que transportar como si fuese un catálogo. Se admiten sugerencias. ¿Cómo lo hubieses llevado tú? Una pista: la mochila con los patines no cabía en el cofre.
Durante toda la mañana previa al traslado, mi compañera de viaje me estuvo preguntando: ¿vamos a caber? ¿Cómo vamos a llevar la pizarra? ¿No será peligroso? No te preocupes, llegaremos sanos y salvos y sin problemas. Además, lo pasaremos bien y, en último caso, tendremos algo que contar en el blog. "Vale, vale, está bien pero... ¿no será peligroso?"
No voy a detallar como entró todo pero el caso es que logramos distribuir todo en los huecos de la moto salvo... claro, ¡la pizarra!
Ya había llevado en
Mi Vespa un cuadro descomunal y eso me confería cierta tranquilidad aunque confieso que aún no había pensado en la solución definitiva. Miré la moto, miré la pizarra, comparé medidas y verifiqué que no había muchas opciones así que situé la pizarra en vertical entre el cofre y la espalda de mi acompañante, convenientemente atada, eso sí.
No soy ingeniero ni entiendo mucho de aerodinámica pero imaginaba que esa colocación podía plantear problemas a unas horas y en una época del año en que las corrientes térmicas se muestran especialmente juguetonas. A diario, sin carga, puedo comprobar como en un par de curvas el viento juega con la moto a su antojo.
Pero nos arriesgamos. Rebajé considerablemente la velocidad de crucero y observé por el retrovisor los posibles movimientos de la pizarra. No se movía y mi acompañante me hacía señas con la mano de que todo iba bien. Salimos a la carretera y todo seguía bien. Llegamos a la zona de más viento y la pizarra sin moverse. En la curva donde da la vuelta el viento, la pizarra fija a la moto. Tuve tentaciones de acelerar pero no quise arriesgar más.
En ese momento, comprobé como la mayoría de los que viajaban en los coches se nos quedaban mirando y volvían la cabeza para no perder detalle. Entonces se me ocurrió una cosa que provocó mi risa a carcajadas mientras no dejaba de conducir y vigilar por el retrovisor. Pensé que podíamos haber escrito en la pizarra algo como "Recién casados". Entonces mirarían con razón. Y pitarían, seguro. Imaginaba la reacción de los conductores leyendo el letrero imaginario en la pizarra y no paraba de reír yo solo mientras mi compañera, contagiada, se reía de mi por inercia, ignorante de lo que sucedía en realidad. Después de eso seguí imaginando posibles letreros en la pizarra tales como remedos de los que coloca la DGT en sus paneles: ¡Cuidadíinnn, que te quedan tres puntitos! o ¡Tronco, no te pases! y con cada lema nuevo mi risa aumentaba bajo el casco.
Eso era lo único que sucedía: dentro de mi cabeza. Por más que miraba por el retrovisor, la pizarra no se movía ni un milímetro (bueno, creo que le dio un par de cabezados a mi compi) y yo pensaba qué narices iba a escribir en esta página si no sucedía nada reseñable. Hasta que me di cuenta que la no noticia es una noticia en sí misma.
Efectivamente, llegamos a casa sanos, salvos, y con la pizarra más entera que el virgo de La Macarena. Entonces, mientras cantábamos victoria, al antebrazo de la morena de
Mi Vespa le entró un temblor misterioso, improcedente y, en apariencia, inexplicable. ¡Tengo que tocar el piano! me dijo alarmada y comenzamos las averiguaciones.
Una vez repasados los hechos, constatamos que había viajado durante quince kilómetros sujetando con fuerza uno de los lados de la pizarra y que la tensión en el tendón le había provocado el mencionado temblor así como la inesperada estabilidad de la pizarra.
Tras el susto inicial, la pianista recuperó su tensión habitual y los tendones respondieron a las órdenes del cerebro mientras interpretaba magistralmente la Bossa de Ciudad.
Como has comprobado, querido lector, hoy no hay noticia, puesto que no pasó nada y no me queda más remedio que afirmar, aunque me cueste, que hoy, no hay aventura que contar.