jueves, abril 21, 2005

No sin Mi Vespa

No podría concebir mi vida actual sin Mi Vespa. Desde que la pongo en marcha a las ocho de la mañana hasta que la aparco, la mayoría de las veces bastante pasada la medianoche, me acompaña en mi ajetreo diario durante decenas de kilómetros y, de no ser por su agilidad, me resultaría imposible cumplir la mitad de los compromisos.
Ayer, por ejemplo, Mi Vespa me permitió fichar en el trabajo con putualidad inglesa a pesar de las sucesivas retenciones con que tropecé en el camino; como aparco justo a la puerta de la oficina, puedo ganar cinco minutos que, como comprenderá más adelante el lector, resultan fundamentales. Cuando llegó la hora de la comida, monté en Mi Vespa y en apenas cinco minutos llegué al centro de la ciudad donde me dio tiempo a comprar algunos libros que tenía pendientes, tomar un tentempié rápido y regresar al trabajo sin retraso.
A las cinco sonaron las horarias en la radio, me enfundé la cazadora, encerré la bandolera en el cofre y me encaminé al despacho de una amiga que tenía que prestarme un metrónomo. Más de uno pensará que a él qué le importa lo que tuviera que darme nadie pero es importante para el relato y no porque el aparatito tuviese que medir el ritmo del acelerador sino por lo que sucedió con él un par de horas más tarde.
El caso es que salí de la dependencia de mi amiga, corriendo, como de costumbre y deposité cuidadosamente el metrónomo en el cofre, junto con la bandolera, el candado para bloquear la moto, unas llaves y algunas cosillas más.
A las siete me esperaban un par de músicos en el local de ensayo pero había salido tan tenso del trabajo que necesitaba hacer ejercicio y decidí aprovechar los minutos libres que me quedaban para nadar un poco. Claro, antes tenía que recoger el bañador, así que pasé por casa, saqué del cofre la bandolera y ocupó su lugar la bolsa de deportes. Rrrrraudooo bajé la avenida para que me diese tiempo a cruzar la piscina unas cuantas veces. Una avenida con más pasos de peatones elevados que cardenales en el cónclave que yo salvaba poniéndome de pie en la moto y dejándola que saltase un poco.
Cuando me quitaba el casco recibí una llamada pidiéndome que pasara a recoger unos carteles, así que, al salir de la piscina marché a por ellos. Una docena de carteles tamaño A2 que tenía que colocar en Mi Vespa... Intenté atarlos al manillar pero se arrugaban, no cabían en el cofre, entre las piernas se caían... un amigo que pasaba por allí me sugirió guardarlos bajo el asiento pero cuando lo abrimos para intentarlo saltaron el casco para el eventual acompañante, los guantes de repuesto, el pantalón para la lluvia y un matasuegras superviviente de la juerga de carnaval. Ya expliqué una vez como las anécdotas sobre equipaje y pasajeros son las que más juego dan para estas notas. Creo que podría dedicarles un monográfico.
Como un campeón de Tetris logré acomodar todos los bultos sin que los papeles sufrieran demasiado y aceleré con ganas rumbo al local pues ya pasaban algunos minutos de la hora acordada. Aparqué Mi Vespa a la puerta y abrí el cofre para sacar las llaves y el metrónomo. Lo primero que apareció fue un irreconocible trozo de plástico negro. Seguí buscando y hallé un pedazo más del mismo material pero ni rastro del metrónomo. Retiré la bolsa de deporte y por fin apareció lo que buscaba pero más desmigajado que la galleta que se le da a un bebé para que se entretenga. Intenté acopiar los fragmentos pero rebosaban por mi mano como el mercurio por lo que concluí que había llegado el momento de que mi amiga renovase su obsoleto metrónomo. El caso es que, aún con la pila colgando, los conectores sueltos y las tripas como víctima de un hara kiri, siguió latiendo durante las dos horas siguientes como el corazón de un gorrión asustado.
Y no es que dejase de vivir pasado ese tiempo sino que el pálpito de la alarma del teléfono recordó que en otro local me esperaban para otro ensayo al que tenía que llevar el cajón flamenco. ¿Imagináis a un repartidor de pizzas llevando como mochila la caja donde se guarda la comida? Pues ese aspecto debo tener yo con el cajón a la chepa. De esa guisa, corrrrriendo al otro local. Mi Vespa sobrevolando los badenes, driblando baches, tumbando en curvas y apurando frenadas para llegar lo menos tarde posible al destino. Los diez minutos que pasan de las nueve son los que debería llevar con los compañeros aporreando la caja de madera y con ellos seguí hasta que, pasadas las diez y media, me llamó una amiga para compartir cervezas y risas. Regresé el cajón a la jiba y volé a su encuentro. El lugar donde debía pasar a buscarla quedaba lejos de todas partes y, por mucho que lo intentásemos, sería imposible movernos en Mi Vespa con toda la impedimenta, así que decidí aparcarla allí y pasear. Parece fácil resolución pero, ¿cómo caminar con el menor número de bultos posible? Un breve repaso de la ocupación de los huecos de Mi Vespa: bajo el asiento, casco, guantes, pantalón, carteles...; en el cofre, bolsa de deportes, candado, migas de metrónomo...; en mi espalda, chaqueta de montar en moto, cajón flamenco y muchas horas despierto. Y, se me olvidaba, aún tenía que dejar el casco y los guantes que llevaba puestos. Nueva partida de Tetris reubicando objetos en los espacios disponibles hasta lograr que todas las puertas cerrasen y no tuviéramos que pasear como buhoneros.
Como soy un caballero y suelo hacer honor a mi apellido (Galán), cuando dimos por finalizada la sesión de cervezas, risas y secretos, no me separé de ella hasta que se la tragó portal de su casa, distante cerca de dos kilómetros del lugar en que había dejado aparcada Mi Vespa. Dos kilómetros que ahora me tocaba recorrer a pie, con la caja a la espalda y sin su agradable compañía, toda una travesía por el desierto de almas en que se había convertido la avenida a esas horas de la madrugada.
Vi el cielo abrirse cuando divisé de nuevo Mi Vespa. Cabalgué en su lomo y llegué en pocos minutos, por fin, a casa. Mientras la aparcaba repasé mentalmente la jornada concluyendo que, de no ser por ella, hubiera tenido que renunciar a la mitad de encuentros de la agenda. Decididamente ese día no hubiera sido posible, no sin Mi Vespa.

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