martes, abril 26, 2005

Vivir sin aire

Como quisiera poder vivir sin aire
Como quisiera poder vivir sin agua
Me encantaría quererte un poco menos
Como quisiera poder vivir sin ti.


Eso mismo he pensado esta mañana nada más poner en marcha Mi Vespa. Me hubiera encantado que las ruedas de la máquina hubieran podido Vivir sin aire aunque me hubiese quedado sin tema para el relato de hoy.
El caso es que anoche, cuando llegué a casa ya noté algo raro pero el corto recorrido no me permitió descubrir la causa. Esta mañana, sin embargo, al retroceder para sacar la moto del aparcamiento noté cómo le costaba desplazarse. Subo, acelero y aquello empieza a moverse para todos los lados menos para el que yo quería. Sigo recto y al girar en el primer cruce Mi Vespa parece una manguera que han dejado abierta en el suelo y culebrea por el jardín salpicando por todas partes.
Aunque ya empecé a sospechar la causa del problema, aún no lo había verificado por lo que seguí adelante, reduciendo la velocidad, eso sí. Como la moto decidiera independizarse al llegar a la rotonda se evidenció que tenía que parar aunque me retrasara. Entonces comprobé lo que sospechaba, que la rueda trasera había perdido mucho aire.
La gasolinera más cercana quedaba a unos dos kilómetros y decidí que sería mejor tratar de llegara hasta ella que volver e inflar la rueda con la bomba de la bicicleta, así que, a pasito de ciclomotor bajé por la avenida compitiendo en equilibrismos con los trapecistas del Cirque du Soleil y aguantando las maldiciones de los automovilistas que, detrás de mí, tenían que esperar en las rotondas a que trazase por donde Mi Vespa deciera oportuno.
Creí solucionado el problema cuando divisé el distintivo naranja pero pronto me di cuenta que no sería tan sencillo. Los accesos a la ciudad en que vivo están en obras y el sentido de las calles varía con frecuencia. Con la rueda desinflada no podía permitirme girar por las múltiples rotondas que pueblan la zona hasta dar con la entrada adecuada por lo que terminé por subir a la acera y llegar así hasta el compresor de aire. O donde yo recordaba que estaba, porque en su lugar encontré una máquina de hielo. Por ello tuve que recorrer toda la esplanada hasta dar con la maquinita, que apareció, por fin, camuflada entre aspiradores.
Ya está, asunto resuelto me dije. ¡Inocente resolución! No habían terminado aún los impedimentos. Junto al rótulo "ladrones" realizado con una llave por un usuario tan cabreado como yo, se leía "50 ctms". Eso sí, debajo especificaba que la duración de la moneda era de siete minutos. O sea, que por el módico precio de cincuenta céntimos, si te pones de acuerdo con otros seis usuarios se pueden inflar las ruedas de siete motos. ¡Y encima les llaman ladrones, con lo generosos que son...!
Pero a las ocho de la mañana en aquella gasolinera no había otras doce ruedas ni en mi bolsillo monedas. Podría haber solicitado cambio pero me pareción tan vergonzoso que cobraran por el aire comprimido que preferí "fastidiarme" y seguir hasta la siguiente estación de servicio.
Salir del laberinto de los accesos a Rivas, mi ciudad, no es tarea fácil y menos con una rueda bajo mínimos. Entrar y salir de ahí podría considerarse prueba puntuable para el Mundial de Enduro, pues incluye, tramos de cross, slalom, contraperaltes, balizas, zanjas, socavones, desvíos provisionales y, a veces, hasta jueces de meta.
Enfadando mucho al del BMW que, sin poder adelantarme, aguantaba mi torpe paso de tortuga, logré escapar de todas las trampas y encarar la autopista. Y fin del relato, pensaréis. Pues no, pues unos metros más adelante, un vehículo averiado provocaba un larguísimo atasco, con guardias civiles incluidos. Como no tenía agilidad para circular entre los coches aguanté paciente mi turno en la cola hasta que se deshizo. De ahí a la próxima gasolinera sólo un par de kilómetros más de tortura. Llegué, inflé y vencí.
La conclusión es evidente, las ruedas no pueden Vivir sin aire y, a poco que uno se descuide, los motoristas tampoco.

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